sábado, 26 de enero de 2013

"JAMÁS EL FUEGO NUNCA", NOVELA DEL DERRUMBE


Jamás el fuego nunca
Diamela Eltit
Editorial Periférica, Cáceres, 2012, 212 páginas


   Diamela Eltit, aunque relativamente poco conocida en España, es hoy en día una de las grandes voces de la literatura latinoamericana y, circunscribiéndonos a su país, se puede decir que ha ganado casi todos los premios literarios que en Chile se otorgan a los valores literarios, no a las ventas, en lo que la aventaja sin duda Isabel Allende. Rompedora de esquemas tradicionales en literatura, lo que a veces convierte en ambiguos o complejos sus textos. Si actitud permanentemente revolucionaria se traduce en una escritura avasalladora que envuelve al lector por todos los lados. Lo sorprende, lo deja sin aliento. Ella misma nos brinda las claves personales que nos permiten entender esta novela: “Pertenezco al conjunto de escritores chilenos que vivió en el país durante la dictadura de Pinochet y como una acción de salvataje  cultural constituimos el «inexilio» o exilio interior. A lo largo de los años –más de 30- pasamos desde la violencia como situación cotidiana a la violencia del mercado producida por un neoliberalismo verdaderamente intensificado…” Y sobre ello, entre encomios y rencores escribe Diamela Eltit.
   No son pocas las marcas textuales que la autora dejó impresas en este libro. Comenzando por el epígrafe: dos versos del poeta peruano César Vallejo (“Jamás el fuego nunca /  jugó mejor su rol de frío muerto”) que le sirvió a la escritora para rotular su propia novela. Ese fuego, que no es otra cosa que las utópicas energías revolucionarias congeladas en el tiempo del frío y la decepción con un saldo de miles de muertos y por el señorío absoluto y omnipresente de ideologías que suplantaron a las de los soñadores que fueron torturados o  a os miles de personas muertas o desaparecidas por escrutar rendijas de libertad.
   El argumento de la novela es aparentemente muy sencillo: la historia cotidiana de una pareja de militantes de izquierda que en su día formaron parte de una célula revolucionaria en lucha contra la dictadura y que, caída esta, siguen viviendo en la clandestinidad, en un tiempo que ya no es su tiempo, recluidos en una habitación, prácticamente atados a una cama, que no es un espacio erótico, sino una tumba y desde allí rememoran la fútil decepción de su aventura y el cúmulo de tragedias que les tocó vivir.
   Al final la novela de Diamela Eltit se convierte en una historia de cuerpos: cuerpos humanos y el cuerpo político. Cuerpos humanos en declive, mascando la derrota, sujetos a la enfermedad y  a la muerte y transformados en metáfora de los cuerpos políticos, cuyo sistema más pequeño es la célula, en este caso una célula política revolucionaria, agotada, demolida, rozando las fronteras de la descomposición y que ha quedado reducida a solo dos cuerpos, dos personas: la narradora cuya voz queda tamizada por la claustrofobia y por una ideología dogmática que ha generado células que no han sido capaces de forjar una sociedad liberada, sino guetos que funcionan como cárceles.
   Una narradora, pues, que construye su escritura sobre las ruinas de la realidad, amalgamando delirios paranoicos, soledad, miseria, decrepitud, traiciones, derrotas. Historia de sumisiones y de sometedores  en constante intercambio de roles. Los roles de una pareja convertida en biología, en órganos envejecidos, huesos doloridos, paralelo perfecto del derrumbe de un proyecto revolucionario.
   La novela sutura otros muchos contenidos de significación. Aspectos textuales tales como la vehemencia de la voz narradora en primera persona con la que se dirige a su compañero de cama; una constante confusión temporal, buscada a propósito, metáfora de un tiempo caótico, ambiguo y fragmentado, el otro tiempo fuera del tiempo al que no ha llegado la pareja de enclaustrados, anclados a un tiempo definido por los conceptos del materialismo histórico en su versión más dogmática. De ahí las numerosas citas de Marta Harnecker. En la novela Diamela Eltit asume plenamente un discurso narrativo basado en el monólogo. Una voz femenina que monologa  con un lenguaje preciso, duro y despojado de cualquier asomo lírico. En el solipsismo del monólogo se incuba el germen de la absoluta soledad y el desamparo de una generación de chilenos izquierdistas que han sido despojados de todo, de sus emociones, de su ideología, de sus esperanzas e incluso de sus palabras, porque el usurpador, aunque sin uniforme militar aún sigue vivo. Por eso concluyo con las rotundas palabras de Vicente Luís Mora: “Se han hecho más intensas que nunca las formas del silencio ante el poder, frente a los cuales se levanta arisca y atronadora esta novela brutal.”

Francisco Martínez Bouzas



Diamela Elitit

Fragmentos

“Somos, así lo pactamos, una célula.
Lo hicimos después de que se  hubo de consumar la muerte, no te muevas, ni la cabeza ni menos los brazos, no ahora porque era una muerte que nos competía y nos desgarraba. No lo llevamos al hospital, no parecía posible. Mis súplicas, lo sé, eran una mera retórica, una forma de disculpa o de evasión. No podíamos acudir con su cuerpo mermado y agónico acezante y agónico, macilento y agónico, amado y agónico, al hospital, porque si lo hacíamos, si trasloábamos su agonía, si la desplazábamos de la cama, poníamos en riesgo la totalidad de las células porque caería nuestra célula y una estela destructiva iría exterminando el amenazado, disminuido campo militante.”

…..


“Yo había caído, atrapada como un animal salvaje o un animal de circo, en plena vía pública, cercada y capturada. Después ibas  a caer tú. Una suma implacable, la célula completa: los diez. Sobrevivimos siete. (Los tres muertos están aquí, enhiestos, decorativos, rutilan en la obscuridad). Antes de mi salida, caíste. Cuatro meses ni vivo ni muerto. Finalmente hubimos de reencontrarnos. Lo hicimos entrampados en una aguda perplejidad. Mi estado te obligó a suspender tu dolor, tu agravio, la suma de humillaciones. El terror.
No, dijiste, no.”

…..


“Tengo que levantarme de la cama, ir  ala cocina, preparar el arroz, poner en el plato dos panes, sólo dos. Tengo que volver a la pieza y pasarme la peineta por la cabeza rota, apaleada, tengo que inventarme unas manos porque no debo salir asía la calle, no quiero delatarte, no es oportuno ni necesario. Me pongo el abrigo. Miro el montón de células que ya están en un avanzado deterioro, me detengo en tus células tiñosas y me dan unas ganas infinitas de decirte: levántate, o decirte: resucita de una vez por todas y salgamos ala calle con el niño, el mío, el de dos años, mi amado niño y llevémoslo al hospital. Debemos llevarlo porque, después de todo, ya no tenemos nada que perder.”

(Diamela Eltit, Jamás el fuego nunca, páginas 84-85, 153, 211-212)

viernes, 18 de enero de 2013

WAKEFIELD, EL DESTERRADO DEL UNIVERSO


Wakefield
Nathaniel Hawthorne
Traducción de María José Chuliá García
Ilustraciones de Ana Juan
Nórdica Libros, Madrid, 2011, 76 páginas.

En una excelente edición bilingüe e ilustrada, y como celebración de sus cinco años en la palestra editorial, Nórdica Libros rescata un cuento memorable, Wakefield de Nathaniel Hawthorne (1804-1864), un narrador norteamericano, figura imprescindible para entender el desarrollo de la literatura estadounidense en sus inicios. Nathaniel Hawthorne (Hathorne de nacimiento) tuvo una vida compleja, anclada entre dos pasiones: la literatura y el marchamo puritano, heredado de los primeros colonos que se establecieron en Salem. Aunque escribió varias novelas de formato largo, fue conocido sobre todo por sus relatos breves, generalmente de temática siniestra y contenido alegórico, siguiendo los gustos de la época. Por eso no es de extrañar que tradicionalmente haya sido considerado como un plomazo moralista, rebosante de complejos. La crítica actual, en cambio, ve en Hawthorne un fiel cultivador de la retórica autoconsciente.
Su narrativa breve destaca por el estilo elegante, depurado y sumamente reflexivo. Su contemporáneo Edgar Allan Poe celebró sus colecciones más importantes, Twice-Told Tales y Mosses from an  Old Manse. Y según Borges, Nathaniel Hawthorne es uno de los  cuentistas más importantes, destacando de forma especial Walkefield.
El cuento nos pone en presencia de un hombre que un día sale de su casa con la intención de realizar un corto viaje y no regresa hasta pasados veinte años, con la particularidad de que se instala en la calle contigua, desde la que todos los días podía divisar a su angustiada esposa. Una decisión extravagante e incompresible. La pretensión del escritor es que el lector medite sobre este extraño comportamiento y extraiga una moraleja. Para ello, más que referir los acontecimientos externos, ausentes en el relato, analiza qué clase de hombre era Wakefield, brindándonos una perfecta descripción  de su personalidad: en el ecuador de su vida, con una afectividad conyugal apaciguada, intelectual pasivo, corazón frío aunque no envilecido.
Nathaniel  Hawthorne
Así mismo Hawthorne pretende explicar el porqué de ese capricho que convierte a Wakefield en un ermitaño en el bullicio de la ciudad. Y sobre todo, la incapacidad de una voluntad débil para ejecutar lo que todos los días se dice el protagonista: “Volveré pronto!”. Pero una noche, finalmente, regresa a su antiguo hogar. El autor, sin embargo, decide no seguir al personaje más allá del umbral de la puerta, porque considera que su comportamiento ya ha proporcionado suficientes materiales para pensar y para que surja la moraleja: “En medio de la aparente confusión de nuestro misterioso mundo, las personas están tan pulcramente adaptadas a un sistema, y los sistemas engarzados entre sí y a un todo, que si una persona se ausenta por un momento, se expone al aterrador riesgo de perder su puesto por siempre, pudiendo llegar a convertirse, como le sucedió a Walkefield, en el Desterrado del Universo”(página 54). En mi opinión Hawthorne explora una interesante temática atemporal: la tentación del exilio interior que desemboca a veces en un destierro exterior. Otra cosa es el tratamiento narrativo, contaminado constantemente por la reflexión moral explícita, herencia de otros tiempos.
Esta reseña estaría incompleta sin hacer la obligada mención a las excelentes ilustraciones de Ana Juan. Sus dibujos permiten que esos dos mundos que corren paralelos (el del autor de una excentricidad y el de su resignada esposa). La ilustradora capta perfectamente en sus láminas esos dos mundos: uno lúgubre e inquietante, el otro, resignado y melancólico.
                                           
Francisco Martínez Bouzas


domingo, 13 de enero de 2013

UNA PARÁBOLA SOBRE LA CODICIA



¿Cuánta tierra necesita un hombre?
Lev Tostói
Traducción: Víctor Gallego Ballestero
Ilustraciones: Elena Odriozola
Nórdica Libros, Madrid 2011, 66 páginas.

   El conde Lev Nikoláivich Tolstói ( 1828 – 1910 ) está considerado como “el gran señor” de la literatura rusa. Su estilo equilibrado y al mismo tiempo distante se prestaba para ser interpretado como la transfiguración estética de la aristocracia de la que Toslstói procedía, hasta que renegó de ella, seducido por un evangelismo populista de raíz campesina. Su prédica moral no se quedó en gestos grandilocuentes, como la carta que dirigió al zar Nicolás II denunciando los males del país y proponiendo la abolición de la propiedad agraria. En su ancianidad renunció a todas sus propiedades, incluida la intelectual, pero su familia las reivindicó y Tosltói quedó viviendo como invitado de su mujer y de sus hijos.
   Ese supremo punto de referencia de las letras rusas tomó forma no sólo en la grandeza de sus  novelas, Guerra y paz, Ana Karénina o el tríptico de sus memorias ( Infancia, Adolescencia, Juventud ), sino también en un número casi incontable de narraciones breves. Relatos y novelas cortas, tanto más magistrales cuanto más cortas. Desde fábulas y apólogos de un solo párrafo, hasta largos relatos en la frontera de la novela corta. La mayoría de las mismas se editaron en español a comienzos del siglos XX en traducciones indirectas a través del francés.
   Entre todas ellas sobresale por su perfecta elaboración y por la nitidez de su mensaje ¡Cuánta tierra necesita un hombre?, catalogada en su día por James Joyce como “ el mejor relato que se ha escrito nunca”. Se trata, al parecer de una leyenda de tradición oral rusa, que corría de boca en boca entre los campesinos. Tolstói la recoge y arma una perfecta parábola sobre la avaricia. Su protagonista es  Pajom, un campesino pobre con el que pacta el diablo darle mucha tierra a cambio de tenerle en su poder. Todas las “desiatinas” que va acaparando, le parecen pocas. Hasta que se entera de que los bashkirios son inocentes como corderos y se puede conseguir su tierra casi de balde. Y en efecto, por mil rublos le ofrecen toda la tierra que pueda recorrer en una jornada con la condición de regresar al punto de partida antes de la puesta del sol. Al final, como demanda el guión, recibe el pago de la avaricia que todo el mundo comprende.
Lev Tolstói
   Una perfecta parábola sobre el afán acaparador de los señores de la tierra. Mas su ejemplaridad transciende el mundo agrario y hoy en día se viste de mil maneras en la crisis económica que han hecho que nos azote, provocada por la desmesurada ambición de los señores de los distintos sectores de la economía capitalista.
   Nórdica Libros nos sorprende con una edición primorosa de esta narración “ejemplar”. Las ilustraciones de Elena Odriozola han sabido captar la pulsión narrativa, el aliento y el aroma de la tierra en la que Tolstói, vestido con blusón campesino, se dedicaba en su ancianidad a su vocación moralista y predicaba el credo del amor universal.

Francisco Martínez Bouzas
                                                  
  

  

jueves, 10 de enero de 2013

"KARNAVAL", DSK LITERATURIZADO


Karnaval
Juan Francisco Ferré
Editorial Anagrama, Barcelona, 2012, 529 páginas.

   Dominique Strauss-Kahn, hasta el 18 de mayo de 2011 uno de los hombres más poderosos del mundo, acaba de ser transformado en personaje de ficción en una gran novela, Karnaval, ganadora del Premio Herralde de Novela 2012, un galardón que se le otorga a la literatura y no a las ventas. Su autor, Juan Francisco Ferré, es un escritor muy enraizado en la literatura moderna y posmoderna.
   Un personaje público, en aquellas fechas uno de los más influyentes del mundo, se ve así convertido en materia de arte, en literatura. La novela, calificada por su autor con la “Triple X” de la provocación pornográfica, de la exuberancia fabuladora y de la incógnita política, fue escrita al mismo tiempo que acontecían los hechos que motivaron el escándalo del director del FMI. Su motor de arranque fue la imagen de Strauss-Kahn conducido por el FBI, precisamente cuando en España explotaban las protestas del 15-M. “Me fascinó el hecho de que uno de los personajes más poderosos del mundo cayera por un gesto fruto de la gratuidad…Strauss-Kahn buscó el placer gratis teniendo todo el dinero del mundo para pagarlo.”
   La novela, en un momento en el que tanto la política como la economía son un indiscutible carnaval, es un verdadero panfleto sumamente incisivo contra las fechorías del neocapitalismo, pero el autor adereza asuntos muy serios con un tono cómico, con escenas hilarantes como las descritas en el capítulo “DK 5. Pornografía ancestral”. Un panfleto que convierte al exdirector del FMI, primero en el “gran dios K” y más tarde en un indignado, como los del 15-M español, que pretende hacer explotar el sistema.
   De ahí que la novela rebose de páginas que les sacan los colores a los excesos neocapitalistas. En la misma D. Strauss-Kahn es un ejemplo, una metáfora, un personaje de ficción paradigma del mundo de hoy, cuyos dueños, los financieros y los banqueros parecen desconocer o son insensibles frente a lo que está pasando.
   Es cierto que sobre Karnaval planea un escándalo sexual. Pero la novela no va solamente de sexo. Al contrario, ofrece una visión del mundo partiendo de ese dios K y de la vuelta de tuerca que lo transmuta  en un indignado. El talento literario de J. F. Ferré y sus condición de posnarrador hacen acto de presencia en toda la obra, pero sobre todo en un capítulo muy especial, “El agujero y el gusano”, un imaginario documental en el que personajes públicos como Philip Roth, Zizet, Philippe Sollers, Chomsky, Beatriz Preciado. Houellebecq, Judith Butler entre otros y otras opinan sobre Strauss Kahn. Ferré se deleita desacralizando las palabras de estas columnas vertebrales de los saberes de hoy y sabe demostrar que la literatura no solo es lo único que no está en crisis en este país, sino que no cesa de innovar.

Francisco Martínez Bouzas

(Texto publicado el 18 de diciembre en el periódico El Correo Gallego de Santiago de Compostela. Para ver el original en gallego pinchar aquí)



Juan Francisco Ferré

Fragmentos

“Mi trabajo en el hotel me ha permitido conocer cosas repugnantes como éstas. Yo limpio las habitaciones y hago la cama después de que se vayan los clientes. No importa que sea un hotel caro. No importa que las habitaciones parezcan palacios al lado de las casas que conozco en el barrio. Eso no importa. Cuanto más lujosas las habitaciones, más asquerosas me parecen las cosas que ocurren allí. Más repugnancia me da limpiar el cuarto de baño y hacer la cama, ver y limpiar los deshechos que dejan a propósito para que se sepa lo que han hecho allí. Me avergüenzan ellas cuando las veo salir contentas de la habitación en compañía de ese hombre que las acaba de violar, y parecen orgullosas de lo que les han hecho, de que las hayan elegido para hacerlo, convencidas de que esa cosa que tienen entre las piernas y que los hombres quieren poseer como perros les da todo el poder que no tienen en realidad. Esa cosa que tengo entre las piernas, en carne viva, esa cosa que los hombres quieren de nosotras, sí, esa cosa, es parte de nuestro infierno.”

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                                  PHILIP ROTH, novelista
“Roth: Lo diré claro desde el principio para que nadie se llame a engaño. El verdadero problema en este y en otros casos es la polla. Siento ser grosero, pero es así. Ya lo he dicho antes, juzgando otro escándalo similar, el caso Clinton, una década atrás, no se si se acuerda. La gente en general, sin distinguir entre hombres y mujeres, nunca perdona que le pongan la polla y los estragos de la polla delante de las narices. No perdonan la obscenidad de esa presencia…”

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BEATRIZ PRECIADO, profesora de teoría queer y ensayista
Preciado: Yo lo veo de una manera completamente distinta a como lo interpreta mi admirada Judith Butler. En mi opinión, hubo un fallo grave en la transacción (…) El hombre no quiere la desnudez de la mujer, que le causa horror, quiere su vestido, quiere su ropa, su atuendo, su disfraz, su uniforme. Lo que el hombre desea es apropiarse del disfraz que hace mujer a la mujer, que la hace deseable, que la muestra como objeto de deseo…”

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JULIA KRISTEVA, semióloga, psicoanalista y ensayista
“Kristeva: Damos por sentado que la víctima al emplear el lenguaje masculino para designar a su violador, lo hizo con su propio lenguaje, cuando en realidad debemos admitir que lo único que hizo fue verbalizar su difícil situación a partir de las escasas palabras que la cultura le proporcionaba para designarla. La cultura patriarcal, sin duda, pero también la cultura mediática es la que hoy conforma la conciencia de la gente. Si nuestra cultura, con la generosidad que se atribuye, hubiera sido capaz de procurarle las palabras adecuadas, los conceptos acertados,  a lo mejor habríamos oído a una mujer clamando simplemente porque no había sido amada, porque no había sido bastante querida, o no se había sentido en ningún momento todo lo querida que le parecía necesario o deseable para poder aceptar sin disgusto la violencia que se le imponía como medio efectivo…”

(Juan Francisco Ferré, Karnaval,  páginas 37-38, 215, 224, 227- 228)

lunes, 7 de enero de 2013

"APUNTES DE UN VENDEDOR DE MUJERES": EN EL TRANSFONDO DE LOS AÑOS DE PLOMO


Apuntes de un vendedor de mujeres
Giorgio Faletti
Traducción de Juan Manuel Salmerón
Editorial Anagrama, Barcelona 2012, 387 páginas.

   “Me llamo Bravo y no tengo picha”. Así da comienzo la quinta novela de Giorgio Faletti (1950), antiguo actor de cabaret, autor de novelas de gran éxito comercial, sobre todo en EE. UU, padre del “spaghetti-thriller pero que en Apuntes de un vendedor de mujeres ha dado un giro radical a su narrativa, reconocido por el mismo director de Anagrama que admite que la novela de Faletti no se aleja de la línea editorial de la casa. Y seguramente tiene razón Jorge Herralde porque en Apuntes de un vendedor de mujeres el lector no solamente va a encontrar la gran inventiva que se percibe en su primera incursiones literaria, Yo mato, un best seller en Italia solo superado por El nombre de la rosa, sino también una escritura de calidad y una buena armazón narrativa al servicio de una trama explosiva que la convierten en la gran novela negra de los años de plomo de Italia. Una trama laberíntica, plagada de sorpresas, un ambiente que estimula el aliento creador y, sobre todo, un gran personaje que Faletti supo colocar en el escenario apropiado.
   Se hace llamar Bravo, es un hombre castrado, sacrificado por las leyes de la mafia, pero al que no ha abandonado el estímulo sexual. Y decide mediar en el comercio de la compraventa de cuerpos, porque comprende que hay bellas mujeres dispuestas a vender el suyo y hombres así mismo propicios a pagar por él.
   Abril, 1978. En Milán, la capital lombarda, que se prepara para convertirse en la “Milano da bere”. Una ciudad centro del poder y caracterizada por un difuso bienestar, por la emergencia de arrivistas, restaurantes de lujo, casas de juego clandestinas, con los capos mafiosos sicilianos comprando sin dificultad la resistencia de la sociedad civil, policías corruptos, corrompidos igualmente muchos de los altos poderes del Estado. Aldo Moro secuestrado y condenado por las Brigadas Rojas, concesiones amañadas, tráfico de influencias, sobornos, elecciones fraudulentas. En esta ciudad de días y noches de plomo se concentran los personajes más variopintos, gente de la moda, de los negocios, gente de la noche, gente de mierda. Todos con dinero. Y las mujeres de Bravo. Son las mejores, las más costosas, las más discretas. Bravo las vende. Es un chuloputas que se considera honesto: solamente pone en contacto la oferta y la demanda. Por eso las mujeres de su “escudería” no tienen reparo en decirle: contigo es bonito. Porque, quizás para resarcirse de un deseo a veces desgarrador a pesar de su mutilación sexual, ha convertido a las mujeres en un instrumento de comunicación con el mundo.
   Mas la vida de este proxeneta es una larga noche en blanco que transcurre en compañía de desesperados. Solo un amigo que parece normal: su vecino, Lucio, un gran guitarrista “ciego” con el que comparte la pasión por los criptogramas. La repentina irrupción en su vida y “escudería” de Carla, una joven mujer que, para huir de la pobreza, decide entrar en el mundo de la prostitución y que remueve en Bravo sensaciones dormidas, no significará para él el inicio de una nueva vida, sino el comienzo de un mal sueño, una terrible pesadilla que lo tornará en un hombre vendido por sus mujeres, perseguido por la policía, los servicios secretos, la mafia y las Brigadas Rojas. Encaja perfectamente como chivo expiatorio de una serie de homicidios y masacres que sacuden Milán. Para salvarse solamente podrá contar con su mente genial y con la habilidad y sangre fría de quien ha visto la muerte de cara y ya hecho un balance en su vida. Pero se enfrenta a poderes y a una violencia tan criminal y canallesca, imperante en esos años de plomo, que, a su lado, su proxenetismo parece una inocente insignificancia.
   Giorgio Faletti escribe un thriller explosivo, un “noir” que quita el aliento y no da respiro; construido a base de una intricada red de misterios y al mismo tiempo de una eficaz simplicidad, ofrece una panorámica muy verosímil de la Italia de a finales de los años setenta, donde nadie ni nada, ni siquiera el bien y el mal, es lo que parece.

Francisco Martínez Bouzas




Giorgio Faletti



Fragmentos

“Lo de Laura es otra historia, mucho más delicada. Trabaja de modelo, no de mucha categoría, pero de manera regular, y redondea sus ingresos con lo que gana gracias a mi. Una noche fuimos juntos al Ascot y allí la vio Salvatore Menno, alias el Tulipán. Lo llaman así porque en piazzale Brescia tiene un puesto donde en invierno vende flores y en verano sandías. Claro que esta es la tapadera. En realidad es un delincuente que trabaja para Tano Casale, un capo que se disputa Milán con Turatello y Vallanzasca. El subnormal la compró una noche y luego quiso tenerla gratis y que le fuera fiel. Lo siguiente fue atizarle. Laura es una mujer como cualquier otra y por lo tanto interesa poco como persona. Pero, como realidad laboral, es muy rentable y no puedo permitirme tenerla inactiva por estar llena de morados.”

…..

“Al otro lado contestan enseguida.
-Sí.
-Soy Bravo.
La voz de mi interlocutor es seca y directa, acostumbrada a mandar.
-Necesito tres chicas.
Sin ceremonias. Sé muy bien que el hombre del otro lado de la línea me desprecia por lo que hago. Supongo que imaginará que  yo le desprecio a él de la misma medida, por lo que me pide que haga. A ninguno de los dos nos importa. Cada uno tiene lo que esotro necesita. En su caso, dinero. En el mío, mujeres bellas que cierran el pico. Doy y recibo. Todo funciona bien si el juego es justo.”

…..

“El Giulietta recorre a velocidad moderada viale della Liberazione.
Milán se ha encendido y se apresta a celebrar un nuevo rito nocturno. Se verán los mismos personajes de siempre. Ricos, pobres, policías, delincuentes, artistas y putas. A veces las caras cambian, los papeles nunca, de modo que siempre cuesta saber quién es quién. Con una pequeña diferencia en lo que a mi concierne. Las cosas a mi alrededor han viajado a la velocidad de la luz. Para el resto del mundo no ha pasado más que una semana, para mi han pasado años.
Demasiada sangre, demasiados muertos, demasiada cruda realidad.
La realidad a la que voy a hacer frente”.

(Giorgio Faletti, Apuntes de un vendedor de mujeres, páginas 39-40, 100, 332)

jueves, 3 de enero de 2013

UN TRIÁNGULO LÍRICO Y EPISTOLAR

Cartas del verano de 1926
Marina Tsvietáieva
Borís Parternak
Rainer Maria Rilke
Editorial Minúscula, Barcelona, 2012, 435 páginas.


   Editorial Minúscula recupera para los lectores en español uno de los más importantes encuentros epistolares -también líricos- que tuvieron lugar en el siglo XX: la correspondencia cruzada entre Marina Tsvietáieva, Borís Pasternak y Rainer Maria Rilke. Misivas que podemos leer bajo el título Cartas del verano de 1926. Epistolario de un verano inolvidable que jamás retornará porque Rilke fallecerá a finales de ese año 1926. Marina Tsvietáieva jamás superó la desaparición del amigo y ella misma se suicidó en agosto de 1941, terriblemente hostigada por la miseria y el estalinismo: marido fusilado y sus dos hijas, muerta una de hambre y prisionera la otra en un Gulag. La vida fue más compasiva con Borís Pasternak. La persecución del régimen no impidió que escribiera El Doctor Zhivago, una de las grandes novelas del pasado siglo, ni que la Academia sueca le concediera el Nobel de Literatura en el año 1958.
   Tanto Borís Pasternak como Marina Tsvietáieva experimentaron una verdadera adoración por Rainer Maria Rilke, adoración que en Marina se confundía con el amor, velado quizás, pero real y muy fuerte. En el encuentro de esta admiración con otra similar por la poesía y su fuerza mágica tuvo lugar el origen inmediato de esta correspondencia. Pero hay un origen remoto en la historia de las relaciones que generaron este epistolario. En abril de 1899 Rilke viaja a Rusia, un viaje iniciático, porque veía en Rusia el pueblo elegido por Dios. La Rusia patriarcal se situaba en el polo opuesto de la civilización occidental, viciada por el racionalismo y por la “ausencia de Dios”. Le acompaña la escritora Lou Andreas-Salomé y su esposo, el orientalista Friedrich Carl Andres. Allí conoce al pintor Leonid Ósipovich Pasternak. El viaje se repite al año siguiente y por azar coincide con L. O. Pasternak a cuyo lado estaba su hijo, Borís, de nueve años, que retendrá aquel encuentro como un acontecimiento memorable. La poeta Marina Tsvietáieva, por su parte, penetra en la existencia literaria de Pasternak en 1922. En ella admira  su clarividencia lírica y su potencia poética. Ese mismo año se inicia la correspondencia epistolar entre ellos y se prolonga más allá de una década. El nombre de Rilke aparece repetidamente en este carteo. Pero no fue hasta la primavera de 1926, después de recibir de Rilke los Sonetos de Orfeo y las Elegías de Duino cuando los sentimientos de Marina Tsvietáieva explotan al ver en la poesía de Rilke la encarnación de la más alta espiritualidad. A partir de ese momento la comunicación entre los dos jóvenes poetas rusos y el gran lírico en lengua alemana es intensa y en ella se percibe en primer lugar la soledad espiritual en la que vivían su arte, porque la guerra del 14 había roto la estructura espiritual de Europa y la expresión poética era considerada como un anacronismo carente de utilidad.
   Los tres poetas se interrogan sobre el sentido y los frutos de la poesía después del infierno bélico. Es la suya una correspondencia descarnada, de elevada categoría artística y de una profunda intensidad humana. A tres bandas. Y en ella reflexionan, comentan, envían poemas. Cartas contenidas las de Rilke que tiene que gobernar el frenético torrente admirativo de Pasternak y la idolatría de un romanticismo amoroso, aunque liberado de su envoltura corporal -los “grilletes terrestres”- de Tsvietáieva. La muerte de Rilke, el Poeta con mayúsculas, no interrumpirá el intercambio epistolar entre ambos, siendo Rilke el referente central.
   La edición que nos ofrece Minúscula, con un prólogo general contextualizador y abundantes anotaciones igualmente contextualizadoras de cada una de las cartas, nos permite penetrar de lleno en la substancia más profunda de tres mundos poéticos de suma relevancia en la lírica europea de la primera mitad del siglo XX. Nos sumergimos en su fuerza testimonial y en su calidad literaria transcurrido el plazo que Marina Tsvietáieva había fijado para que estas cartas vieran la luz pública, “cuando los cuerpos hayan quedado reducidos a polvo y la tinta haya palidecido”

Francisco Martínez Bouzas



Marina Tsvietáieva, Rilke y Pasternk

Fragmentos

De M. I. Tsvietáieva a R. M. Rilke

“Rainer Maria Rilke:
¿Puedo llamarlo así? Usted, poesía encarnada, por supuesto debe saber que su nombre por sí solo es un poema. Rainer Maria, resonancia eclesiástica -infantil- caballeresca. Su nombre rima con el tiempo -viene del pasado o del futuro- de siempre. Su nombre lo quiso  y usted eligió el nombre. (…)
Usted no es mi poeta más querido («más»- grado. Usted es un fenómeno de la naturaleza que no puede ser mío, que una no ama sino arrostra, o (¡no es todo aún!) el quinto elemento encarnado: la poesía misma, o (no es todo aún) aquello de donde nace la poesía y que es más grande que ella (que usted).”

…..

De M. I. Tsvietáieva a R. M. Rilke


(…) Mi amor por ti se desintegró en días y cartas, en horas y líneas. De ahí el desasosiego. (¡Por eso me has pedido sosiego!) Una carta hoy, una carta mañana. Tú vives, y yo quiero verte. Un trasplante del siempre al ahora. De ahí el tormento, la cuenta de los días, la depreciación de cada hora, la hora solo como un escalón -hacia la carta. Ser en el otro o tener al otro (o querer tener; en general -querer ¡lo mismo). Al darme cuenta, guardé silencio.”

…..

De R. M. Rilke a M. I. Tsvietáieva

“Y así mi pequeña palabra, que tú levantaste frente a ti, ha provocado esta enorme sombra en la que incompresiblemente te ausentaste de mí, Marina. Algo incomprensible y ahora comprendido. Que yo la escribiese, mi frase, no se debía, como explicaste a Borís, a una…sobrecarga, no, Marina, estaba libre y ligero, pero (tu misma lo reconoces) (…)
¿Todo ha de ser como tú lo imaginas? Probablemente. Eso que estás anticipando entre nosotros: hay que llorarlo o acallarlo con el júbilo? Hoy te escribí todo un poema entre los viñedos, sentado sobre un cálido muro (que por desgracia no siempre calienta ahora) y retenido a las lagartijas con la eufonía del poema. Ya ves que he vuelto. Pero en mi vieja torre aún tienen que trabajar los albañiles y otros operarios.”

(Marina Tsvietáieva, Borís Pasternak, Rainer Maria Rilke, Cartas del verano de 1926, páginas 136, 219, 220-221)