martes, 7 de febrero de 2012

LA FAMILIA, TERRITORIO HOSTIL

La vida y las muertes de Ethel Jurado
Gregorio Casamayor
Acantilado, Barcelona 2011, 3002 páginas.


No solo se han apoderado de su cuerpo, también han colonizado su mente. Lo presentíamos desde el principio, cuando non enfrentamos con ese fractal número 1, el del hermano, Enrique Jurado. Mas solamente al final, cuando sale a la escena la amiga y confidente, percibimos el porqué y quedamos sobrecogidos por el dolor, la humillación, el miedo, la angustia, la rabia y la absoluta impotencia de Ethel Jurado. El inconfesable martirio, la muerte en vida de una víctima  de la más abyecta violencia doméstica que hizo de su vida un infierno. Jamás  podremos evadir nuestro pasado, las heridas mal curadas nunca dejan de supurar y casi siempre terminan siendo el germen de espantosas tragedias personales y familiares. Tal es el caso de Ethel Jurado y el de su familia, culpables por acción u omisión y que Gregorio Casamayor nos hace presente en una de las novelas más sobrecogedoras, demoledoras e impactantes leídas por mí en los últimos meses. Porque el novelista narra un drama real y mucho más frecuente de lo que se suele creer, y proyecta así mismo sobre el lector la urgencia de averiguar cómo es exactamente Ethel Jurado, la razón de su comportamiento errático, de su huida del mundo y cómo alguien de tu propio entorno familiar te puede marcar de tal modo que sólo te sientes a salvo cuando no los ves ni los oyes.
Gregorio Casamayor es un escritor tardío. Un libro de relatos y la novela La sopa de Dios, galardonada en la Semana Negra de Gijón el pasado año, es su bagaje. Al que se añade ahora La vida y las muertes de Ethel Jurado, su tercera propuesta. Con ella, me atrevo a decir, honra a ese tipo de Literatura que es necesario escribir con mayúsculas, porque, frente a la abominación de cierta literatura actual en la que, como diría Deleuze, todo el mundo cree que para escribir una novela basta con tener un padre abusivo – tal es el caso del presente relato -, es capaz de comprender que la verdadera acción narrativa tiene que ver con fuerzas salvajes y universales a las que implica empujando al lenguaje hasta sus últimos límites.
La vida y las muertes de Ethel Jurado está protagonizada por una mujer joven que desaparece un día del hogar familiar. Sin embargo, serán otros, un hermano, un amigo, su ex – novio y una amiga confidente, los que se encargarán de reconstruir el puzzle vital y el drama de la protagonista. La técnica del narrador es la del fractal. Cuatro cortes efectuados en la vida de los cuatro personajes que nos permiten analizar sus propias existencias y, a través de lo que dicen, poco a poco irá comprendiendo el lector la tragedia que Ethel no es capaz de desvelar, pero que la convierte en una víctima que se siente sucia y culpable, condición de la que solamente podrá desprenderse a través de la huida. Conocemos, pues, la vida de Ethel Jurado gracias a la sutura de miradas ajenas, que también traslucen sus propios dramas personales.
La mirada del hermano, un personaje que intenta engañarse a si mismo, radiografía poco a poco las miserias de la familia, la condición de verdugo del progenitor, la complicidad con un silencio  obsceno, del que es responsable sobre todo la madre. Por el sabemos que cuando la protagonista da el gran portazo, se abre un paréntesis en sus vidas que no saben cerrar, y la familia se convierte en territorio hostil. A través del amigo, Gerard Pruma, nos enteramos de los comportamientos erráticos, del desdoble de Ethel (una Ethel estupenda y alegre y otra taciturna), de sus crisis frecuentes, diagnosticadas como trastorno bipolar, de las amenazas por parte del padre de incapacitarla y, sobre todo, de que en la familia Jurado había alguna cosa que olía a podrido y de que la hija Ethel era el vertedero. Marcos Recaj es el novio y, a través de su testimonio, el lector comienza a intuir el porqué del drama de Ethel. Sus palabras ahorran comentarios: “Dormimos juntos esas siete noches sin que llegáramos a hacer el amor; había barreras físicas y psicológicas que yo no podía superar sin generar en Ethel una angustia enfermiza. Cuando intenté hablar del asunto con ella, para dejarle bien claro que no me importaba, que podía esperar hasta que ella se sintiera segura, Ethel se mostró esquiva, rehuyó una y otra vez hablar de ese asunto (…) Después de un par de semanas de convivencia, Ethel y yo pudimos hacer el amor. Fue ella la que me dijo que estaba preparada, pero no era cierto, lo hizo porque creía que estaba en deuda conmigo. Ella sufría, Ethel sufría tras cada roce, por más que se mostrase animada y cariñosa se iba tensando poco a poco hasta que se quedaba paralizada” (páginas 186, 188).
Mas será finalmente la amiga y confidente, Laura Morillo, una chica con conflictos de identidad y en cuya casa también cocían habas, la que nos permitirá conocer las causas del miedo paralizante de la protagonista. Los verdugos son su padre y su hermano mayor que se turnan en asaltar subrepticiamente su cuarto. Los cómplices del martirio, la madre y el hermano menor con sus silencios culpables. Ethel se sentirá sucia por los que le obligaban a hacer. Sucia y culpable. “De todos los daños que el verdugo puede causarte, quizá ese sea el más terrible, cuando te hace sentir culpable de tu propia desgracia (…), cuando te exige que anudes la soga que ha de servir para colgarte” (pagina 248).
En la novela de Gregorio Casamayor hallamos algunos de los ecos de los temas esenciales de la literatura y de los personajes clásicos, transportados a nuestros días a través de una escritura que genera atmósferas asfixiantes, en las que los secretos, las insinuaciones, los guiños son el hilo conductor de la acción narrativa y el instrumento eficaz para mantener el suspense. Un buen ejemplo, por otro lado, de los que se ha llamado literatura fractal. Relato deudor, así mismo, de las técnicas de la novela negra, sin pertenecer como tal al género, porque aquí no actúa ningún detective, pero si que hay delitos, una víctima y delincuentes por acción u omisión.

Francisco Martínez Bouzas
                                                       



Gregorio Casamayor


Los asaltos

“Imagínate que estás quieta en un lugar, me dijo Ethel, y que de repente levantas la vista y ves cómo un objeto duro, afilado, va a caer sobre ti, pero tú no puedes moverte y, sin embargo, sabes que estás en la trayectoria de ese objeto y que te va a golpear, y por más que lo intentas, no puedes zafarte, parece que estés parada ahí para recibir ese golpe. ¿Te imaginas cómo se te aceleraría el pulso y el latido del corazón?, ¿puedes sentir el sudor frío, la angustia, el pánico ante la inevitabilidad del impacto? Pues así me he sentido yo cada noche durante trece años, y la angustia se intensifica con la espera, así que una acaba pensando: es preferible hoy que mañana; mejor cuando me acuesto que en plena madrugada; lo que tenga que ocurrir, que pase cuanto antes”

(Gregorio Casamayor, La vida y las muertes de Ethel Jurado, página 292)