viernes, 19 de julio de 2013

LOS PRIMORES DE LA FANTASÍA



Tras las huella de Sherezade
Carmen Dorado Vedia
Talleres de escritura creativa Clara Obligado, Madrid, 2013, 72 páginas.

   “Eu tamén navegar”. Sí, este verso que muchas mujeres de mi tierra han adoptado como lema de sus reivindicaciones liberadoras y con el que la poeta gallega Xohana Torres cierra su poema “Penélope” (“Existe a maxia e pode ser de todos. (…) Eu tamén navegar”), me viene  a la cabeza y al corazón nada más abrir este libro de Carmen Dorado Vedia, su primer libro en solitario, una singular e irrepetible singladura por esta magia, verdad y emboscada que es la literatura. Carmen Dorado, cual Penélope, después de tejer y destejer palabras escritas que aspiran a crear belleza en talleres literarios, navega ahora en solitario y lo hace no solo por este engranaje que es la vida, como se ha escrito, sino por uno de sus territorios con rutas cargadas de ensueños y también de tiempos arduos y violentos.
   Nada tiene de extraño que Carmen Dorado que creció al calor de los cuentos de “aquella que reina y domina”, la legendaria reina persa Sherezade y que ha viajado por Oriente Medio, embrujada por la magia y la cultura de los países que conforman esas geografías, nos brinde en este su primer libro un ramillete de historias que arrebatan con un componente fantástico, que nos hacen olvidar el tedio y la facticidad del mundo, como le aconteció al sultán persa del libro de los Mil mitos. Historias, no obstante, que pese a su tonalidad fantástica, no escamotean la realidad del hoy convulso mundo árabe.
   En once relatos y, acompañando a sus protagonistas, amalgama Carmen Dorado amaneceres con sombras tejidas con hilos de luna, que esconden en sus entrañas el miedo y la evaporación de la alegría ante el atavismo familiar que ata a un fantasma  a la joven Mariam. Inverosímiles jardines que llenarían de esplendor el desierto, pero en los que a la postre el capricho humano provoca que sus venas de agua se conviertan en penas disfrazadas. O el legado milenario de las tradiciones del pueblo, destruido por la riqueza efímera y que, sin embargo, debe perdurar en los chiquillos que escuchan el cuento por boca del sabio. También la lectura que hace la autora de Sherezade: la abuela que narra historias, como Sherezade, pero no al sultán, sino a la misma muerte. Y la invitación a que cada uno de nosotros escribamos un cuento, porque todos somos ladrones de palabras, narradores de la noche y hemos de aportar nuestra historia al libro inacabado de Sherezade.
   Mas conviene reiterarlo: Carmen Dorado no hurta ni relega en sus relatos la verdadera realidad de los pueblos árabes. No todo es bello, suntuoso, con noches de amor y de ensueños. No todo es oro, incienso y mirra, sedas, perfumes y piedras preciosas. Sus relatos reflejan también la otra cara de la moneda, los cuentos que Sherezade tendría que contar hoy al sultán: la violencia, los gritos de dolor, el ruido aciago de las sirenas… recordándonos la nefasta y trágica situación de muchos de estos pueblos. Y en efecto, entre sus historias también está presente el fanatismo islamista, la violencia bélica o quizás sectaria que se ceba con inocentes, como Ibrahim y su paloma. Así como la  espeluznante historia de Zaniam, el limpiabotas, que recibe como pago las botas de los soldados muertos, hasta que las suyas, bien lustradas, emergen del hoyo abierto por la detonación.
   Prosas  enramadas con los primores de la fantasía, con imágenes extraídas de paisajes y ensoñaciones orientales, pero también de la brutalidad de la guerra, de la violencia y del fanatismo. Con ellas  atavía la autora su colectánea de relatos, muy narrativos desde mi punto de vista, preñados de tramas con una fuerte denotación simbólica que invita al lector a leerlos como fábulas. Como ya he dicho, los cuentos-fábulas que “aquella que reina y domina” le contaría hoy al sultán en la cámara real. Originales recreaciones que retratan la fantasía, el ensueño y la desventura y  tragedia, para añadir al antiguo libro persa de los Mil mitos.

Francisco Martínez Bouzas



Carmen Dorado Vedia


Fragmentos

“Era una hermosa mañana de junio, deseché los pensamientos oscuros. Me di un paseo por las calles de la Medina. Había terminado el agobiante Ramadán y la ciudad parecía revivir. Me senté en un café y tomé un té acompañado de unos pastelillos de miel y pistachos. Pedí el periódico. Nada inusual. La contienda Norte Sur. Materias primas contra productos manufacturados. Y en medio,  nosotros, comprando y vendiéndolo todo, compadreando y cultivando todas las artes. Afortunadamente, porque de lo contrario, nuestro oasis de tolerancia hubiera quedado arrasado por los fanáticos. Y hablando de fanatismo, un grupo de muyahidines dobló la esquina, pasaron a mi lado como la langosta, aniquilando toda posibilidad de diálogo y entendimiento. El que parecía dirigir la marcha me miró con ojos relucientes y gritó:
-¡Usa la lengua del Corán!
Puse cara de pecador arrepentido y doble el periódico. La horda me olvidó y trasladó sus afanes proselitistas al siguiente cafetín.”

…..

“La noche ha sido muy fría. El invierno está siendo especialmente duro con la ciudad. Los cortes de luz y la escasez en el suministro de gas no facilitan las cosas.
En su casa, extramuros, un hombre intenta afeitarse frente a los restos de un espejo. El resplandor de los focos, que se cuela por la ventana, hace vibrar las sombras de la habitación.
Apenas puede abrir los ojos, ha pasado mala noche. Los ruidos de las sirenas no le han dejado conciliar el sueño, aunque tampoco anhela quedarse dormido, de nuevo surgirán las pesadillas.
Tiene que despejar su mente, pronto vendrán por él. Un día más, piensa, pasará la mañana en la base militar. Traducirá los interrogatorios, transcribirá los informes, tiene que subsistir. En eso consiste su vida desde hace…ya no lo recuerda. Echa de menos sus libros, su trabajo…su biblioteca. Si pudiera dar marcha atrás, si pudiera elegir.”

…..

“La vacía tarde de primavera en que descubrí mi antiguo cuaderno de viajes me llevó a evocar aromas, sonidos, gentes, lugares y paisajes de primaveras pasadas. Lo abrí. De entre sus páginas cayó una flor, y comencé a llorar.
Lloré por el desierto y sus moradores, por el límpido Éufrates y las aldeas que baña; lloré por Palmira y sus ruinas de oro y mármol; por Damasco, por sus zocos, y los imaginé vacíos; lloré por sus mezquitas, por el canto del almuédano, y añoré el dulce despertar que me proporcionaba; lloré por los niños que jugaban al pie de la Ciudadela; por Luis, Mohammed y Maher, nuestros guías; lloré por Mustafá y Víctor,mis proveedores de sedas y perfumes, por papá Abdalá y sus dagas damascenas; por Huda y Lina, siempre dispuestas a ayudarnos; por Safia, que una tarde lluviosa nos llevó en su coche hasta el hotel; y lloré por los niños que en la entrada de las Ciudades Muertas me obsequiaron con la flor que ahora reposaba entre las páginas de mi diario. Sentí infinita conmoción, infinita lástima y con esas lágrimas restauré el mosaico de mis recuerdos.”

(Carmen Dorado Vedia, Tras las huellas de Sherezade, páginas 26, 57, 71-72)