domingo, 27 de octubre de 2013

PASEAR PERROS EN LA JUNGLA DE MADRID



 
Paseador de perros
Sergio Galarza
Editorial Candaya, Les Gunyoles (Avinyonet del Penedés) 2010, 134 páginas.


   Paseador de perros es una historia construida como ampliación de un cuento, “El Mapache”, argamasado con el cemento de los muchos kilómetros que el autor recorrió por las calles y parques de Madrid. En el regalo de la posdata que nos hace desde Malasaña, nos dice que la historia de este Paseador de perros pertenece más a la ficción que a la realidad, a pesar de su intención de contar la ciudad de Madrid desde los ojos de un cronista – crítico – hiperrealista. No obstante, todos los indicios nos empujan a catalogar la novela como una roman à clef. Sergio Galarza o su innominado alter ego en el relato, llega a Madrid en compañía de su novia, Laura Song y aquí, sin visado de trabajo, da comienzo el lado B de un disco sin éxito. El lado A es su ciudad de origen, Lima, el prestigioso colegio San Agustín. Cuando lo frecuentaba, su padre, es posible que al observar a los frailes españoles que lo dirigían, le decía al hijo que se hiciera cura; así tendría dinero, comida y mujeres. En el lado A, su ciudad de origen, se protegía de los problemas bajo la brazada de la seguridad afectiva que proporciona el estar en casa. Madrid en cambio es la intemperie, sobre todo para un tipo como él, sin los papeles en regla. La historia pues que relata Sergio Galarza es la de una huída. Como la de tantos emigrantes, “peregrinos de la ruta incierta de los anhelos” (página 7). Vive en Malasaña, antes en la Latina, emparentado con los topos. Comparte vivienda con dos chicas danesas y, hasta que rompe con su novia, acompaña su hastío con la música de Baxter Dury, Nick Drake o Sr. Chinarro.
   El protagonista se inicia en el único trabajo al que un sin papeles como él tiene acceso: paseando perros, cuidando gatos y limpiando la jaula de un mapache. Siete días a la semana, desde primera hora de la mañana hasta la noche, recorriendo los barrios y periferias de Madrid por un sueldo miserable. Un oficio que aporta piernas hinchadas, trituradas de tanto caminar. Asalariado de un perro, esa es su condición. Un oficio de solitarios, como solitarios son igualmente los dueños de esos animales, pero que no deja de encerrar ciertos placeres: diseccionar la ciudad, esa jungla, la cara oculta de una urbe que no captan los ojos y las cámaras de los turistas; sus gentes, la complejidad del trasporte público, las miles de incongruencias sociales. Husmear en los pisos, establecer el perfil de los dueños de los animales, reconstruir sus vidas, sus soledades.
   Se siente como agente secreto al servicio de una sociedad que no tolera que los enfermos de locura o depresión paseen sueltos por las calles, excepto los domingos. Y los que detecta ese paseador de perros es una ciudad enferma, que sufre de todo: alzheimer, esquizofrenia, parkinson, artritis, depresión crónica, miseria existencial, llevada a extremos inimaginables; expresiones congeladas por el dolor, traiciones, infidelidades, dejadez, intentos por restablecer en la memoria un orden identificable con la felicidad. El paseador de perros, como si fuera un psicólogo, acarrea ese trabajo extra de escuchar todas esas tragedias. Por eso concluye que los escritores deberían pasear perros para conocer esa otra vida que no está encerrada en las bibliotecas.
   La trama argumental, erguida sobre una estructura serpenteante, es varias cosas a la vez. Un aprendizaje inaugural e iniciático de la vida que permite que afloren las propias frustraciones del protagonista / autor que libera así su rabia. La insatisfacción de los sueños rotos que proyecta sobre el resto de los inmigrantes, contagiándose de los xenófobos lugares comunes: los rumanos, si no trabajan en la construcción, roban casas, la rumanas o son asistentas o prostitutas. Y la letanía continúa: chinos mafiosos, moros terroristas, sudacas brutos.
  
Sergio Galarza
Una historia corriente y al mismo tiempo dotada de gran excepcionalidad. Una epopeya cotidiana, sin gran pedigrí, pero llena de rabia. Un gran mural costumbrista, hecho con las pinceladas de la música, con el tono de una voz franca, sincera, llena de ironía. Ejecutado sobre la cara oculta de una ciudad donde la soledad es el cortejo de sus moradores. Así es la mirada reflexiva de un escritor al que seguramente no leerán las chicas de la línea 2 del metro madrileño, como el mismo Sergio Galarza describe a los autores enterrados en el anonimato de la indiferencia mediática. ¿El objetivo de esa mirada? La desolación de una ciudad a la que llegan muchos hombres y mujeres con la seguridad de comerse el mundo y, como los perros con pedigrí, se verán obligados a saciar su  apetito inmigrante, comiendo mierda.

Francisco Martínez Bouzas

viernes, 18 de octubre de 2013

CRONOLOGÍA NOCTURNA DE LA DESOLACIÓN URBANA



Cementerio de elefantes
Fran Alonso
Traducción de Iolanda Mato
Pulp Books, Cangas do Morrazo, 2013, 119 páginas

   Pulp Books, un sello de Rinoceronte Editora, que apuesta por ofrecernos en español algunos de los  títulos más representativos de la narrativa gallega actual, recala esta vez en Fran Alonso, un escritor polifacético y muy singular que frecuenta todos los géneros: periodismo cultural, lírica, narrativa en formato corto, novela, literatura juvenil). Cementerio de elefantes (Cemiterio de elefantes, 1994, en el original gallego) es la segunda aportación de Fran Alonso en el terreno de la narrativa, después de haber ganado en 1991 el Premio Blanco Amor con su novela Trailer. Fran Alonso es sin duda uno de los autores que han aportado propuestas innovadoras en las letras gallegas, como, por ejemplo, narrar en Trailer la vida de los camioneros gallegos por las carreteras españolas y europeas sin ocultar su visión del mundo. Algún estudio sobre la narrativa gallega de finales del pasado siglo ha etiquetado a Fran Alonso como visitante ocasional de las corrientes de narradores heterodoxos metaficcionales que reniegan de las categorías narratológicas fundamentales, como las del narrador o del personaje, entre otras.
   Cementerio de elefantes  es un viaje a la noche. A la noche de una ciudad portuaria, dura y clandestina como Vigo. Un viaje literario a las incontables náuseas de la noche, poblada de personajes atípicos, verdaderos antihéroes, que se debaten entre el sueño, la frustración, las extremas transgresiones. Son ellos personajes noctámbulos que hacen de la noche su hábitat, engullidos por la nocturnidad en sus encuentros depresivos, violentos o a veces sensuales y eróticos. Elefánticos en definitiva. Porque es una fauna de elefantes la que puebla la noche viguesa, que se desplaza, sorda e inexorable, hacia el amanecer.
   Al compás de las horas, nueve relatos breves recorren la urbe viguesa tras los pasos de esa fauna de elefantes. Son los protagonistas de la noche: licenciados o doctorandos reconvertidos e recogedores de basura; la cajera de un super que es víctima de un violador; vagabundos engullidos por las sombras en sus entrañas depresivas; la campesina del rural que inútilmente suplica que en la farmacia de guardia le vendan Voltarén para curar a su cerdito; la brutalidad verbal y profesional del dentista nocturno; periodistas desmotivados que deben llenar las ondas de contenidos estúpidos; guerrilleros aluniceros de iglesias; drogatas que con coca consuelan sus depresiones; insomnes incapaces de enfrentarse al día por las mañanas, fracasados incluso en el sexo, esclavos de ansiolíticos; taxistas estafados, piratas urbanos, vendedores de tabaco americano; prostitutas; caducos macarras, violadores, vagabundos atrapados por la noche en sus extrañas depresiones.
   De nuevo, y como en Males de cabeza, prosas extremas, conmocionadas que ponen ante nuestros ojos, de forma a veces vitriólica y estremecedora,, otras, sumamente tierna, las punzantes brechas de la posmodernidad.. Motivos recurrentes en ese ya gran macrotexto de Fran Alonso: la soledad, la incomunicación, el desengaño y las mil llagas y miserias de nuestros días en los espacios urbanos. Fran Alonso hace confluir a varios de sus elefantes nocturnos en un Refugio: “Corazones Solitarios”, todo un símbolo, una metáfora de la noche viguesa, esa noche que nos envejece a todos.
Narrados en primera o tercera persona, punteados los relatos al hilo del paso de las horas nocturnas, encadenando historias y personajes en una acertada y fructífera intertextualidad con obras anteriores. Es el caso de Lino, camionero en Trailer, o la mujer que trae cada día el barco de Cangas y consume su s jornadas haciendo tortillas para los obreros, que remite al poemario Tortillas para os obreiros. Escritura necesariamente fragmentaria y sobriedad narrativa que acrecienta el efecto sobrecogedor de estas historias. Altamente recomendable pues este libro de Fran Alonso, sobre todo para aquellos que quieran disfrutar en español de la estética del autor. Estética comprometida,  a la altura también de nuestro tiempo. Estética de lo que somos y de lo que tenemos, reflejada a través de estas historias tan hermosas como brutales y estremecedoras.

Francisco Martínez Bouzas



Fran Alonso

Fragmentos

“Traté de acelerar el paso porque sentía frío en las piernas, pero aquella falda tan ceñida no me dejaba caminar muy deprisa. Con el avance de la noche aumentaba el frío y los vagabundos que dormían en los portarles de las casas o de los comercios se cubrían con grandes cartones como queriendo amortiguar un poco su desgracia. Viejas rodeadas de bolsas de basura, jóvenes solitarios con el estigma de la heroína en los ojos ensangrentados, lúcidos personajes de gabardinas amarillas que un día decidieron perder la cordura, hombres con la botella de vino en las manos, todos personajes múltiples pertenecientes a una extraña fauna nocturna que me mantenía tan horrorizada como maravillada. Las noches en que acudo a visitar ami novio a la discoteca me recreo en ese paseo solitario que tengo que realizar para retornar a casa. Disfruto de él porque me mantiene expectante y hechizada dentro de esa moler en la que me he sumergido y eso hace que sienta pasión por la noche.”

…..

“La noche nos hace viejos prematuros. A todos. A los que estamos de este o de aquel ladote la barra, esa frontera que afortunadamente nos separa y que yo recorro incansablemente durante toda la jornada. Pero la noche nos gasta a todos, nos consume para envejecernos antes de tiempo.”

…..

 “Es la noche. Estoy acostumbrado a moverme entre la fauna de los que se van sin pagar, de los jugadores de billar, de los que piensan que ofreciéndole costo al camarero ya pueden ir de legales, de los que levantan las copas donde pueden, de los que se  encierran en los baños, de los que vienen a controlarte y vuelven de madrugada -o por el día- para levantarte el equipo de música, de los clientes habituales con derechos adquiridos, de los que, total, solo viene una vez, de los que quieren abrir cuenta porque son de buena familia, de los que vienen por la puerta a venderte dos botellas de wiski muy baratas, de los que saben de todo y te lo quieren explicar, de los que invitan a todo cristo, de los que salieron de casa sin dinero pero, ah, te ofrecen el carné de identidad, de los colegas que aseguran estar también de este lado de la barra.”

(Fran Alonso, Cementerio de elefantes, páginas 15, 59,62)

viernes, 4 de octubre de 2013

EN LA SORDIDEZ, SIN ASIDEROS VITALES




Hijos de la luz
Robert Stone
Traducción de Inga Pellisa
Editorial Libros del Silencio, 2013, 379 páginas.


   Temíamos lo peor, pero afortunadamente no fue eso lo que ha sucedido y la editorial independiente, que tiene como lema la frase de Pascual Quignard (“Un libro es un fragmento de silencio en manos del lector”), ha sobrevivido al inesperado fallecimiento producido recientemente de su fundador y director, Gonzalo Canedo. Y sigue apostando por la escritura abismal de Robert Stone (Nueva York, 1937), el novelista que, según John Banville, va directo al corazón del infierno moderno. De este “oscuro  sucesor de Conrad y Hemingway”, pero imprescindible clásico moderno en esa línea que va de Peckinpah a Cormac McCarthy, Libros del Silencio nos había posibilitado leer en español su obra maestra, Dog Soldiers (1973), galardonada con los grandes premios de la literatura norteamericana e incluida por Harold Bloom en su canon. Y su libro de memorias, Recordando los sesenta. La narrativa alucinatoria de Robert Stone es deudora de la Beat generation, de Ginsberg, Keruac o Cassady, de sus viajes a Vietnam y a Latinoamérica, de los alucinógenos y del free jazz.
   Menos dantesca pero tan desesperanzada como Dog Soldiers, es Hijos de la luz, una novela de los 80, publicada así mismo en la mitad de esa década. Otra novela post Hemingway, pero al mismo tiempo muy diferente del estilo, de los ritmos y tics del autor de El viejo y el mar. Se ha escrito que Stone hereda el realismo hemingwayano, pero al mismo tiempo lo trastoca, mostrando de forma realista lo irreal de la realidad más extrema (Rodrigo Fresán). Ese infierno moderno al que Stone baja sin tomar atajos, sigue siendo, en Hijos de la luz, Estados Unidos, un país contra el que el escritor proyecta toda su furia, precisamente porque lo ama.
   Robert Stone deja ahora el campo de batalla y el drama vietnamita y moja su pluma en las heridas  de otro campo de batalla, quizás no tan sangriento como Vietnam, pero igualmente paranoico: la industria cinematográfica,  con dos “héroes” igualmente dentro del volcán, dos seres destrozados, en caída libre (sí, like a rolling stone!), dos seres que, adictos a todo o víctimas de esquizofrénicas alucinaciones, eligen viajar al extranjero, a México en este caso, acompañados por todas las pesadillas del Sueño Americano.
   La novela, en efecto, pretende recrear el rodaje de una novela de Kate Chopin, El despertar, escrita a finales del siglo XIX y muy escabrosa para la época. El actor y guionista y adicto a casi todo, Gordon Walker, abandonado por hijos y esposa, con su carrera como actor y guionista que languidece, viaja a la localidad mexicana donde se ruedan los exteriores de la película para encontrase con una antigua amante que sufre el asedio de alucinaciones, fruto de una esquizofrenia descontrolada en ese momento porque ha abandonado el tratamiento médico con vistas a mejorar su actuación. Dos personajes extenuados a los que Stone pone al límite entre la sordidez, el valium, el alcohol y la cocaína.
   La narración del  rodaje y del viaje de Walker será la escusa perfecta para mostrarnos, no solo los hoteles desolados, los bares decadentes, el engañoso claroscuro de las luces artificiales, sino también las pequeñas y grandes miserias, el descorazonado tedio de los días y horas sin asideros vitales de esos dos seres encallecidos, paradigma de la fragilidad del ser humano. Seres descarriados -Stone ha sido definido en más de una ocasión como su apóstol- a los que el escritor, partiendo de irrelevantes anécdotas, conduce hacia una trágica colisión.
   Robert Stone es consciente de que su escritura está empedrada con episodios desagradables y negativos que derivan, como en Hijos de la luz, en novelas opresivas. Pero escribe así para darles coraje  a sus lectores, para que los perdedores, mientras pierden, no se aferren al millón de clichés cuyo estandarte es la derrota.
   Novela extraña, compleja, quizás con sobreabundancia de diálogos, diálogos intercambiados como en trance…donde nadie parece oír del todo lo que está diciendo el otro (Rodrigo Fresán).Ese es el estilo stoneano, con constantes guiños a W. Faulkner, Tennyson, Samuel Beckett, Kipling, Dikinson…y sobre todo a  Shakespeare, que parece el conductor del relato. Por algo su héroe o antihéroe, antes de emprender el viaje, acaba de representar El Rey Lear y Shakespeare era su última oportunidad. Después, una sucesión repesadillas en el desierto mexicano. Atrás, una sociedad en descomposición.

Francisco Martínez Bouzas




Robert Stone

Fragmentos

“Walker desayunó con una tostada de pan de centeno en la lúgubre cafetería. Una lluvia densa y constante martilleaba contra los cristales de las ventanas orientadas hacia el mar. El viento procedente del océano hacía repiquetear los cerrojos oxidados que las mantenían sujetas, y el agua se colaba por las molduras podridas y formaba pequeños charcos en el suelo de ajedrez.
Fumó y contempló la lluvia, sin prestar atención al periódico de la mañana, extendido ante él sobre la mesa coja.
Shelly se había ido mientras él aún dormía. Le había dejado una nota en la que le ordenaba que se quedara allí hasta que recibiera noticias de la agencia y que la llamara por la tarde.
Unos minutos después, cogió el periódico y subió  a recoger sus cosas y a esperar a que dejara de llover. Tan pronto como cerró la puerta tras de sí, se puso a la tarea de meterse más cocaína. No tenía ningún propósito firme para el día, solo el sueño de viajar al sur. Ese sueño le proporcionaba una felicidad contra toda razón, era auxilio y fuga. La coca lo tornaba diamantino, un anhelo místico. De pie junto a la ventana sobre el mar embarrado de lluvia, su sangre se aceleró ante la perspectiva. Sintió entonces que era todo cuanto tenía.”

…..

Llegó a su habitación justo antes de que  la mujer de la limpieza, colgó el cartel No molestar y se preparó aceleradamente una dosis. Con las prisas se echó más de los que había pretendido; el efecto no fueron la euforia ni los horrores, sino un confuso entusiasmo sin objeto. Por lo pronto, se sintió como si hubiera reemplazado sus verdaderas emociones, cualesquiera que fueran, por otras artificiales, artificialmente saborizadas. Esta vez, al salir llevó consigo una papelina de coca en la bolsa de la playa, envuelta en papel de aluminio para evitar que se deshiciera con el calor.”

(Robert Stone, Hijos de la luz, páginas 94, 245-246)

martes, 1 de octubre de 2013

EN BUSCA DE LA ERRANTE ISLA BALLENA



 

La asombrosa conquista de la Isla Ballena

Ramón Loureiro

Prólogo de Basilio Losada

Eurisaces Editora, Chandrexa de Queixa (Ourense), 2013, 120 páginas.



   En Eurisaces, una nueva editora independiente, que toma su nombre del legendario panadero romano que abastecía de pan a la urbe de la capital del Imperio y a las legiones romanas, publica Ramón Loureiro la cuarta novela de un personalísimo microtexto, escrito bien en gallego, bien en castellano y del que forman parte O corazón portugués, As (Las) galeras de Normandía y León de Bretaña. Este libro es pues la culminación de una saga sobre la Tierra de Escandoi, esa parte de territorio de la Galicia mágica, la olvidada e irreductible Galicia del Norte situada entre Mondoñedo y Ferrol, a la vez anverso y reverso de la Última de Todas las Bretañas.

   Continuadora pues de la mitología atlántica, la pluma de este narrador insólito, como en su día lo definió Miguel García Posada -nos lo recuerda el prologuista Basilio Losada-, escribe, como hace más de diez años  decía en su autobiografía, para intentar que las voces de los muertos no se marchen para siempre. Y a fe que los muertos hacen acto de presencia en esta su última propuesta narrativa, pero el relato no gira sobre ellos, sino en torno a una fabulosa aventura, relatada con abundantes ingredientes de humor.

   Novela, sin embargo, entre la ensoñación y la realidad, como todas las suyas. También tan ultrarrealista que exige para acercarnos a ella y gozar de su escritura, aceptar los asideros en los que se sustenta. Importancia en primer lugar de las geografías imaginarias, de esa inmensa fortaleza de los que el Círculo de Eranos llamó imaginal, ese pensamiento simbólico que todo lo convierte en símbolo, pensamiento totémico que integra en el signo lo indesignable; acertada mediación entre el transfondo romántico de nuestra tradición preindoeuropea y la estructura ilustrada de nuestra tradición indoeuropea. Amalgama, pues, de mito y logos. En segundo lugar, vulneración o debilitamiento de las leyes de la lógica clásica, la onto-lógica, basada en los principios de identidad y contradicción y su sustitución por otra, por ejemplo la dialógica o lógica del pensamiento complejo en la línea de Edgar Morin, que integra las contradicciones en el pensamiento. Por eso la narrativa de Ramón Loureiro, y este libro es una muestra manifiesta, supera los antagonismos de los axiomas aristotélicos: (“Uno es evidentemente dos y a veces más de dos”). Confusión entre vigilia / sueño e importancia de este último: (“Mientras duermo, de vez en cuando sueño que estoy corriendo”). Comunicación entre el reino de los vivos y de los muertos. Gran dominio del humor y de la ironía que recae incluso sobre el propio proceso de escritura de la novela: (“Vaya libro estamos escribiendo, un revoltijo tremendo”).

   A partir de estos principios o postulados (incluso axiomas, si los consideramos como “semillas”), construye Ramón Loureiro su novela. Partiendo de la Tierra de Escandoi, alli donde la Última Bretaña vigila la marcha del sol hundiéndose en el Atlántico, un narrador en primera persona, un difunto y delirante fantasma, habitante del refugio del papel y de la tinta, hace de cronista de la fantástica aventura que discurre a través de los preparativos, viaje a través del Océano en busca de la Isla Ballena, así como su conquista. El viaje y la ocupación están dirigidos por León Daniel María Bonaparte, el Emperador Alado, que asume el reto de extender más allá del mar las fronteras de su reino de la Vía Láctea, envés de la Última de las Bretañas posibles, conquistando para ello la Isla Ballena. El viaje parte, como ya quedó señalado, de la Tierra de Escandoi, pero no será por mar, sino por aire, en globo dirigible, el Magno Navío de los Cielos, capaz de quebrantar las leyes de la física y portar en su interior un regio y gigantesco ejército, en el que no faltan los elefantes. Pero como la realidad suele mermar los sueño, la Isla que navega queda reducida a los que es: el viejo cuerpo de un cetáceo al que, no obstante, conquistan de hecho y de derrcho, a pesar de los dáimones  que la habitan y que terminan huyendo a nado. No hallan reliquia alguna de San Brandán, pero sí un ermita con campanas de niebla. Y sobre la Ínsula Errante queda la bandera del reino de la Vía Láctea, dorso de Galicia del Norte, espejo de los muertos (página 119).

   Y así los que únicamente son sombras de un sueño o ni siquiera eso, regresan felices tras haber visto a nuestra Señora, que les habla a través de San Rosendo, de cuya Academia es miembro, por cierto, Ramón Loureiro.

   La inabarcable  capacidad de Ramón Loureiro de imaginar lo que no existe, vertida en esta pieza de literatura ultrarrealista, pero muy alejada de esos productos de consumo del género fantástico, reviste su historia con   labores y encajes líricos de ambientes, personajes y situaciones muy elaborados. Una lengua poética fuerte, muy apropiada sin duda para fundir lo real y lo imaginario en este universo hecho de sueños.



Francisco Martínez Bouzas








Fragmentos



Nadie podrá negar esta vez que las Factorías Imperiales, rozando el milagro, son muy capaces, cuando se lo proponen de trabajar rápido y eficazmente. Estaba yo tirado a lastre en el sofá, en chándal y cubierto con una manta, comiendo pipas y mirando en la televisión de los muertos la repetición de un reportaje sobre los años de Don Joyce en París y sobre cómo ni el Señor Torrente Ballester ni Maese Faulkner se atrevieron a hablarle al novelista admirado, que ya se sabe que no era de nación inglesa sino todo lo contrario, al verlo tomar café en su mesa de costumbre -solo y casi ciego con aquel aire suyo de estar siempre al borde del ataque de pánico si aparecía, por ejemplo, una rata-, cuando el propio Manolo Merlín Nigromante vino a traerme el recado de que el Gran Globo Dirigible, el Nuevo Navío de los Cielos, está acabado.”



…..



“Llegados a este otro punto, tengo que admitirlo: ya no sé muy bien quién soy. Porque unas veces soy yo, sí, quién puede dudar que en efecto lo sea. Pero de vez en cuando, aquí en el Reino de la Vía Láctea, y como a nadie se le escapa, también soy un poco otros, y no siempre me doy cuenta pronto ni del cambio: ni de que la metamorfosis se ha producido, ni de quién me ha transformado.

En realidad, ni siquiera acabo de aclararme, tampoco, con la verdadera procedencia de los recuerdos que todos estos cambios traen consigo.

-Nada te turbe, hermano: los ecos de los muertos -así es- nos habitan a veces de una manera muy extraña.”



…..



XXV

HIJOS DEL PASADO Y DE SUS NIEBLAS



“Hechos en buena parte de memoria, de lo vivido y de lo soñado, los habitantes de este reino y de estas páginas, alimento de los recuerdos del futuro o quizás simplemente nada, somos hijos de las nieblas del pasado. Lo cual nos obliga, hasta  a bordo de una nave como esta, del Gran Globo dirigible que va a la procura en medio del Océano, de una errante ínsula que es cetáceo,  arrastrar con nosotros -además de abundantes melancolías, tristezas y cicatrices varias, dolores mayormente del alma; de ese alma que hemos perdido, pero jamás olvidado- algunos miedos importantes.”



(Ramón Loureiro, La asombrosa conquista de la Isla Ballena, páginas 65, 71, 89)