miércoles, 18 de diciembre de 2013

COMER PRA ESTABLECER NUESTRO LUGAR EN EL MUNDO



Comí
Martín Caparrós
Editorial Anagrama, Barcelona 2013, 231 páginas.

   Cincuenta y nueve mil parecen ser las veces que ha comido una persona de cincuenta años, según afirma el escritor argentino Martín Caparrós. Y añade que sobre algo que hemos realizado tantas veces, deberíamos haber desarrollado algún tipo de sabiduría. Pero no, nuestro conocimiento sobre la comida queda en manos de especialistas, se ha transformado en gastronomía. Saber sobre nuestras comidas, repasar nuestras vidas a través de ellas es el propósito de esta novela de Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957), autor de una veintena de libros, entre ellos Los Living (Premio Herralde de Novela, 2011).
   Comí, en palabras de su propio autor, es un libro muy raro, con un formato híbrido discutible: a caballo entre el ensayo, el libro de memorias, la autobiografía (confusamente autobiográfico) y la pura ficción sobre la complejidad de una realidad como es el hecho tan natural y ajeno normalmente a nuestra reflexión de ser un cuerpo, con la cantidad de cosas que suceden en nuestro cuerpo, apostilla el escritor.
   Un hombre, un tal señor Caparrós, personaje y voz narradora cae bajo el dominio de la máquina médica, representada por el doctor Bellone. Deben realizarle una videcolonoscopia. Nada complicado, solamente tres días. Y para poder hacérsela, tiene que guardar ayuno y vaciar completamente su intestino. Ningún problema porque además usted ya ha comido mucho en su vida, reitera la voz de la máquina médica. Su aparto digestivo le pide ahora una devolución de favores. A partir de aquí, al paciente se le ocurre autodefinirse, detallar su pasado, aunque le aterre, como ser que comió y come cada día. La siguiente preocupación será saber qué significa comer mucho, saber cuánto ha comido.
   El personaje rememora entonces los episodios de su vida relacionados con la comida hasta su entrada en el quirófano. Un amplio abanico de acciones que el protagonista contabiliza, asociadas no solo con los alimentos, sino también con las sensaciones, con los sentimientos, con los afectos, sobre todo maternos, con lo recuerdos que, como la magdalena proustiana, asociamos a ciertas comidas y a determinados momentos: por ejemplo, la leche humana que comemos en nuestros primeros meses de vida como si comiésemos a nuestra madre.
   Pero comer no solo es deleitar las tripas. Comiendo establecemos nuestro lugar el  mundo, porque las comidas me constituyen como cultura, forman parte de nuestra historia. Comer nos configura como explotados o explotadores, aunque es bien cierto que las abstinencias no solucionan nada ni acaban con la explotación ni con las plusvalías. Pronto aprendemos a comer no solo por hambre, sino por rendirle un tributo al placer, a la ilusión de que el pasado  no se fue, sigue vivo en los gustos y aromas.
   De este modo, durante tres días y hasta su entrada en la sala de operaciones, el protagonista, a la vez que vacía su estómago y sus intestinos, hace lo mismo con su vida. Una evacuación  total de su existencia solitaria y de su vida familiar con su pareja y su hija. Reflexión pues sobre la comida, sobre el poder de la maquinaria médica a la que sometemos nuestros cuerpos. Y recuperación de múltiples episodios de la vida del protagonista que a veces se parece a Martín Caparrós y otras no y que en el fondo es un personaje de ficción.
   La novela, que  forma parte de la “Trilogía monstruosa” del escritor argentino (Entre comidas, Comí y Hambre), piezas literarias con la comida como hilo conductor, no solo es una ruptura de géneros, como reivindica el autor, sino un libro cuyo género no se puede definir  claramente.
   En el texto e Martín Caparrós se reserva un lugar muy especial y más bien desabrido a la medicina, a su poder omnímodo sobre nuestro cuerpo (“Uno hace muchas más búsquedas cuando se quiere comprar un teléfono móvil que cuando se pone en manos de un doctor que es  a la vez verdugo y salvador).
   Un cierto aire satírico, especialmente cuando el texto toca temas literarios, buenas dosis de humor, un juego de personajes (el protagonista es y no es a la vez es mismo escritor) salpican  y convierten en placentera la lectura de este libro “muy raro” que en más de una ocasión no deja de inquietar nuestra conciencia.

Francisco Martínez Bouzas




Martín Caparrós

Fragmentos

“Comer -cierta manera de comer- es deshacerse del mundo. Pero también es meterse el mundo en el cuerpo: comer unas papas fritas es tragarse el trabajo de unos jujeños que emigran cada año al sur de la provincia de Buenos Aires para la cosecha de la papa y se hunden en el barro y duermen en barracones fríos durante semanas por una paga vergonzosa mucho mayor que la que pueden conseguir en sus lugares. Comer un bife es sostener un sistema de transporte en el que camiones manejados por sindicatos poderosos gastan miles de litros de combustible para llevar esa carne viva hasta un centro de concentración del poder económico. Comer unos brotes de soja es masticar el nuevo orden argentino basado en la explotación depredadora de tierras que se agotarán en unos años, vacías de población y derrochadas. Comer es llevarse a la boca relaciones de producción, biografías, injusticias varias, usos de los recursos naturales, conflictos internacionales, tabúes religiosos, elecciones culturales, más y más biografías. Yo lo sé, lo escribí, no lo puedo ignorar –y no lo ignoro cada vez que como.”

…..

“Pero soy un cobarde. Fracasé porque soy un cobarde y, porque soy un cobarde, no pude terminar de resignarme a ese fracaso. Últimamente ando diciendo -como quien no quiere la cosa, sin proclamarlo, como si no lo dijera realmente ando diciendo- que toda literatura debería ser póstuma: que todo libro debería publicarse cuando su autor ya ha muerto, cuando esa figura infecciosa del autor ya no interfiere con la lectura de sus obras, cuando el libro importa por sí mismo y no por lo que pueda producir –de dineros, de pequeña reputación, de prebendas baratas –para quien lo escribió.

-Toda literatura debería ser póstuma.
He dicho –o, más que dicho, susurrado-tantas veces. Y nunca aclaré el malentendido que la frase suscita: que yo, su promesa ex promesa, voy a cumplir con la premisa: que escribo textos y más textos que reservo para después de muerto: que, por fin, encontré el modo de no dejar de ser el que será.”

(Martín Caparrós, Comí, páginas  33-34, 101)