Mujer perro
Carola Aikin
Editorial Páginas de Espuma, Madrid, 2012, 165
páginas.
Carola Aikin, formada literariamente en uno de esos
talleres de escritura creativa, aquí se encuentra y nos encuentra con este su
segundo libro de cuentos, enfrentada a si misma, como le dijo su maestra Clara
Obligado y lactando de ese misterioso y caprichoso manantial que es la
inspiración o dicho quizás con palabras más apropiadas: de la magia de la
creación. Y en una especie de viaje en espiral, como ella misma se define. En
espiral porque, en buena medida, la substancia más profunda de los relatos de
Carola Aikin está simbolizada en el dibujo que ilustra la portada, de la
autoría de su propia hermana, Helena Aikin: la mujer ser racional e irracional
a la vez, suturada a su sombra inferior, a su lado animal, salvaje, condición
que, por cierto comparte con el varón. Seres femeninos “sapiens” y úbricos en
“su lucha por controlar ese lado salvaje y a la vez vivir”, como lo expresa la
misma autora.
Por eso mismo, ya de entrada, me parece
oportuno un detalle del paratexto: la estrofa de de Jeannette Winterson que inaugura esta colectánea de
cuentos: “Soy demasiado inmensa para el amor. Nadie, ni varón ni hembra, se ha
atrevido jamás a acercárseme”.
La arquitectura compositiva de la obra de
Carola Aikin se yergue sobre dieciséis cuentos de desigual extensión, aunque
predominan las distancias cortas. Y una novela breve, “La expedición” por cuyo
trayecto circulan varios personajes con los que nos hemos familiarizado en los
relatos.
Clara Aikin articula esta antología de
textos de recompensa inmediata a base de un desfile de personajes y con una
idea subyacente: la búsqueda de la identidad, la urgencia por definirnos en el
maremagnum de las relaciones sociales con las que interactuamos y que, en buena
medida, también nos constituyen. Explora pues la escritura de Carola Aikin lo
más recóndito de nosotros mismos, que suele forjarse non en los contactos
beatíficos, sino en los conflictivos. Una exploración que detectamos ya en el
primer relato: una hembra, que vislumbramos como mujer y como gorila. La mujer
sirena, a la vez también mujer perro, que luce su cola en el segundo relato, es
así mismo un interrogante sobre la identidad cuando poseemos o somos poseídos. En
otros cuentos como “Mujer cubo” la incógnita se refiere a los trabajos
realizados. ¿No son también acaso ellos los que nos van definiendo, muchas
veces entre desagradables sorpresas? Y con similares procedimientos en el resto
de los cuentos, en una pugna por
aproximarse al menos a los aledaños del propio ser, entre luchas, conflictos y
tensiones.
La micronovela, tan extraña como estos
cuentos protagonizados por seres metamorfoseados que ahora reaparecen de nuevo
en una expedición por África, desbordados por sensaciones de desconcierto,
extravíos, ansiedad. El terror y lo siniestro tiñe la atmósfera de la que
respiran y muy pronto en el grupo impera la máxima hobbesiana: el hombre, un
lobo par el hombre que, traducida al lenguaje de hoy, le hace decir a uno de
los expedicionarios: “nos devoramos unos a otros”. Presos y depredadores,
aunque solo sea simbólicamente.
Los textos de Carola Aikin, rebosantes de
referencias a la animalidad, a lo
zoológico, harán pensar a más de un lector en las tesis sociobiológicas que en
pasadas décadas intentaron explicar la conducta humana únicamente desde
nuestras raíces biológicas. No obstante, las prosas de Carola Aikin non caen en
tal asimilación. Sus metamorfosis no traspasan el umbral de lo simbólico y el
animal se nos presenta como un ser diferente, eso sí, inquiriéndonos a veces de
forma desconcertante desde su alteridad. Por otra parte, en alguno de los
cuentos la autora apuesta inequívocamente a favor de la singularidad, la
singularidad de esa progenie de mujeres perro “que no tienen rango, no se
pueden domesticar” (página 74).
Todo esto, tejido con una lengua a veces
exquisita, otras henchida de imágenes y texturas de gran potencia, hacen que el
lector de Carola Aikin se sienta atrapado por estas paginas repletas de
interrogantes.
Francisco
Martínez Bouzas
Carola Aikin |
Fragmento
“Ella
se llama Gina, Gina andares de reina, Gina cabellos rojos y largos, bellísima
entre las bellas orangutanes del harén. Al amanecer Gina juega a besarse en la
boca con sus crías (…) En uno de los nidos de arriba duerme el macho, el gran
Gambar, y la nueva hembra que le acaban de traer. Los demás nidos los ocupan
las otras hembras que para Gina no tienen la menor importancia pues no han
podido concebir. Gina hace todo el ruido que puede para despertarlas y cuando
lo ha logrado les roba sus raciones de caña de azúcar y mandioca y se lo lleva
todo a la gran piedra que está en el centro de la jaula, donde espera a que
baje Gambar para hacer con ella el amor. Así es como Gina, con el vientre
apoyado en la piedra, conquista al gran macho casi todas las mañanas (…) La
becaria entiende perfectamente el mensaje de los ojos pequeños, vivos,
ligeramente asimétricos de Gina. Le dice lo mismo cada día, cuando se planta
ahí, frente a la jaula, cronómetro en mano, bolígrafo o lapicero rojo, hoja de
datos preparada, melena lacia, dos senos grandes que estallan dentro del
sujetador. Tetona le dice.
Camiseta apretada, pantalón caqui, como de expedición, pies largos y estrechos,
sandalias doradas. Me encantan tus sandalias, pero odio tus ojos. Y Liliana baja la vista al suelo. Borracha,
te odio. ¿Con quien estuviste ayer”.
(Carola Aikin, Mujer
perro, páginas 70-71)