domingo, 10 de junio de 2012

"APUNTES DE MEDICINA INTERNA", LA MEMORIA PERDIDA Y LAS FALSAS APARIENCIAS

Apuntes de medicina interna
José Manuel de la Huerga
Menoscuarto Ediciones, Palencia, 2011, 198 páginas.


En cada familia suele esconderse un puzzle oculto o semioculto cuyas piezas no resulta fácil encajar, sobre todo cuando lo que salta a la vista es la historia oficial. La otra acostumbra ser invisible como la parte oculta del iceberg. Tal es el núcleo de la historia que el narrador José Manuel de la Huerga (1967) traslada a los lectores en este Apuntes de medicina interna, que en realidad nada o muy poco tienen que ver con la medicina sino con una historia familiar. Dos fechas (abril-octubre de 1993) jalonan temporalmente esta historia que el escritor nos ofrece en un relato sin fisuras.
En la primera de ellas un recién titulado en medicina se establece en una vieja casona familiar, en El Castril,, un pueblo costero de Cantabria. Acude allí con la excusa de preparar el examen del MIR. En realidad, sin embargo, solo desea estar al lado de una amiga de juventud, un amor adolescente, la chica del bar. Ella será una de las mujeres decisivas a través de las que se canaliza el relato, a la vez que, incluso sin pretenderlo, arrastra al recién titulado por paisajes inquietantes y estancias adúlteras. Y junto con su suegra enciende en él la chispa que le fuerza a investigar la vida del abuelo, eminente médico rural de la comarca.
El protagonista busca desde ese momento la hebra del pasado y, a través de la conversación con estas dos mujeres, irá descubriendo la versión oficial de la vida del abuelo, un médico de la montaña, de mineros y de pescadores y, que a pesar de ser afecto al Régimen, atendía en sus invernales a los enfermos o heridos del maquis que apenas aparecen en la novela, pero que cuando lo hacen actúan como elemento simbólico, como la balanza en la que contrastan su moral los miembros de la familia, y actúan de preanuncio de las falsas apariencias, de las realidades familiares escondidas en las sombras y que nadie quiere ni se atreve a destapar.
El encuentro con un hermano de su madre, la bestia negra de la familia, contagiado  con el Sida, comienza a poner en entredicho la sacrosanta biografía oficial del abuelo. Aparece entonces otra mujer, Sarah, que ayuda al protagonista a encauzar sus sentimientos y deseos y sobre todo esos apuntes familiares en los que se ha convertido su estudio del MIR. Será así como el protagonista comience a descubrir  la otra parte de la vida del abuelo, aquella que no aparece enmarcada en la orla de honor familiar. Su parte más íntima. La relacionada con las pasiones, la parte de cintura para abajo, que nadie quier ver porque puede enturbiar un expediente profesional y personal impoluto. Es la parte sumergida en la que entran las ausencias del hogar, la dejación de las funciones paternas y la callada afección al Régimen, que le permite auparse a las estructuras de poder.
Medio siglo pues de historia familiar en una operación de rastreo de la que surgen “héroes” de carne y hueso. “Héroes” familiares con luces y sombras y, sobre todo, con el cruce de ambas de las que sale a flote la historia extraoficial de la familia. La doble vida del abuelo, una infidelidad de dos décadas, los  tejemanejes y componendas con los poderes políticos para conseguir la dirección del Hospital Marqués de Pedreña.
La narración de José Manuel de la Huerta  avanza entrecruzando acontecimientos del presente del relato con recuerdos de la niñez. Un presente que mediante analépsis remite constantemente al propio pasado del protagonista, convirtiéndose así la novela no solo en un relato de la complejidad de las relaciones familiares y sobre las falsas apariencias, sino también en una novela de formación.
Relato que fluye pausado, sin fisuras, en un ritmo sereno, sin forzar nada y sirviéndose de un lenguaje cuidado y a la vez compresible con una plausible reproducción del habla coloquial dialectal de Cantabria, cuando intervienen personas del pueblo, que aclimata con autenticidad el relato al corazón de las montañas y marinas cántabras.

Francisco Martínez Bouzas


José Manuel de la Huerga

Fragmento

“Volví a la carga, le argumenté a Marieli que esa noticia era un bulo de El Castril, en todo pueblo tiene que haber una mentira que a fuerza de decirse se convierte en verdad. Me dio más datos, los mellizos no eran tales, mi abuela aprovechó la coincidencia de ambos embarazos, el suyo y el de Virucos, para hacer creer luego que los dos niños eran mellizos, nacidos dentro del matrimonio. Doña Tina supo de la infidelidad de su marido,  y en un calculado ejercicio de cinismo y rabia, se había quedado embarazada como último intento de mantener al esposo dentro del matrimonio. Creería que su marido se había apartado porque no le había dado ningún varón. Para que los trapos sucios se lavaran en casa, encerró a Virucos, cuando la preñez era evidente. Dormía en el cuarto de abajo, el que luego fuera de Edu. Y las dos mujeres embarazadas no salieron de casa hasta que hubo niños. Uno salió dañado, Edu, el legítimo, y otro, el bastardo, nació sin daño. Fue Berto. La noticia corrió como la pólvora, pero la abuela fue lista, no tuvo más que estar callada. La gente empezó a murmurar que el legítimo era Berto y Edu, el ilegítimo, un castigo de Dios. Para que todo quedara bien representado, Edu  fue enterrado en nicho aparte, y sólo con el apellido Rojo. Dice Marieli que incluso la abuela se lo terminó creyendo. Nunca miró para Edu. Había sido engendrado con miedo, como antídoto contra el alejamiento del esposo. También estaba marcado como ilegítimo, algo así como bastardo de pensamiento”

(José Manuel de la Huerga, Apuntes de medicina interna, páginas 168-169)

UN FASCISTA DE IZQUIERDAS CONTRA LA LLEGADA DE LA NOCHE

Guía de la kultura
Ezra Pound
Traducción de Luis Núñez Díaz
Presentación de Nicolás González Varela
Capitán Swing Libros, Madrid, 2011, 368 páginas.


Ezra Loomis Pound es uno de los grandes símbolos de la cultura del pasado siglo, una cultura que, en su caso, aúna tradición y modernidad, ingenio, lucidez y locura. Un símbolo plagado de interrogantes como tantos otros intelectuales que crecieron como pensadores o escritores en una época confusa, los años que trascurren entre las dos grandes guerras mundiales. Como Cioran, Heidegger, Céline, Mircea Eliade o Pessoa, abrazó con fascinación el fascismo. Sigue siendo una incógnita el hecho de que tantas mentes geniales se hicieran adictas o simpatizantes de la irracionalidad fascista precisamente durante ese período. Pero Ezra Pound, no lo olvidemos, furibundo antisemita, exaltado fascista, traidor a su patria y desequilibrado mental, es, al margen de adhesiones y rechazos que su persona pueda suscitar, una de las figuras literarias claves del siglo XX. Combatiente y propagandista de esa poesía “pegada al hueso”, limpia de florituras, profeta del verso libre, pero muy exigente tanto en su forma como en su contenido, como lo expresa en uno de los preceptos del manifiesto de su grupo: “Poetry must be as well written as prose”.
Ezra Pound, que pretendió ser el crítico universal de su época y el gran economista, dedujo de sus lecturas marxistas que el mal por excelencia de nuestra época era la usura a la que ataca de forma colérica en sus Cantos. No obstante llegó a la conclusión de que el héroe reformador de esa usura capitalista -sobre todo judía- era Mussolini. Para la crítica especializada, sus grandes obras poéticas, Cantos y Cantos pisanos, son productos excepcionales, marcadores de sentido. Para el lector normal, un armario revuelto, anclado en un hermetismo inconexo, nutrido de viejos tonos poéticos, referencias culturales, variadas intertextualidades, voces reales, ensayos de ideas.
En una obra poética como  la suya, repleta de oscuras ensoñaciones, es preciso leer sus apologías de la barbarie o sus vaticinios del derrumbamiento de la actual civilización (“Yo simplemente quiero otra civilización”), que hallamos en sus obras en prosa como ABC of Redding y Guide to Kulchur cuya versión española nos ofrece estos días Capitán Swing Libros.
En 1938, Ezra Pound miró en efecto a sus alrededor y lo que observó fue una “civilización averiada”. Su respuesta fue este libro inclasificable, pero con una clara misión: un grito contra el arribo de la noche. Un bramido que el escritor pretendió emitir desde un fascismo de “izquierdas”, desde la admiración por Mussolini, al que en este libro equipara frecuentemente con Confucio, una de las referencias orientales de su pensamiento.
Guía de la kultura es un anárquico libro de ensayo, muy rico en sus ideas e iluminaciones, pero carente de claridad interna, porque Ezra Pound  mezcla lo inmezclable: Mencio, Cioran, lo filósofos y líricos griegos, Joyce, Brancusi, Chaucer, Spinoza, Thomas Hardy, Confucio, Marx, Henry James… La lista se haría interminable. Genial en su inspiración y con fragmentos brillantes. Siempre hermético y a menudo airado, rinde pleitesía a la “kultur” alemana que da razón de su título en inglés: Guide to Kulchur. Es tal la falta de coherencia interna en el contenido del libro, que el mismo autor lo reconoce complacido: “el lector apresurado quizás diga que escribo esto en clave y que mi discurso simplemente salta de un punto a otro sin conexión ni secuencia. Y sin embargo, el discurso es completo. Todos los elementos están ahí y el más repugnante adicto a los crucigramas debería ser capaz de resolver este”
Ezra Pound
Guía de la kultura debería ser leído como puerta de entrada al sistema poundiano a los núcleos de su cartografía intelectual y también como un interesante y necesario poscripto a sus obra poética mayor, Cantos. Un “Novum Organum” al estilo baconiano ante una época llena de turbios presagios que anunciaban la inminente llegada de la noche, escrito desde un pathos radical, que nada tiene que ver con el narcisismo o el academicismo. Un mapa pues de carreteras, como reconocía el mismo Pound, diseñado con la intención de ayudar a alcanzar la cumbre a los que vengan detrás. Una obra, en definitiva, de difícil e incluso de imposible lectura, como decía Borges, pero de obligada lectura, ya que con ella la literatura universal toca las alturas más temerarias.

Francisco Martínez Bouzas