martes, 30 de octubre de 2012

LA INCAPACIDAD DE LEER A PYNCHON

Thomas Pynchon. Un escritor sin orificios
Rubén Martín G.
Ediciones Alpha Decay, Barcelona 2011, 92 páginas.

  

   Rubén Martín G. aún no tiene la experiencia de haber sido publicado. Éste es su debut. Un libro que tiene su germen en el blog “Cuaderno Célinigrado”. Después de editar algunos post sobre la novela de Thoman Pynchon, El arco iris de la gravedad, “con el tono jocosos de alguien que deja el libro a la mitad y lo desprecia”, recibe el encargo de Alpha Decay para poner por escrito un ensayo cerebral, ese lavado de cerebro y la conciencia de su propia incapacidad para leer a Pynchon. Alguien ha calificado a Rubén Martín como el “Pnchoniano Mayor del Reino”, apelativo que él rechaza porque, como a Pynchon, no le interesa la fama y quizás por eso se esconde tras la imagen de un simiesco monstruo peludo.
   La propuesta que le brinda a os lectores, la forman unas modestas consideraciones, “intuiciones incomprensivas”, que nacen de la lucha a muerte para lograr una lectura mínimamente  fructífera y comprensiva de la obra pynchoniana. Porque Pynchon, ese “célebre desconocido” como se le califica en el texto, exige de su público un esfuerzo desmedido para poder hincarle el diente a sus novelas. Considerado como uno de los paradigmas de la postmodernidad maximalista y relacionado por Harold Bloom entre los grandes novelistas norteamericanos de nuestro tiempo junto a Don DeLillo, Philip Roth y Cormac McCarthy, su novela más conocida, El arco iris de la gravedad fue rechazada por los administradores del Premio Pulitzer por “ilegible, sobrescrita y obscena”. Se ha dicho que las reglas lógicas que gobiernan este mundo encuentran en Pynchon todas las posibles respuestas que, desde la literatura, se pueden ofrecer a nuestras dudas y acríticas certezas. Lo cierto es que sus temas habituales  ( la entropía, la paranoia, el giro apocalíptico de la historia más reciente, la ausencia de significados y el caos en que se halla inmersa la existencia humana ) y un estilo que desintegra al lenguaje, convierten la lectura de Pynchon en una ardua tarea, hasta el punto de que el mismo texto parece agotar toda posibilidad de lectura.
   Aproximándonos ya al libro de Rubén Martín, es necesario advertir en primer lugar que Thomas Pynchon, un escritor sin orificios no es una guía sobre cómo leer a Pynchon.  Es al contrario, según definición del autor, “un día de turismo por el fracaso de un lector de Pynchon”. Al lector se le presentan dos cartas anónimas tras el artificio de una investigación para fijar la identidad del autor de las mismas. En la primera de ellas, Rubén Martín cuestiona la huida de la fama por parte de Pynchon. El escritor goza de un status público y, como tal, está bajo el castigo de ser de todos nosotros ( … ), millares de vidas tumorándole ( página 37 ). En definitiva Rubén Martín, tomando como ejemplo a Pynchon y su enfermiza huida de la fama, plantea el tema de las relaciones entre lo privado y lo público y la forma como lo segundo modifica lo primero.
Rubén Martín G.
   La segunda, en cambio, gira en torno a lo que Marc García García ha denominado “la estética de la dificultad literaria”. Presentada como una crítica ficticia  - es lo que se merece Pynchon por escribir para un lector ficticio -  rechaza de plano andarse con paños calientes e interpela duramente al narrador norteamericano: la forma de Pynchon es el canon ininteligible; su escritura mata la lectura, agota al lector “con una pocas palabras”; lo aburre con su gesto pretencioso a lo largo de mil páginas. Conclusión obvia: cada vez son menos los que han leído  a Pynchon y más los que fingen haberlo leído. “Cada día más sometido a cuestión su estro macarra” ( página 85 ).
   Rubén Martín, aunque es un narrador con orificios, también escribe sin concesiones ni golosinas artificiales. En algunos momentos sus interpelaciones a Pynchon alcanzan la fuerza de un gran aliento poético. En las escasas páginas de este mini libro de tapas doradas inaugura un nuevo género: la epístola paranoica convertida en crítica fingida. Es lo que se merece Thomas Ruggles Pynchon, un escritor sin un solo orificio.

Francisco Martínez Bouzas

jueves, 25 de octubre de 2012

UN THOMAS PYNCHON CON ORIFICIOS

Vicio propio
Thomas Pynchon
Traducción de Vicente Campos
Tusquets Editores, Barcelona, 2011, 422 páginas.




Thomas Ruggles Pynchon es un célebre desconocido. Lo poco que de su vida sabemos, se sitúa entra la realidad y la quimera: que nació en Nueva York en 1937, que estudio ingeniería  y literatura en la Universidad de Cornell, donde una especie de leyenda urbana afirma que fue alumno de Vladimir Nabokov (auque este nunca recordará haberlo tenido en sus clases), que envió a un cómico a recoger el prestigioso National Book Award. Que apenas existen fotos de él y que vive en Nueva York. Eso es todo.
De su obra literaria hay críticos y blogueros que dicen haber luchado a muerte para lograr una lectura mínimamente comprensiva. Le consideran uno de los paradigmas de la postmodernidad maximalista y Harold Bloom le relaciona entre los grandes novelistas norteamericanos de nuestro tiempo junto a Don DeLillo, Philip Roth y Cormac McCarthy. Sin embargo su novela más conocida El arco iris de la gravedad fue rechazada por los administradores del Premio Pulitzer por “ilegible, sobrescrita y obscena”. Por eso  para el bloguero Rubén Martín G., Thomas Pynchon es un escritor sin orificios, “un día de turismo por el fracaso de un lector de Pynchon”.
Pero si usted lector disfruta de la novela criminal y está harto con los héroes de Camilleri, Mankell, Roukin o le producen cansancio, de tanto reiterarse, los autóctonos investigadores de crímenes, su apuesta debería de ser por el “fumeta” Doc Sportello de Thomas Pynchon. Olvídese de todo lo que se ha dicho de Pynchon, de que es un incono de la posmodernidad, de que sus temas recurrentes son la entropía, la paranoia, el giro apocalíptico de la historia reciente, la ausencia de significados y un estilo que desintegra el lenguaje y convierten la lectura de este hombre sin rostro público en ardua tarea, porque Vicio propio es otra cosa. Pura novela pynchoniana, pero una excepción que confirma la regla. Una novela que se entiende, que no es más obscura ni enredosa que cualquier pieza del género negro por la que transiten abundantes personajes y escenarios. Y como regalo, por tratarse de Pynchon pequeñas disonantes destemperanzas, como el hecho de que el detective sea un viejo surfistas, parroquiano de la marihuana.
Estas cacofonías narrativas, amalgamadas con un estilo propio, convierten el viaje por la lectura de esta novela en una experiencia a la vez gozosa e hilarante. Los amantes del clásico, del negro-negro tampoco terminarán decepcionados. Cientos de personajes secundarios: malos sin desperdicio, buenos inmensamente buenos, fiambres que no mueren, montones de conspiraciones y corruptelas, la pesadilla de Charlie Manson y sus sumisas discípulas y, en paralelo, Richard Nixon, como paradigmas del mal. Incluso una protointernet con protohackers. Y por descontado, nutridos puñados de sexo, droga y rock & roll. Pynchon retratando la cara más esperpéntica de la cultura americana, con diálogos delirantes, un singular humor negro, iconografías paródicas y grotescas y un lenguaje dominador, rico, torrencial.
Flotando sobre la superficie de este mar cenagoso, un personaje memorable, Doc Sportello, detective “fumeta” y medio casquivano, que recibe el encargo de encontrar a un empresario desaparecido y que,  a pesar de su origen judío, está protegido por una banda nazi. La trama de Vicio propio es lineal, sin saltos en el tiempo, sin sub-tramas. Muchos actores secundarios, pero un solo protagonista, el quijotesco  Sportello respirando el aire corrupto y despreocupadote finales de los 60 en el sur de California, donde todos engañan, conspiran, traicionan, mientras en las playas los surfistas  se enfrentan al estallido de las olas y las pandillas de hippies les rinden culto a las flores y a la marihuana, en una sociedad en la que se borraron todos los límites.

Francisco Martínez Bouzas


Thomas Pynchon



Fragmento

“Cerca de la oficina, tanto que de hecho podía ir andando, había una zona, que en el pasado constituyó un pequeño vecindario, cuyas casas habían sido declaradas en ruina para realizar una ampliación del aeropuerto que tal vez sólo había existido como una fantasía burocrática. Un barrio vació pero no exactamente desierto. Dentro se rodaban películas dudosas. Se hacían trapicheos con drogas y armas. Moteros chicanos tenían citas furtivas a mediodía con jóvenes ejecutivos anglos, con bisoñés que les servían para desgravarse impuestos…Los fumetas despegaban en sus aviones a unos centímetros por encima de sus cabezas, y los residentes especialmente infelices de la zona, que abarcaba desde Palos Verde a Point Dume, salían a buscar potenciales lugares para suicidarse.
Luz se presentó en un SS396 rojo que, repetía, se lo había prestado su hermano, aunque Doc creía detectar algún novio en algún punto del subtexto. Vestía tejanos recortados, botas de vaquera y una diminuta camiseta que hacía juego con el coche.
Encontraron una casa vacía y entraron. Luz había traído una botella de Cuervo. Había un colchón de matrimonio con quemaduras de cigarrillo, un televisor con mueble incluido modelo French Provincial con la pantalla destrozada a patadas y varios recipientes de pasta de yeso de veinte litros que la gente había utilizado como mobiliario de picnic.
-He leído en los periódicos que Mickey sigue desaparecido.
-Ya ni siquiera el FBI se pasa a visitarme. Riggs se ha largado otra vez al desierto, y Sloane y yo nos hemos hecho amigas.
-Ya, sí, ¿cómo de amigas?
-¿Te acuerdas de la cama de abajo donde Mickey nunca me folló? Ahora es nuestra.
-Humm
-Pero ¿qué es esto que veo aquí?
-Bueno, no me jodas, es una idea interesante, ¿verdad?, vosotras dos…
-Los tíos y el rollo de lesbianas… ¿Por qué no te pones cómodo ahí, no, ahí, y te cuento todos los detalles?
Los aviones de pasajeros pasaban atronadores cada par de minutos. La casa se estremecía. A veces, cuando Luz separaba brevemente las piernas, Doc creía que oía las ruedas del tren de aterrizaje rodando por el tejado. Cuanto más ruido había, más se excitaba ella”

(Thomás Pynchon, Vicio propio, paginas 167- 168)  

lunes, 22 de octubre de 2012

"SUNSET PARK": VIAJE A LA DESESESPERANZA


Sunset Park
Paul Auster
Editorial Anagrama, Barcelona 2010, 278 páginas.

 

 Me considero un incondicional de Paul Auster, fan  de un narrador que para mi no sólo es ya un mito, sino el autor de novelas como Leviatán, El Palacio de la Luna o La música del azar en las que hallé, desde la década de los 90, magníficos materiales para la didáctica de la Filosofía. El escritor de Brooklyn, considerado por muchos el maestro posmoderno de la narrativa, lleva más de tres décadas brindándonos notabilísimos  mundos ficcionales, pero también impresionantes bajones de calidad, fruto quizás de esa “relación adulterina” con el cine, como comentó en su momento Jorge Herralde, su editor en español. Sobre todo en algunos de sus últimos libros, que no obstante no le han hecho perder lectores incondicionales. Paul Auster sigue estando de moda. En España se le edita como un autor de culto; en América, igual que lo que acontece con su compatriota John Updike, lo siguen vendiendo como el reverso de la otra cara de los millonarios fabricadores de best sellers.
   Regresa ahora, traducido a varias lenguas peninsulares, con Sunset Park. No es una novela comparable a alguna de sus grandes creaciones, pero vale la pena leerla. Porque es una buena novela. Una novela que conduce a la modernidad, como tantas otras producciones suyas y a que sea calificado su autor como escritor de élites. Él, sin embargo, se considera simplemente “escritor universal”, deudor, como no podía ser menos, de la tradición literaria de otras geografías y de otras épocas. “No tendríamos  a García Márquez sin William Faulkner, ni a Faulkner sin Joyce, ni a Joyce sin Flaubert” afirmaba el escritor de Newark. Y retorna desde Brooklyn y  a Brooklyn, su territorio sagrado. Desde su santuario, en un pequeño estudio del barrio newyorkino y al corazón del mismo barrio,  donde se levanta la casa destartalada de Sunset Park, convertida en comunidad de okupas  y en cuyo centro y alrededores se desarrolla toda la novela, con excepción de los tres primeros capítulos.
   ¿ De qué trata la novela? De lo que siempre ha interesado al escritor, sean cuales sean sus argumentos: de la condición humana, de las arduas y difíciles relaciones entre las personas y con esos hilos invisibles gobernados por la ruleta azarosa de la existencia que nos brinda caminos jamás imaginados y que convierte la vida en algo caótico, capaz de nos sumergir en la más profunda y tenebrosa soledad o de agasajarnos con pequeños instantes de felicidad.
   Sunset Park está ambientada en el aún cercano 2008, en  el post 11 de Septiembre y en el pre – Obama. Y en una breve sinopsis  argumental, diremos que sigue la estela de Miles Heller, un joven que lleva años desvinculado de su familia, tras la muerte accidental de su hermanastro de la cual se considera responsable. Ahora, después de deambular por varios Estados, vive feliz en Florida. Forma parte de un equipo que se dedica a limpiar viviendas de desahuciados por insolvencia e impago y se ha propuesto documentar con su cámara los últimos rastros de esas vidas. En un encuentro puramente casual, conoce a una chica de origen cubano, de la cual se enamora y con la que cohabita. Pero ella es menor de edad y una de sus hermanas le amenaza con darle el soplo a la policía si no le trae objetos que los inquilinos expulsados dejaron en sus casas vacías. El chantaje le obliga a aceptar la invitación de un amigo hasta que su novia cumpla la mayoría de edad. Regresa pues a Nueva York y en Sunset Park convive con un grupo de amigos que han ocupado una vivienda abandonada. A partir de aquí se desencadena verdaderamente la trama novelesca que sigue el guión de las estructuras narrativas de Paul Auster y que le hacen justicia de ese calificativo de escritor posmoderno.
   Siendo como es Sunset Park una narración de personajes, se convierte de inmediato en una novela coral y metaliteraria, porque el encuentro con cada uno de estos seres que pueblan el relato, genera de inmediato otra nueva historia  y ésta, otra. Cada personaje del libro origina la suya, pero estos pequeños bocetos de historias se amalgaman y finalmente se funden en el borrador de la historia del protagonista principal. Historias llenas de historias, un verdadero juego literario en el que se mezclan realidad y ficción. De todos modos, en Sunset Park se produce un cierto adelgazamiento en los juegos metaliterarios y en los trucos que emplea Auster, especialmente en lo referente al papel del azar. Ese mundo ateorizable donde los significados fortuitos  se convierten en destino, surge apenas en el primer capítulo, si bien el mismo autor se encarga de definirlo en la página 55: “Sólo otra jugada de dados, entonces, otra bola que ha salido del negro bombón metálicos, otra chiripa en un mundo de casualidades y eterno caos”.
Paul Auster
   Pero en cambio el lector hallará, y en abundancia, muchos de los ejes temáticos que ya hemos visto en anteriores obras: personas cultas, víctimas de acontecimientos dramáticos y complejos; un entorno de elementos literarios y metaliteraios (libros, editoriales, películas…). También los tópicos que suele utilizar el autor: disputas y desencuentros familiares, en especial los paterno – filiales; los relatos colaterales sobre el béisbol y sus jugadores famosos, como estabilizador social de América y metáfora de la vida. Mas lo realmente novedoso de esta novela reside en su envoltorio temporal: año 2008, una época muy concreta en la que la crisis económica comienza a morder en los ciudadanos de las clases medias y bajas. Un mundo que se viene abajo, abrumado por la ruina económica y por la crisis inmobiliaria y la rabia de los desposeídos, metaforizado todo, ya desde el principio, por el trabajo que realiza el principal protagonista: vaciar las viviendas de los desahuciados  que no pudieron seguir pagando su hipoteca; chicos llenos de ilusiones y con excelente preparación académica, incapaces de hacer frente al alquiler. Todos, y así cierra Auster la novela, están ahora sin hogar, las construcciones  perdidas, las manos perdidas, un porvenir en el que no hay futuro y que lo único que permite, es vivir el ahora, el instante fugaz. Un amargo viaje, pues, hacia la desesperanza, magistralmente relatado.

Francisco Martínez Bouzas

miércoles, 17 de octubre de 2012

UN CANTO FÚNEBRE POR KATERINA HOROVITZOVÁ

Una oración por Katerina Horovitzová
Arnost Lustig
Traducción de Patricia Gonzalo de Jesús
Editorial Impedimenta, Madrid, 2012, 160 páginas.

 
    Irónica quizás como ha señalado alguna crítica, pero sobre todo aterradora. Así es esta novela Una oración por Katerina Horovitzová del galardonado escritor checo, Arnost Lustig (1926-2011). Probablemente una de las obras que muestra de forma más plástica y viva las atrocidades de la “Solución final”, seguramente porque el mismo escritor vivió en su juventud la experiencia traumática de los campos de exterminio nazis.
   La trágica ironía de esta novela sobre el Holocausto está confinada en poco más de ciento cincuenta páginas, pero a pesar de su brevedad es una de las mejores novelas sobre la Shoah. Desde la primera página hasta la última, el lector capta de inmediato que  el texto o mejor dicho algunos de  personajes principales en él retratados, en especial el que tiene el poder, dicen cosas aparentemente sin ironías, pero sus palabras significan todo lo contrario. Y el resto de los personajes, las víctimas, esperanzadas por la posibilidad de comprar la vida y saldar la muerte, caen fácilmente en el engaño. Pero el lector sospecha todo desde el principio y por eso no se produce el efecto sorpresa, sino un “in crescendo” del drama, ya que desde las primeras líneas captamos que el grupo de judíos que creen viajar hacia una libertad comprada a base de sus caudales, corren en realidad hacia la muerte.
   Para comprender todo este irónico dramatismo será preciso acercarnos a la trama argumental. La novela sigue el periplo de un grupo de acaudalados hombres de negocios judeoamericanos de paso por un campo de concentración nazi en Polonia. Pertrechados en sus pasaportes norteamericanos y en su dinero, reciben la promesa de su repatriación, intercambiados por otro grupo de altos mandos del ejército alemán. Su interlocutor, guía y extorsionador es un alto oficial de la SS. Ya en la primera escena leemos que la bella y joven judía de diecinueve años, Katerina  Horovitzová, contradiciendo por primera vez a sus padre en el anden del ferrocarril de la muerte con las palabras “Pero yo no quiero morir”, provoca la compasión del portavoz de los prisioneros judíos, Herman Cohen, que consigue a cambio de dinero que Katerina se una al grupo, mientras sus padres y hermanas, sin ella saberlo, son gaseados.
   Y así comienza un viaje sin retorno en un tren que debería llevarlos al lugar del intercambio. Poco apoco pero sin pausa, la retórica verborrea revestida de irónica ironía del oficial alemán que les acompaña y la ceguera del Sr. Cohen, irán extorsionando al grupo, haciéndoles firmar cheques, a cobrar en bancos suizos, por todos los gastos hasta el más mínimo detalle y muchos de ellos inventados, del viaje y del intercambio. También poco a poco comprenden que la suya no es una operación de rescate sino un verdadero expolio y que las ingentes cantidades de dinero comprometidas son el precio de su supervivencia. Pero el lector sabe que se trata de algo mucho más siniestro desde el momento en el que la expresión “la solución final” aparece cada vez con mayor frecuencia y con macabro significado. Van y vienen. El tren les lleva de un lado para otro, sometidos a crecientes extorsiones y siempre regresan al campo matriz donde están las cámaras de gas y los crematorios.
   Al final les espera el abismo que todos presentimos desde el comienzo y cuyos contornos desde la lejanía se habían ido adaptando para moldear sus expectativas, haciéndoles creer que el dinero era capaz de comprar la vida y liquidar las cuentas de la muerte.
   Es mérito del narrador el saber jugar hábilmente con esa información que el lector sospecha desde la primera página, pero no así los prisioneros, sombríamente ciegos por el ansia de vivir. Cuando el expolio de sus bienes se hace palmariamente evidente, Lustig con gran pericia y realismo refleja el terror de los protagonistas que quieren negar la evidencia. Llegará un momento el que unos se dejan dominar por el pánico, mientras otros conservan vanas esperanzas y colaboran con sus verdugos. Solo Katerina reacciona como una heroína, nunca pierde su dignidad y su comportamiento se incrusta  en el mito y en la leyenda de las grandes protagonistas de los dramas del pueblo hebreo, merecedora por consiguiente del impresionante canto fúnebre del el rabino, igualmente prisionero, que incinera los cuerpos gaseados.
   La novela avanza por un cauce regular, aderezada  por un tono fantasmal que Lustig refleja desde el principio con gran lirismo, un lirismo escalofriante, fatalista con alegorías que hielan la sangre (El viento que corre por el campo no es viento, sino ceniza). En definitiva una obra narrativa que de forma magistral reproduce el encuentro y la colisión entre la razón y la barbarie, entre un mundo gobernado por la  brutalidad de la bestia, que se considera a si misma raza superior, que anula cualquier mecanismo humano, y unos pobres hombres desarmados incluso de su dignidad y que, más allá de toda esperanza, siguen confiando en huir del reino de los muertos.

Francisco Martínez Bouzas



Arnost  Lustig

Fragmentos


“Después de contemplar la multitud tras las alambradas y la humeante chimenea de detrás de las vías, su padre acababa de decirle: «Hemos venido aquí a morir». En la familia Horovitz nunca había estado bien visto contradecir al cabeza de familia. Ella tampoco era aún lo bastante independiente como para permitírselo. Sin embargo, se apeó del tren exhausta y espantada; en su interior no compartía la opinión de su padre, y por fin se atrevió a expresarlo en voz alta. Puede que fuera su mirada o su flexible paso de bailarina, su orgullo o, en definitiva, su abierta súplica (nadie lo supo nunca con exactitud y, en vista del resultado, tampoco importaba) lo que animó a Herman Cohen a reclamarla como mediadora entre Bedrich Brenske y el grupo. Fue en el instante en el que ella dijo a su padre sin tapujos y con franqueza: «Pero yo no quiero morir…»

…..

“No alcanzaba a escuchar la voz del sastre repitiéndose para sus adentros que también los pulmones del señor Brenske, y el tórax del señor Herman Cohen, y los pechos de la  propia joven, y hasta las vías respiratorias del sargento Emerich Vogeltanz, todos estaban henchidos de aquella ceniza, y que ella, mucho más que ninguno de ellos, estaba inhalando las cenizas de sus seis hermanas, de su madre, de su padre y de su abuelo; pero no le estaba permitido descubrirlo a través de palabras, sino solo leerlo en sus ojos. Habían sido, serían y permanecerían estigmatizados por aquella ceniza.”

…..

“Al día siguiente, al amanecer, y por orden de Bedrich Brenske, se expuso el cadáver de la bailarina judía de diecinueve años, Katerina Horovitzová en el almacén contiguo al crematorio, donde (como ya se ha dicho ya) se dejaba secar el pelo que se cortaba a las mujeres ejecutadas en las cámaras de gas. Todo el proceso se cuidaba con la más esmerada atención. Una parte de los hombres del comando especial, ayudándose con mangueras, regaban a las gaseadas con chorros para limpiar sus céreos cuerpos de todo lo que se mezclaba con ellos: la sangre que esputaban los pulmones enfermos, la sangre que era muestra de la salud de las muchachas y de las mujeres en edad de concebir, o la sangre que fluía de las uñas que se clavaban en los cuerpos de sus propios dueños o en los de sus inmediatos vecinos.”

…..

“El rabino Dajem de Lódz acariciaba sin descanso el cabello y el rostro de Katerina Horovitzová como había hecho en cientos de ocasiones anteriores, repitiendo sin cesar:
-Mi pequeña, mi tierna, mi valerosa criatura. Alabado sea tu nombre, antes que el nombre del Señor. Valiente, luchadora. Alabado sea mil veces tu nombre.
Más tarde contempló cómo su cuerpo se hacía cenizas después de que lo hubieran desprendido de su cabello, mientras repetía entre cánticos que ni Bedrich Brenske, ni su ayudante, ni ninguno otro comprendía:
-Cien veces valerosa, cien veces bondadosa, mil veces justa, mil veces bella…”

(Arnost Lustig, Una oración por Katerina  Horovitzová, páginas 11, 55, 156-157, 160)

lunes, 8 de octubre de 2012

"EL VIGILANTE DEL FIORDO", ENTRE EL MIEDO, LA ALUCINACIÓN Y EL SARCASMO


El vigilante del fiordo
Fernando Aramburu
Tusquets Editores, Barcelona 2011, 184 páginas.



Cuando se tiene en las manos un nuevo volumen de cuentos de Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), uno de los narradores españoles más notables y singulares  de las últimas décadas, resulta inevitable que surja en la memoria lectora la experiencia estremecedora de su otra colección de relatos, Los peces de la amargura (2006). Entre otros motivos porque El vigilante del fiordo  se sutura temáticamente con las historias patéticas y con el extrañamiento y la alucinación de Los peces de la amargura. Aunque posiblemente -y así lo reflejan algunos críticos-  no con la fuerza e intensidad del libro de referencia, como si Fernando Aramburu hubiese optado intencionadamente por una escritura menos directa, más elusiva, distanciada o desdibujada y sin la coherencia y homogeneidad temática que se hacía patente en Los peces de la amargura.
El vigilante del fiordo, en efecto, junto a relatos que nos retrotraen al terror provocado por el delirio criminal de los homicidas terroristas, temas muy reconocibles para los lectores del escritor, bucea en otras geografías delimitadas por el desvarío y la extrañeza o por una suerte de ironía sarcástica, con tintes de humor surrealista y de esperpento. La misma ruptura de la homogeneidad se deja entrever en la elección de las modalidades narrativas, con el ensayo incluso de experimentos y variantes genéricas. Al lado de relatos en los que prevalece la narrativa tradicional propia de las fórmulas canónicas de la novela o del cuento, el lector se encuentra con otras de distinta hechura: textos dialogados a semejanza de la literatura dramática y de la modalidad epistolar. Y técnicas narrativas que utilizan el recurso de la concatenación o sucesión de distintas anadiplosis -secuencias que finalizan y empiezan con la misma palabra- con las que el autor experimenta una arriesgada pero plausible elaboración estilística.
El miedo y la obsesión de la vida cotidiana, en un entorno que no es el suyo, del matrimonio que protagoniza “Chavales con gorra”, inaugura el volumen. El mundo hostil, sus vidas rotas ante la amenaza terrorista se ha convertido en un infierno de terror que ofusca su percepción de la realidad. Por el mismo derrotero, bordeado de drama y obsesión, caminan quizás los dos mejores relatos de la colección: “Carne rota” y el que le da el título al libro: “El vigilante del fiordo”. En ambos se hace presente la huella del terrorismo. “Carne rota” es un relato estremecedor, una excelente recreación literaria de los atentados islamistas del 11-M desde la experiencia de las víctimas. Ellos son los protagonistas. El protagonismo de los heridos en sus cuerpos y en sus almas, de  los familiares de los fallecidos, de los seres repentinamente alejados de sus quehaceres diarios. Ellos y ellas en el escenario de los atentados, rememorando la tragedia o exhibiendo sus secuelas en los momentos posteriores. En breves secuencias concatenadas por el recurso poético de la anadiplosis, Fernando Aramburu nos  presenta un encadenamiento de damnificados, victimas del atentado. Los ínfimos detalles (la musiquilla alegre del móvil que suena y vuelve sonar…), los gestos, las palabras solidarias destilan una profunda carga poética y forman parte de una esmerada arquitectura teñida de terror y de sangre que narra con inusitada eficacia literaria los atentados de marzo de 2004 en Madrid. Un grito dolorido surge de la lectura abrumada de tanta “Carne rota”, un relato en el que el escritor se olvida de eludir la tragedia y la retrata a corazón abierto.
“El vigilante del fiordo” es sin duda el relato de más compleja elaboración de la serie, pero es igualmente abrumador. El relato amalgama técnicas narrativas distintas: diálogo teatral y relato en tercera persona. En ambas modalidades hacen acto de presencia igualmente el dolor, la angustia y las heridas que jamás cicatrizan, provocadas en las víctimas por la violencia terrorista. Un funcionario de prisiones enloquece, víctima de un sentido obsesivo de culpa, y viaja a Noruega para alertar de la presencia de terroristas en la zona. Eso es lo que parece, porque, en realidad, la bomba dirigida contra él que mató a su madre, hizo explotar su cordura mental y ahora vive extraviado en las obscuridades de su mente, que contrastan con la luminosa belleza del paisaje nórdico y con la atmósfera claustrofóbica del relato.
El volumen incluye otros cuentos con otras y dispares inquietudes y que nada tienen que ver con las lacras terroristas. Son las incursiones de Fernando Aramburu en esos contornos delimitados por el desvarío y la alucinación, tales como “La mujer que lloraba a Alonso Martínez”, o por una mezcla de de tragedia, farsa y humor sarcástico, como “Mártir de la jornada”, “Lengua cansada”, “Nardos en la cadera” y “Mi entierro”, una original perspectiva narrativa de alguien que, entre alucinado y atónito, narra su propio entierro.
Una recopilación de relatos no homogéneos, como ya he dicho, con tratamientos novedosos, pero unificados por la maestría de una prosa muy elaborada, de primera calidad, una profunda caracterización de los personajes con la economía de unos pocos trazos y la facilidad para recrear escenarios colindantes con las pesadillas de la tragedia o con los ambientes surrealistas, absurdos o teñidos de un fino humor.

Francisco Martínez Bouzas







Fernando Aramburu


Fragmento

“La mano era lo único que asomaba por el borde de la manta. Una mano bien proporcionada, con las uñas pintadas de rojo y una sortija verde de bisutería. La chica aún se movía cuando la depositaron en el suelo. El rumano no le prestó apenas atención. Bastante tenía con lo suyo. Siguiendo las indicaciones de la policía, había venido por su pie con otros heridos al Centro Deportivo Daoiz y Velarde (…) Entre dos sanitarios depositaron minutos después a la chica como a unos dos metros de donde él se encontraba. El pelo le ocultaba la cara. Al principio la chica se movía. Las piernas. La espalda. Un poco. Un ligero temblor. Cada vez menos. Luego dejó de moverse. Vinieron a atenderla. La voltearon con cuidado. No había nada que hacer. Al rato fue tapada con una manta que sólo dejaba al descubierto una de sus manos. Una mano delgada, bonita, inmóvil para siempre. Los sanitarios se dirigieron al siguiente cuerpo tendido. Al rumano, recostado contra la pared, se le cerraban los párpados. Los abría con esfuerzo. Se le cerraban. Los…Se le…L…S… De repente lo sobresaltó la musiquilla de un móvil. El rumano miró en rededor hasta ubicar la melodía alegre a dos metros de él, debajo de la manta. Vaciló un momento. La melodía de notas agudas y saltarinas no cesaba. No venía de su teléfono. Él ya había dado cuenta a sus familiares de lo ocurrido. La musiquilla persistía con una insistencia de súplica en medio de aquel desbarajuste de sanitarios y cuerpos malheridos. Se acercó a la manta, alzó un borde, allí estaba el teléfono móvil, medio a la vista en un bolsillo del abrigo chamuscado. Al otro lado de la línea una voz de mujer entrada en años articulaba palabras en un idioma desconocido para el rumano. Quizá polaco o ruso. Se dio cuenta de que no lograba hacerse entender. Y la voz se alarmaba repitiendo lo que parecía un nombre, el nombre de la depositada en el suelo. Bombas en tren. Señora, bombas. Bum , ¿comprende? El rumano pulsó la tecla de desconexión, volvió al sitio que los sanitarios le habían asignado junto a la pared. Segundos después sonó otra vez el móvil de la chica bajo la manta. El rumano no se movió. Bastante tenía con lo suyo. La musiquilla alegre siguió sonando un rato largo debajo de la manta”

(Fernando Arámburu, El vigilante del fiordo, páginas 53-54)

sábado, 6 de octubre de 2012

MICROSUEÑOS HECHOS PALABRAS

Microsueños
María Elena Lorenzin
Ediciones Asterión, Santiago de Chile, 77 páginas.


Desde las antípodas australianas, vía Singapur, me llegó hace unas semanas este pequeño pero exquisito obsequio literario. Su autora, María Elena Lorenzin. Argentina de Jáchal, con residencia en Adelaide (Australia del Sur). Enseña lengua y literatura española en la Universidad de Flinders, donde, sin duda, sus alumnos y alumnas levitan con sus sueños convertidos en primoroso verbo español.
Setenta y cinco relatos recompilados en un pequeño volumen dan fe del dominio superlativo que la autora posee sobre el arte de la compresión, en el género de la recompensa inmediata. A María Elena Lorenzin, cualquier cosa o pequeño detalle le provoca una historia que su imaginación convierte en sueño y su habilidad con la lengua en hermosas palabras que nos ayudan a nosotros a recuperar nuestros sueños.
Puede ser el viejo reloj que un día se queda dormido y se despierta aterrado, sin que nadie hubiera reparado en el pequeño retraso. Pueden ser los zapatos que solo esperan la hora de marchar, metáfora del inamor, o el cazador que, frustrado por no haber logrado cazar ninguna pieza, se sitúa a la sombra del manzano, se queda dormido y nunca tuvo mejor caza, pero ahora no sabe qué hacer con Eva. Sueños en blanco y negro, reflejo de vidas anodinas. Hasta sueñan los koalas, sueñan que tienen alas que les permiten volar, pero el golpe a tierra les quiebra esos miembros soñados.
Sueños de escritores a los que les falla la memoria, porque acarrean demasiadas soledades juntas. ¡Hasta cien años de soledad! O de ángeles con alas ortopédicas que les obligan a renunciar a su condición angélica. También sueños encerrados en jaulas para que no se nos escapen.
La fantasía de María Elena Lorenzin se entretiene así mismo con realidades cotidianas. Son unos zapatos, un gato, una rana, una liebre que saltan de los microrrelatos de un joven escritor y le hacen soñar que pertenece a esas especies animales, pero hay días que se siente gata y eso le preocupa. O los consuelos de la mujer infeliz a la que el Espíritu Santo la gratifica con maltratos maritales solo los fines de semana y feriados.
Y así hasta la página final, derrochando imaginación, ingrávidas y agudas ocurrencias, juegos de palabras… porque la autora, aunque se alimenta de sueños, no se le escapan los manjares de la fantasía, ni precisa robarlos para vivir y no morir de anemia.
La brevedad, la concisión, el ingenio que fluye  a borbotones, marcan la línea de esta antología de relatos breves, escritos con un personalísimo acento. María Elena Lorenzín, desde la brevedad, homenajea al idioma. Su dominio de la gramática del microrrelato (títulos que ejercen eficazmente su función orientadora, economía lingüística, núcleos diegéticos explícitos o implícitos altamente condensados) suscitan en el lector la sorpresa, la sonrisa, la placidez y el deseo de elaborar su propia historia a partir de las bellas condensaciones de esta perseguidora de sueños, contratada  incluso para atrapar pesadillas.
Francisco Martínez Bouzas




Fragmentos

Atrapada
“La mujer intentó con mucho espero construir un enorme cazador de sueños. El suyo sería diferente de todos los que había conocido en su larga vida. Consumió años en la búsqueda de sus preciados materiales, plumas de quetzal, de cacatúas, de kiwuis, pero le faltaba la imprescindible: la pluma de águila. Su cazasueños aguardaba ahí, en el centro, incompleto. Un día, debilitada, decidió terminarlo aún sin la pluma de águila. Desde entonces, en algunos de estos atrapasueños se pueden vislumbrar en el fondo la silueta de la mujer”

El secreto de confesión
“Esto de ser mujer y encima virgen, es algo tremendo, te lo puedo asegurar, María Magdalena. No se lo deseo ni al más pintado. Fíjate que ni siquiera figuro en los diccionarios. En los altares soy segundota, primero está siempre el Hijo y los santos y demás beatos. La virginidad pasó a la historia. Tú sí que tienes posibilidades”

DefiSueños
“El sueño de Dios es un sueño eterno. El de los hombres un eterno sueño”

Allium ascanolicum
“la escogió con esmero, ni tan grande ni tan pequeña que no pudiera cumplir su función. Cuando llegó a casa, sin hablarle, las dos manos y comenzó a quitarle el ajustado ropaje. Finalmente, después de mucho forcejeo, el hombre la cogió con voluptuosidad y la puso así desnuda como estaba, encima de una gran tabla en la mesa de la cocina. Ella no pudo hacer nada, sólo hacerlo llorar mientras la picaba con destreza de un chef”
Estatua
“Que hoy me caguen las palomas. Que hoy no me caguen las palomas. Que hoy no me caguen las p…”
Consecuencias
“Se casaron un lunes de luna llena. Ahora no saben qué hacer con tantos lunares.”

(María Elena Lorenzin, Microsueños, páginas 11, 28, 34, 47, 49, 57)

miércoles, 3 de octubre de 2012

VIAJES A LOS MUNDOS DE LA LOCURA

Males de cabeza
Fran Alonso
Faktoria K de libros (Editorial Kalandraka), Vigo, 2007, 219 páginas.

  

En su versión original gallega  Males de cabeza significó el retorno de Fran Alonso al territorio literario que le vio nacer como creador, al margen de su trabajo en el periodismo de naturaleza cultural. Males de cabeza se suma, en la trayectoria del escritor como narrador a títulos como Trailer ( 1991 ), Premio Blanco Amor de Novela, Cemiterio de elefantes ( 1994 ), Silencio ( 1995 ), O brillo dos elefantes ( 1999 ), Cartas de amor ( 2006 ). Títulos de un escritor todo terreno en lengua gallega a cuyo perfil es preciso sumar sus obras poéticas y sus incursiones en el reportaje periodístico.
   En Males de cabeza escuchamos la voz de un narrador singular e innovador dentro del sistema literario gallego. En un reciente estudio sobre la narrativa gallega de finales del siglo XX, se etiqueta a Fran Alonso como visitante ocasional de lo que la autora considera narradores heterodoxos metaficcionales que reniegan de las categorías narratologicas fundamentales, como la del narrador o la del personaje. La misma construcción de la novela, traducida al español por Faktoria K de libros, fue atípica. El autor puso el texto en un portal de Internet a disposición  de los internautas para que actuaran sobre el mismo. El mismo título del libro ya proporciona indicios de su núcleo diegético. Sus páginas, en efecto, son un muestrario de las incontables locuras a las que somos arrastrados los seres humanos en tiempos y espacios muy propicios para la gestación de desatinos. La idea central de la propuesta narrativa de Fran Alonso, idea que actúa además como hilo conductor de la narración, no es otra  que la afirmación de que la demencia es un sombrero que se quita y se pone a conveniencia de los habitantes del mundo exterior. El sombrero permanece incrustado de forma permanente y definitiva en la cabeza de los locos oficiales. Ellos constituyen los universos dementes que nuestra sociedad, pudorosa y sanadora, esconde detrás de los muros, hoy quizás de cristal, de los modernos manicomios. Es la locura de los auténticos locos que el relato de Fran Alonso nos permite visitar, guiados por un maestro de ceremonias muy común: un loco que se presenta bajo las credenciales de gato, un gato triste y solitario. Desde el periscopio de su demencia divisamos los territorios de las diversas esquizofrenias, psicosis y paranoias.
   En el recorrido encontramos de todo. En relatos muy breves que el autor rotula con el mismo título ( “La Locura es un sombrero” ), el lector descubrirá el abanico polimorfo de las distintas locuras con estatuto propio: los locos de la unidad de agudos que se consideran perros, verdaderos bulldogs, aficionados compulsivos del botín criminal. Los paranoicos que juzgan y ajustician a los demás desde su baluarte alienado; los infieles neuróticos que patalean en ese océano grasiento e inmenso que llamamos psiquiátrico; a los obsesos del sexo, pequeños cánidos, moradores de las cavernas más profundas y totalmente desquiciados por violar a los felinos. En fin… a aquellos que ni siquiera saben quiénes son.
Fran Alonso
   Pero como la locura es un sombrero que, a conveniencia, se quita y se pone, luce también en la cabeza de los habitantes del mundo exterior. En veinte relatos de formato mayor, el autor nos muestra el mapa de las locuras cotidianas, las llamadas demencias de baja intensidad. En la actualidad nadie se libra de alguna de ellas. ¡Ni siquiera las vacas son capaces de evitarlas! Es en la recreación literaria de estas locuras cuotidianas  donde Fran Alonso luce sus armas de excelente narrador. El autor recrea ficcionalmente la existencia humana con sus derrotas, sus viajes hacia la nada de la demencia o hacia los interminables caminos de la angustia y del infortunio diario. Son prosas extremas que basculan entre lo carnavalesco y lo infinitamente humanos y en las que el autor luce sus armas de excelente narrador. Historias esperpénticas, mordaces, vitriólicas, estremecedoras, sumamente tiernas. De todo hay – los modelos de las locuras cotidianas  son infinitos – en este libro que se yergue sobre  una estructura dicotómica, que le hace justicia a las dos modalidades de demencia que la novela detalla, y  que recibe las influencias de la tradición literaria y cinematográfica comenzando por la intertextualidad con sus poemarios Tortillas para os obreiros y Pedramol e outros nervios. Motivos recurrentes que ya aparecían e su primera novela: la soledad, la incomunicación, el desengaño, la incomprensión y que en estos relatos nos son servidos bajo la indumentaria de la locura.

Francisco Martínez Bouzas

lunes, 1 de octubre de 2012

LOS RELATOS EUROPEOS DE MARIO MARTÍN GIJÓN

  
  
Inconvenientes del turismo en Praga y otros cuentos europeos
Mario Martín Gijón
RKK Ediciones, Oviedo, 2012, 209 páginas.

 
Hay buenos o incluso excelentes originales a los que una mala edición, una edición cicatera convierte en malos libros. Y estos ocho textos de Mario Martín Gijón, de tamaño medio, cercanos algunos a la novela breve, son un buen ejemplo. Más de doscientas páginas que exploran con la ficción los mapas europeos y lo hacen de forma más que notable, terminados de imprimir el día en el que se conmemora el cuadragésimo aniversario de la proclamación de las libertades de prensa en Praga -una ciudad de estas geografías-, no pueden ni deben hacer presente su recepción y consumo en un formato editorial de mini libro ni con un minúsculo tamaño tipográfico.
   El paratexto editorial no arruina sin embargo el libro de Mario Martín porque su escritura es de las que se defienden por si solas. En mi opinión, en efecto, estamos ante un narrador que ficcionaliza con soltura y profundidad una carga diegética de gran calado y que es preciso leer teniendo en cuenta sus dos grandes referentes: cuentos enmarcados en ciudades europeas, en la Europa gloriosa, continente adelantado de derechos y libertades y en la Europa que esclaviza a las personas, hace que se vendan o que por ella transiten como  seres clandestinos. Un registro culto, rebosante de connotaciones de la literatura y de la cultura europea, es otra marca de la casa de estos ocho relatos de Mario Martín.
   El libro, como digo estructura su bagaje diegético en ocho historias, cuya centralidad corresponde, en mi opinión, a la que rotula la publicación: “Inconvenientes del turismo en Praga”. Huyo de la tentación de convertirme es “spoiler” de esta historia de gran calidad y riqueza literaria. Simplemente apunto que es un relato sobre el desencanto: el artista escultor transita de decepción en decepción, hasta perder el rumbo y sentir la necesidad de convertirse en otra persona, por la Checoslovaquia comunista, por la ciudad de Praga donde parece que estaba surgiendo algo nuevo, por el Chile de Salvador Allende, por el capitalismo con el conformismo y la poca originalidad. Desencanto semejante al de una mujer española, sumida en una crisis sentimental, de turismo en Praga. Ambos personajes confluyen en el desenlace.
   Mas hay otros relatos de Mario Martín que merecen igualmente ser resaltados. Tales como “El último guerrillero” que  evoca un doble exilio: el del luchador antifascista español que rememora las jornadas inolvidables en que, cargado de tristezas, se ve obligado a abandonar la España republicana, los atentados a su dignidad y  a la de tantos compatriotas en Argelès-sur Mer donde fueron considerados por los franceses como “heces de la anarquía mundial” y su regreso a España con la fortaleza intacta para continuar una inútil lucha.  “Morir en Lisboa” es un viaje en tren a la ciudad de Lisboa para recuperar los recuerdos, la nostalgia y realizar un ejercicio de expiación tras lustros de olvido. “El destierro en Bugibba” es a su vez la historia de otro naufragio existencial, matrimonial, de enfrentamientos con el angustiado mundo interior del protagonista desterrado en Malta, con un final feliz que convierte el destierro en una esperanza, regalo de aniversario quizás de la esposa desaparecida. Y del Mediterráneo la escritura de Mario Martín nos trasplanta a otras cartografías y ambientes que conoce muy bien: Saint Avold, una villa de la región de Lorena en la que presenciamos los problemas y dificultades de enseñar alemán, provocados por los recuerdos de las pasadas afrentas germánicas y las conmociones del protagonista ante  los adolescentes. Es la historia del relato “Cuestiones de literatura alemana”.
   De semejante hechura, aunque localizados en otras ciudades o ambientes europeos (Oxford, Alemania, Polonia), el resto de los relatos anclados en geografías literarias, pero con protagonistas emergiendo de las mismas con sus historias de renuncias, trampas, esperanzas…
   Mario Martín orquesta  un ambicioso trabajo de esmerilado, no exento de connotaciones o pequeños guiños metaliterarios (un autor a veces autorreferencial que habla de si mismo, aunque disfrazado de traductor). El resultado son ocho láminas de historias de naufragios vivenciales, familiares, de seres enfrentados con su angustioso mundo interior.
   Sorprende la habilidad y agudeza con las que se formulan las grandes cuestiones del ser humano: la derrota, la esperanza, el desencanto, el deseo, el sometimiento, las trampas a las que los pobres emigrantes sucumben en la Europa rica…cobran vida en los personajes de estos relatos, hasta el punto de permitirnos vernos retratados en ellos. Las incorporaciones intertextuales que concentra el texto con referencias a la cultura europea y a la música, más sin estorbar, los fulgores de una prosa cristalina y muy elaborada convierten estas narraciones de Mario Martín en un producto literario de gran calidad, apto sobre todo para paladares que saben degustar la verdadera literatura.

Francisco Martínez Bouzas


Mario Martín Gijón

Fragmentos

“Pero qué digo. No me siento con fuerzas para criticarla ni culparla de nada. Desde esta habitación, cierro los ojos y me traslado de nuevo a la playa de Caparica por donde ayer paseé mi fracaso antes de regresar derrotado a este hotel donde agonizo. Veo las olas rompiéndose una y otra vez contra esos negros roquedos, y pienso que la marca del tiempo acaba por erosionar las convicciones más firmes y amenaza desmoronar los pilares sobre los que construimos nuestras vidas. Seguramente, si viviéramos doscientos o quinientos años, como según Philippe harán los hombres del futuro, no quedaría ninguna convicción incólume y cada persona se volvería ajena a lo que fue en su siglo anterior de vida. Si antiguos comunistas se convirtieron en reaccionarios, quizás con el tiempo se hicieran revolucionarios de nuevo. La fe  de las personas más convencidas terminaría por tambalearse, y los ateos más fervorosos quizás se estremecerían ante la duda”.

…..

“Nunca pensé que la libertad tuviera este rostro. Esta frase, patética, desencantada, quizás algo cursi para un escultor, suscita una cadena de preguntas. ¿Cuál? ¿Qué rostro? ¡Con qué facciones, con qué expresión? Por más que me esforzaba no lograba encontrar la expresión que convenía a la libertad que nos había llegado. Después de esperarla tanto no la reconocíamos, y hablo en plural porque creo que no era el único que se sentía confuso. (…)
Los rusos se habían ido, pero vinieron otros extranjeros, cuya presencia ruidosa y avasalladora impedía ver en qué nos íbamos convirtiendo nosotros. Nuestra Praga, la Mater Urbium en la que habíamos pensado como una princesa a la que había que rescatar del ogro soviético, parecía ahora una chica fácil y aburrida, deseosa de venderse a los visitantes. Las chicas praguenses  que en nuestra Primavera del 68 provocaban con picardía y desprecio a los toscos invasores militares habían dado paso, tras nuestra revolución de terciopelo, a las prostitutas de los innumerables clubs a los que acudían patanes con libras o marcos a gozar de una belleza inasequible en sus países. La melancolía y la resignación fueron arrolladas por una ola de chabacanería”.

(Mario Martín Gijón, Inconvenientes del turismo en Parga y otros cuentos europeos, páginas 39, 99-101)