lunes, 18 de noviembre de 2013

ENTRE LA FICCIÓN Y EL ENSAYO



La luz es más antigua que el amor
Ricardo Menéndez Salmón
Editorial Seix Barral, Biblioteca Breve, Barcelona, 2013 (2ª edición), 173 páginas.

   Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) está considerado como un autor joven pero ya consolidado en el actual panorama narrativo español. Un autor de culto, sin duda, dueño de una escritura dura y profunda que desconcierta a más de un lector carente de la receptividad necesaria para comprender cabalmente la escritura de este licenciado en Filosofía y director literario de una editorial asturiana.
   La producción literaria de R. Menéndez Salmón, y más en concreto esta su última obra, La luz es más antigua que el amor que rebosa substancias intelectuales, artísticas y filosóficas, camina a caballo entre la ficción y el ensayo, la biografía ficcionada y la crítica artística. Una ambiciosa amalgama entre la indagación existencial, la ficción y la estética. En su obra narrativa anterior, La ofensa (2007), Derrumbe (2008) y El corrector (2009), que conforman su “Trilogía del Mal”, Menéndez Salmón había abordado algunas caras de horror. Ahora, sin embargo, en un giro radical, el escritor asturiano hace gravitar su escritura en torno a un propósito central: perforar en los enigmas del arte y destapar la postura de compromiso o independencia del artista frente al poder encarnado en el mercado, la Iglesia o el Estado.
   Las tres partes de la novela están protagonizadas por un ficticio novelista, Bocanegra, alter ego del propio autor, que fusiona en su paleta ficcional la trágica realidad de tres pintores cuyas historias transcurren en tres épocas diferentes. Tres pintores, uno real y dos ficticios a los que Bocanegra aborda en situaciones existenciales muy problemáticas, tanto en sus vidas como en sus quehaceres artísticos. Así pues, cuatro historias ligadas con un tema de fondo o eje narrativo: el penoso y trágico proceso creativo, el misterio de la creación.
   La estructura de la novela se ajusta a un guión que le confiere unidad: tres historias en las que se narran esos  momentos de los pintores, seguidas de un texto en el que Bocanegra contrapuntea los distintos fragmentos y narra también tres momentos de su vida, introduciéndose así en la novela.
   La primera historia nos sitúa ante un pintor soñado: Adriano de Robertis que, inmerso en la Europa medieval tras la Peste Negra, sufre una crisis personal tras la muerte de su hijo que le lleva a pintar “una insultante pero seductora blasfemia”, una Virgen barbuda. Por boca de Pierre Roger de Beaufort, futuro Gregorio XI, es reprendido severamente por la Iglesia, su obra destruida y condenado a la invisibilidad. Mas, a pesar de morir viejo, comido por la miseria de un lazareto, su gesto es no solo un acto de rebeldía, sino también un interrogante sobre el sentido de la creación artística ante el éxito y la desolación.
   Aparece a continuación otro pintor, en este caso real, Mark Rothko, capaz, según el cineasta Michelangelo Antonioni, de pintar la nada. El pintor letón, emigrado a Estados Unidos, autor de crucifxiones desmontadas sobre el abismo, incapaz de soportar la tensión dramática de la vida y pintor de un último cuadro, “Un réquiem por la luz”, desvariado antes de suicidarse, “la máxima expresión de la voluntad por perdurar” (página 88). Y finalmente otro pintor inventado Vsévolod Semiasin. Enfrentado a Stalin, asistimos a sus derrumbe esquizofrénico y a sus reclusión en un sanatorio tras haber engullido su propia obra, cuyas razones revela en un carta escrita el 11 de septiembre de 2001, en la era del Desconsuelo.
   Y, como he señalado, entrelazando los tres episodios, las reflexiones de Bocanegra sobre el sentido del arte,  a la vez que explora las profundas coordenadas de la condición humana y la posición trágica y doliente del acto creativo bajo los poderes de la pura nada, tal como la entendió Kafka en una entrada de sus diarios. Pintar, escribir, crear en la travesía de la nada.
   Especialmente interesante es, en mi apreciación, el segundo contrapunto, “Bocanegra en 2008”, un fragmento metanarrativo en el que el escritor explica su propio proceso creativo, un tema recurrente en la narrativa actual para desconcierto de algunos lectores. Libro complejo, de gran densidad intelectual, apto para degustación no del lector consumista de banalidades, sino de una literatura ajena a la moda y cimentada en la reflexión, en historias de gran calado y con estructuras formales que se sitúan entre las experiencias más vanguardistas.

Francisco Martínez Bouzas


Ricardo Menéndez Salmón


Fragmentos

“Porque quien en el acto de componer música, pintar frescos, esculpir sobre mármol o levantar catedrales se contempla a si mismo desde la perspectiva del oficio, no puede por menos de preguntarse: «Todo este esfuerzo, toda esta lucha de vanidades, toda esta ingente escenificación, ¿para qué?» De los demonios que acechan al creador a lo largo de su tarea, ninguno tan angustioso como la carencia de sentido, acepta De Robertis bajo la mirada bobina, un tanto estúpida del pantocrátor en quien ya no sabe si cree. Porque, por definición, el sentido no es algo que se le suponga a la creación, no es algo que le sea dada ex ovo. Así, del misterio de las sensaciones e impresiones que alimentan su vida, el creador cosecha el misterio de la realización de su obra.”

…..

“Un aneurisma de aorta que en 1968 lo había retirado temporalmente de la pintura (a Mark Rohtko), dejando su salud quebrantada, la separación de su mujer, que lo engañaba con hombres mucho más mediocres (qué suplicio para un talento tan inmenso ser vencido polla, por una forma de besar, por ciertos aspectos de la ternura o de la galantería), y un creciente estado de desasosiego por una depresión latente desde hacía años se asociaron sin remedio para que sus últimos cuadros se volviesen densos y oscuros, como si ya no pudiera salir de aquel reino de penumbras y pintar la luz en la que se había refugiado durante décadas, la misma luz que iluminó al niño letón en su viaje al corazón del futuro imperio. Quizás la conciencia de que ya no podía convocarla, de que ya no podía esconderse en ella, hizo que no fuese capaz de soportar durante más tiempo la tensión dramática de la vida y, en efecto, pintase un último cuadro, un réquiem por la luz, que no era otra cosa que su autorretrato.
Un cuadro totalmente negro que lo devoró la mañana del 25 de febrero de 1970 en su estudio de Nueva York, exactamente 51 semanas antes de que yo, el autor de La luz es más antigua que el amor, naciera al otro lado del atlántico (…) Poco antes de morir proféticamente escribió:
«Mi capacidad de mirar es tal que mis ojos terminarán por consumirse. Y este desgaste de las pupilas será la enfermedad que me llevará a morir. Una noche miraré tan fijamente en la oscuridad que terminaré dentro e ella.»

…..

“Hay días en que Bocanegra se sienta a escribir y lo rodea la nada. Una larga, desalentadora nada. Una nada nada dadivosa. Una nada del tamaño del planeta. No es el famoso bloque del escritor, li la socorrida falta de inspiración, ni el consabido tedium vitae. No: es la pura nada, los poderes de l nada, los ropajes de la nada, los interruptores apagados, las circunvalaciones secas. Postración, silencio: nada.
Kafka escribió esa palabra en una de las entradas más impactantes de sus diarios: «Nada». Podría no haber escrito nada, esperar atener algo que contar y entonces hacerlo, dejarlo escrito, dar fe de ello. Pero no, un día, en medio da la nada, durante la travesía de la nada, encerrado a solas con la nada, decidió abrir su diario y escribir: «Nada.»

(Ricardo Menéndez Salmón, La luz es más antigua que el amor, páginas 31, 56,111)