Jean Echenoz
Traducción de Javier Albiñana
Editorial Anagrama, Barcelona, 2013, 98
páginas
Concentrado de arte, talento de
miniaturista, un libro de despojamiento emocional…la reacción de la crítica
francesa ha sido prácticamente unánime a la hora de juzgar este libro de Jean
Echenoz, publicado en el país vecino el pasado año. El éxito entre los lectores
no ha sido menor, colocándose en la segunda semana de su aparición en el primer
puesto en el ranking de ventas, por delante de J. R. Rowling y Patrick
Mondiano. En España la situación es similar: Anagrama lo edita por primera vez
el pasado septiembre y en este mes de octubre aparece la segunda edición. Hablo
de la última novela de Jean Echenoz (Orange, 1947), titulada 14 evocando de la Gran Guerra que se
inició ese año, en 1914.
Una novela breve que no alcanza las cien
páginas y en la que el escritor francés, ganador de todos los premios
literarios franceses, entre ellos el Goncourt, en un nuevo giro de tuerca
después de su exitoso tríptico biográfico protagonizado por el músico Ravel, el
atleta Zátopek y el ingeniero Nikola Testa, escribe sobre la primera Guerra
Mundial, ofreciéndonos en un formato breve un gran fresco histórico de cuatro
años de intensa e indiscernible barbarie.
La pluma de este exquisito escritor francés
describe, en efecto, avanzando junto a los soldados, las interminables jornadas
de la Gran Guerra, acuciado de nuevo por la realidad, por los papeles y el diario
de uno de los miles de soldados muertos, que por casualidad llegó a su poder.
De esto modo, y una vez más, Echenoz resucita muertos para que compartan con
los lectores sus calamidades. Testigo omitido pues del horrendo mosaico de una
guerra que iba a durar dos semanas y se prolongó durante más de cuatro años.
En su aproximación a la gran carnicería,
Echenoz se sirve de cinco amigos de la provincia de la Vendée. Pero todo
arranca con un paseo en bicicleta del joven contable Anthime, bajo el espléndido
sol de agosto. Con él nos metemos de lleno en el estupor, en el dramatismo y en
las transformaciones que la guerra genera en cinco amigos de la Vendée. El
unísono tañido de las campanas de todas las iglesias, su toque de rebato es el
introito de la primera guerra industrial, “una sórdida y apestosa ópera”.
Anthime se alista en una guerra a la que los franceses consideran casi una
excursión de fin de semana por la campiña. También lo hizo su hermano y sus
tres amigos. Todos son enviados de inmediato a la contienda. Atrás, en la
retaguardia, queda Blanche, embarazada, con una historia de amor a tres con los dos hermanos. También su
familia propietaria de una industria del calzado. Enviados a luchar en una
conflagración en la que la tecnología
está por encima del hombre y que se convertirá en la mayor carnicería que
conoció la historia, tal como Echenoz nos muestra en el agónico capítulo 8 que
describe el fragor de la batalla. Y como contrapunto paralelo a las terribles
experiencias en el frente, el narrador de 14
relata la vida de la ciudad de origen de los jóvenes soldados, haciendo así
presentes las relaciones entre los personajes y, sobre todo, la historia de
amor entre Blanche y los dos hermanos.
De este modo, con un concentrado de arte,
una inigualable precisión poética, una escritura tan incisiva como minimalista
–“la última miniatura de Echenoz” para algún medio periodístico- , a la vez
delicada y burlona, Echenoz sumerge al lector en la carnicería apocalíptica con
diez millones de muertos y cuarenta de heridos. Un matadero de jóvenes
confiados en medio de “tempestades de acero”, como describió Jünger la Gran
Guerra.
Una
estructura contrapunteada (frente-retaguardia), la acuidad del autor para hacer visibles con precisión
milimétrica las experiencias a las que se enfrentan los incautos soldados, el
coctel de humor, ironía y horror, la condensación miniaturística, la
plasticidad de muchas imágenes, ciertos párrafos cortos, cincelados, que el
lector recibe como fogonazos (“Y así, parecía restablecerse el silencio cuando
un caso de proyectil rezagado surgió sin que supiera cómo ni de dónde, breve
como una posdata”, página 65) son algunos de los elementos formales que explota
el autor con la finalidad de crear un estilo literario tan preciso como elocuente,
un artefacto literario contundente para hacer perfectamente visible ese momento
de la historia del siglo XX en el que el
hombre se encuentra con su original orden animal -de ahí la presencia de tantos
animales en la páginas finales de la novela-, y cuyo significado último lo
delata el hecho de que los amasijos de carne putrefacta esparcida por los
campos los forman trozos humanos, cadáveres de bueyes, caballos y ratas.
Elocuente metáfora para describir un siglo de gélida animalidad que hizo saltar
por los aires la vieja estabilidad y nos sumergió en una centuria de inusitada
barbarie.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Regresarán
todos ustedes a casa, prometió el capitán Vayssière, levantando la voz en la
medida de sus fuerzas. Sí, volveremos todos a la Vendée. Ahora bien, un punto
fundamental. Si mueren hombres en la guerra, será por falta de higiene. Lo que
mata no son las balas, sino la falta de aseo, que es nefasta y que es lo
primero que deben ustedes combatir.”
…..
“Entretanto,
mientras la orquesta cumplía su cometido en el combate, el brazo del barítono
resultó atravesado por una bala y el trombón cayó gravemente herido: el corro
fue estrechándose y, aunque su formación hubiera quedado mermada, los músicos
continuaron tocando sin emitir una nota discordante, hasta que al retomar la
estrofa en la que se alza el estandarte sangriento, el flauta y el viola
cayeron muertos. (…)
Anthime
vio, creyó ver de nuevo a unos hombres taladrar a otros ante sus propios ojos,
dando a continuación un fuerte tirón para extraer la hoja de los cuerpos por
efecto del retroceso. Con las manos crispadas en el fusil, se sentía ahora
listo para perforar, ensartar, traspasar el más mínimo obstáculo, cuerpos de
hombres, de animales, troncos de árboles o cuanto se le pusiera por delante.”
…..
“Los
soldados se aferran a su fusil y a su machete, cuyo metal oxidado, empañado,
oscurecido por los gases, apenas reluce ya bajo el fulgor helado de las
bengalas, en un ambiente corrompido por los caballos descompuestos, la
putrefacción de los hombres caídos y, en zona donde están los que se mantienen
más o menos derechos en medio del lodo, el olor de sus orines, de su mierda y
de su sudor, de su mugre y de sus vómitos, por no hablar de esos pegajosos
efluvios a rancio, a moho, a viejo, cuando en principio están en el frente y se
hallan al aire libre. Pues no: huele a cerrado, el olor se extiende sobre las
personas y en su interior, tras las alambradas de púas de las que cuelgan
cadáveres putrefactos y desarticulados que a veces sirven a los zapadores para
fijar los cables telefónicos…”
(Jean Echenoz, 14,
páginas 26, 49-50, 61-62)
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