martes, 13 de marzo de 2012

"DOS MUJERES", ENTRE LA PULSIÓN SEXUAL Y EL TERROR

Dos mujeres
Elvio E. Gandolfo
Editorial Periférica, Cáceres, 2011, 124 páginas.


Dos mujeres fue editado en Argentina hace 20 años. Gracias a la cacereña Editorial Periférica llega al mercado español demasiado tarde, aunque no a destiempo, porque la buena literatura no tiene edad y estas dos novelas breves son excelente literatura y por eso no han envejecido. Alguien ha escrito que la obra de Gandolfo es tan numerosa y extraordinaria que resulta difícil de creer que durante años se haya impedido a los lectores españoles acceder a ella. Lo subscribo, como también rubrico la afirmación de Fogwill de que ni Ricardo Piglia ni él mismo eran capaces de escribir cuentos como los que escribió Elvio Gandolfo.
En efecto, Elvio Gandolfo (San Rafael, Mendoza, 1947) es, en las distancias cortas, un narrador de primer orden, un creador de historias que se suelen iniciar con una anécdota o acontecimiento realista, casi siempre banal, pero que poco a poco, va derivando hasta las fronteras de la extrañeza y terminan en auténticas narcosis de terror.
En Dos mujeres, un libro fundamental en lo que se ha denominado lo “fantástico latinoamericano” conviven dos novelas breves: “Rete Carótida” y “Escamas, piel”. Ninguna de ella está protagonizada por mujeres, pero en ambas son ellas las que representan la amenaza y el maleficio en ambientes teñidos de extrañeza, surrealismo y decorados propios de la literatura pulp. “Rete Carótida”, más que novela corta, es un relato largo. El título le da nombre a la enigmática mujer de más de ciento treinta kilos que le entrega sobres al protagonista con materiales pornográficos, cada vez con mayor grado de anormalidad y de perversidad. Poco a poco el protagonista se siente inmovilizado como  por una parálisis tetánica de terror, temiendo ser inmovilizado por esta vieja obesa y descarriada que se convierte en una pesada losa que obstaculiza el avance de la relación amorosa del personaje principal en una deriva fantastica hacia maléficos miedos y terrores.
Pero es en “Escamas, piel” donde Gandolfo luce todas sus dotes de gran cuentista, capaz de mostrar hasta la extenuación “el sentido de lo morbosamente antinatural”, que fue como definió Lovecraft, del que Gandolfo es discípulo y traductor, el género del miedo. En su texto Gandolfo teje una trama de amour fou, de amor obsesivo. Se repite el esquema ya insinuado: todo da comienzo con un hecho aparentemente trivial: Berti, a pesar de la categoría de su puesto en la ferretería en la que trabaja, es el encargado de ir a comprar a media mañana los bizcochos a una panadería cercana. Y allí la vio y comenzó a esperarla con placentera ansiedad. La sigue y va completando la imagen de la panadera. Será ella, Irene, estudiante de medicina, mujer misteriosa sobre la que recaen extrañas habladurías, la que lance la primera piedra. Así da comienzo el romance donde la pulsión erótica se convierte en algo ineludible. Y paulatinamente, sin que la atracción sexual decaiga a pesar de las advertencias, el terror hace acto de presencia en sus encuentros eróticos.
El texto de Gandolfo cuenta con todos los ingredientes de la gran literatura fantástica de miedo. Todo comienza por la trivialidad cotidiana. La escritura laberíntica del autor, poblada de elipsis, nos va acercando a una mujer que no es la imagen del miedo, sino una obsesión erótica imposible de esquivar. La intensa relación sexual termina empujando al lector hasta las fronteras de la extrañeza y es capaz de insinuar una transgresión maligna de las leyes fijas de la naturaleza (Lovecraft dixit), para suscitar la duda, la sensación de irrealidad y  con ellas, emociones tan primitivas como el miedo pánico en los momentos de “narcosis de éxtasis oscuro”.

Francisco Martínez Bouzas


Fragmentos
“Rete Carótida dejó caer su corpachón de casi ciento treinta kilos en la silla que estaba frente a mi, haciéndole crujir los travesaños, y dejó escapar un brutal suspiro de alivio por los labios encastrados de rojo, cada uno del ancho de un dedo grande. Es curioso, pero ni en ese primer instante de asombro llegué a pesar que fuera una prostituta,  a pesar de la gordura, de los colores estridentes de todos y cada uno de los adornos y prendas, de la forma exagerada en que llevaba pintados los ojos y las mejillas. Me sentí abrumado por un asalto en masa de superficies. Cada plano de su rostro, las manos, las uñas pintadas casi de violeta oscuro, parecía abarcar una superficie no sólo mayor sino infinitamente mayor que la de cualquier otra mujer. Me fue imposible asignarle una edad”
…..
“Ahora en cambio, la segunda etapa empezó a pasar a otra, con el rostro de ella contorsionándose como en un potro de tormento. Berti empezó a temer, porque nunca había pasado antes, pero sentía que también el sexo de ella sufría un proceso de cambio, arrastrándolo en un remolino imposible de interrumpir con palabras: sólo un movimiento brusco, feroz de todo el cuerpo podría cortarlo, como una cuchillada. Sabía sin embargo que aquel era el desafío que se ocultaba en el caminar de la mujer, en la mirada entre ansiosa y temerosa, que empezaba a liberar lo que tenía en sí misma. En ese momento la mujer había empezado a dejar de ser simplemente Irene. En vez de apartarse, Berti, que estaba debajo de ella, apretó las piernas, y sintió los brazos de la mujer estrechándolo más, mientras gemía como si algo -no el sexo de Berti, sino algo innominado y oscuro, perteneciente a ella misma- la estuviera desgarrando por dentro.
Berti la besó, buscó su lengua, enredándola y tocándola apenas con los dientes, sin llegar a morderla. Ella apretó aún más el abrazo y Berti cerró los ojos. Hubo un gemido aún más agudo, fino, casi en el límite de lo audible, y entonces lo invadió una ola de terror extremo en la obscuridad de los ojos cerrados. Porque sintió que lo que lo envolvía no era la piel casi blanca de Irene, ni los brazos de la mujer que amaba, que compraba pan en la panadería, sino otra cosa múltiple, enorme, vigorosa, distinta hasta la repulsión de la que quería separase ya, para correr hasta interponer la máxima distancia posible, en el tiempo y en el espacio”

(Elvio E. Gandolfo, Dos mujeres páginas 7-8 y 111- 112)