viernes, 27 de julio de 2012

CONTRA EL CAPITALISMO COM ESTADO NATURAL


Noticias de ninguna parte
William Morris
Capitán Swing Libros, Madrid 2011, 298 páginas.

  

   Entre las numerosas y polifacéticas actividades que durante su vida ejerció William Morris (empresario, editor, diseñador, miembro del movimiento “Arts & Crafts”), sobresale una: escritor de ciencia ficción. Su activismo político le permitió contactar con las familias de Marx y Engels y, junto con algunos de sus miembros, fundó la Liga Socialista, de la que fue un activo militante. Noticias de ninguna parte, editada ahora en español por Capitán Swing Libros, halla su contexto y su ubicación en esta ideología y práctica del socialismo en las que vivió su autor.
   El lector de William Morris se encontrará ante una utopía socialista, cuyo original inglés New from Nowhere fue editado en 1890. El “maravilloso utópico” surge, como bien es sabido, en el caldo de cultivo de las carencias e imperfecciones en las que, a lo largo del tiempo, se realizan las relaciones sociales. Se suele diferenciar entre utopías negativas y utopías sociales formuladas positivamente. Estas últimas representan la imagen de una sociedad mejor. Son por consiguiente un antitipo. La mayoría no pasaron de ser diseños teóricos jamás realizados en su cabalidad, entre ellas la Ciudad platónica de las Leyes y del Orden. También los primeros pensadores socialistas – Fourier, Saint – Simon, Owen y Proudhon – formularon diseños utópicos.
   Noticias de ninguna parte se engloba en estas mismas corrientes socialistas, de las que su autor fue un fervoroso impulsor en la Inglaterra de finales del siglo XIX. Y como toda utopía es una ucronía. Como utopía positiva que es, representa la aspiración de un mundo mejor, partiendo del análisis de un presente deplorable. Es pues el paso del reino de la necesidad al reino de la libertad. Morris, en efecto, nos lega en su novela la visión del futuro que ansiaba para la humanidad: una sociedad rural.
   La narración se sustenta en una estructura muy simple. El protagonista, después de una animada discusión la noche anterior en la Liga Socialista, despierta en otro tiempo, un tiempo que había corrido más de cien años hacia el futuro, en pleno tercer milenio. Y lo que halla a su alrededor,  es un mundo idílico y amigable, basado en la vida rural, en la que una sencillez elemental preside la vida. Las máquinas y el estrés social han desaparecido, se han demolido los barrios miserables y, en esa vida campestre, la nivelación social es absoluta. El trabajo no aliena, sino que permite que la gente pueda crear, y todo el mundo disfruta de la abundancia. Se ha superado así mismo la dictadura del proletariado y alcanzado la sociedad comunal, con la desaparición del estado.
   Pero, más que el núcleo o peripecia argumental, lo que es verdaderamente transcendente en este libro son las ideas que lo sustentan: la bondad natural del ser humano dejado a su libre albedrío, se evaporan muchos de los males de la sociedad, los niños aprenden sin que nadie les enseñe, los problemas de la pareja y los de las mujeres desaparecen con el fin del matrimonio. En definitiva, una utopía socialista que pretende mostrar que los males sociales pueden superarse y la sociedad humana puede alcanzar ese estado idílico en el que sobra el gobierno, sobran las iglesias y sobran la mayoría de las estructuras sociales y el capitalismo deja  de ser el estado natural.
William Morris
   El recurso que emplea la imaginación de Morris para situarnos en ese nuevo mundo, es la ensoñación. Mas no se trata de un sueño que nos sustraiga totalmente del presente real para introducirnos en el idílico soñado. Morris, con mucha habilidad, combina sueño y plena conciencia, realismo y romance. Al final del viaje por los vericuetos de la ensoñación, arribamos de nuevo al mundo rutinario. Por eso no podemos permanecer como espectadores visionarios de un hermoso país de nunca – jamás. William Morris, como narrador, mantiene con gran habilidad, esa tensión entre ensoñación y realidad. No obstante, esta novela subvierte las bases de ese dogma de universal aceptación en nuestro tiempo, que ve  el capitalismo como el estado natural de las sociedades humanas. Por eso la ingenuidad será sin duda el calificativo que su lectura suscite en la mayoría de los ambientes. Pero el relato de Morris no contiene ni tentaciones totalitarias, ni historicismo teleológico, precisamente porque no se muestra ciego ante las realidad humana y, en su diseño social, nos propone sugerentes reflexiones abordando temas tales como el papel del arte, la disidencia y el trato de las minorías, los nacionalismos…Todos ellos de gran utilidad para efectuar el recorrido histórico hasta ese paraíso primordial de la vida, absolutamente ajeno al capitalismo.

Francisco Martínez Bouzas

miércoles, 25 de julio de 2012

EL FRESO DEL MAL ABSOLUTO


Capesius, el farmacéutico de Auschwitz
Dieter Schlesak
Prólogo de Claudio Magris
Editorial Seix Barral, Barcelona, 2011, 397 páginas.



Lo recuerda Claudio Magris. Después de Auschwitz es imposible escribir poesía. Es el dicho de Adorno, sabedor consciente de que, solo navegando en las fronteras más extremas del ser humano y de lo decible o enunciable, es posible que arraigue en esta tierra maldita la palabra poesía. Dieter Schlesak, nacido en Transilvania, de identidad sajona-transilvana, se ha aventurado en numerosas obras, empleando tanto la poesía como el relato estremecido, en esa infame “tierra de nadie” de la historia contemporánea: el asesinato en serie de millones de seres humanos, “el más atroz y fétido matadero de la historia” (C. Magris).
Uno de sus periplos por esa tierra de nadie de la infamia y del horror es su novela Capesius der Auschwitzapotheker, traducida por Seix Barral con el título Capesius, el farmacéutico de Auschwitz. Una novela documental que, desde la verdad, cita al lector con los horrores, sirviéndose de  un solo personaje imaginario, el deportado Adam Salmen. Él lo ha visto, estuvo allí, lo sabe todo, perteneció al Sonderkommando, el pelotón de trabajo, compuesto exclusivamente por judíos, que tenía la función de introducir a los prisioneros en las cámaras de gas e incinerar los cadáveres. Y ha sobrevivido para contárnoslo, reproduciendo hechos reales y objetivos y palabras dichas por las víctimas. Adam conoció a Capesius, un farmacéutico de una pequeña ciudad transilvana, destinado a Auschwitz como oficial de las SS. Allí custodiaba el Zyklon B, el gas de las cámaras. Capesius es un hombre afable, un trabajador infatigable. Una “buena persona”. Un día llegó a Auschwitz un tren cargado de deportados judíos de su tierra natal. Capesius les espera en la rampa del campo de exterminio. Muchos le reconocen y le miran esperanzados. Él, junto con Josef Mengele, son los encargados de seleccionar a los que serán exterminados de inmediato en la cámara de gas. Lo hacía con total sangre fría, sin acritud, con amabilidad  y con la mentira como antifaz: tranquilizaba a los que se quejaban de ser separados de sus familiares, diciéndoles que la separación era necesaria, porque todavía tenían que recorrer un amplio trecho de diez kilómetros y a los niños, enfermos y débiles se les concedía el privilegio de ser llevados en coche. El privilegio era el horrible destino de las cámaras de gas, donde Capesius  vaciaba las latas del Zyklon B y contemplaba desde la mirilla la agonía de los gaseados.
También con Capesius se encontró ficcionalmente Adam Salmen en el juicio de Francfurt de 1964, en el que el farmacéutico exterminador nunca se sintió culpable, no tuvo un solo sentimiento de arrepentimiento ni de vergüenza. Solo miedo. Será condenado únicamente  a nueve insignificantes años de prisión  y moriría tranquilo en la cama de su hogar.

Dieter Schlesak investigó durante tres décadas la figura del farmacéutico de Auschwitz y, a modo de reportaje-verdad, recopila los testimonios de cientos de personas involucradas en el vivir y morir diario de los campos de exterminio de Auschwitz y Bikernau. Mediante la sutura de sus testimonios y de las actas del juicio, el escritor transilvano narra lo sucedido a los judíos, a los gitanos, a los musulmanes (las personas rotas, los muertos vivientes), allí torturados y exterminados entre 1943 y 1944. El hilo conductor de su narración es Capesius. Adam Salmen, el único personaje imaginario. Él y sus palabras serán la voz de los que fueron ahogados con el Zyklon B.
Con los testimonios de los prisioneros, de los médicos, de los SS, de los trabajadores del campo, Dieter Schlesak hilvana un relato aterrador, un viaje por la barbarie más salvaje, en el que la crueldad humana y el instinto asesino del “homo sapiens sapiens” supera todo lo que el lector haya podido ver, leer o imaginar. Es el fresco del mal, como escribe Claudio Magris, dibujado con monstruosidades en la lucha por la supervivencia, que provoca que los propios prisioneros destinados a la muerte, sientan alegría por el exterminio de sus semejantes o participen en sus torturas, porque eso significa más comida o un día más de vida. Es la perversión absoluta, inaudita: convertir a las víctimas en verdugos. Dieter Schlesak lo narra en un relato potente, pero sobrio, aunque estremecido en esta iniciación de la historia de la humanidad a través del exterminio y del horror.

Francisco Martínez Bouzas



Dieter Schlesak



Fragmento


                                              
                                                 

“Nos empujan hacia las duchas. Veo llamaradas en una fosa larga, oigo gritos, el llanto de niños, el ladrido de perros, disparos de pistola. Las llamas altas cubren las sombras danzarinas. Humo, ceniza levitando y el olor de cabello y carne quemados impregna el aire. ‘No puede ser verdad’, grita mi vecino. Los perros pastor alemanes obligan a niños, mujeres y enfermos a lanzarse vivos a las llamas. Una ola de calor asfixiante. A continuación disparos. Una silla de ruedas es lanzada con un anciano a las llamas; un grito estridente. Los bebés vuelan como pétalos blancos trazando un arco alto hasta el fuego…Un joven corre para salvar su vida, los perros pastor le dan caza, le empujan hacia las llamas. Sólo resta un grito. Una mujer con un pecho descubierto amamanta a su niño. Es lanzada con el bebé al fuego. Un sorbo de leche materna hasta la eternidad”.
“Del diario de Adam: Un día los SS trajeron en camiones a musulmanas enfermas, en realidad eran muertas vivientes y ya no estaban con vida. Sólo una chica se mantenía todavía en pie, podía mantenerse sobre sus pies. Se dirigió a un joven fuerte, Jankiel se llamaba, y le dijo que acababa de cumplir los dieciocho años y que nunca se había acostado con un hombre, ‘quisiera tener esa experiencia antes de morir, ¿me harías ese favor?’ Jankiel estaba horrorizado, se dio la vuelta y se escondió.
Cuando ella estaba en la cámara de gas y él nos lo contó enseguida le hicimos una especie de proceso. Se produjo un animado debate. Pero Jankiel nos dijo: ‘!era completamente imposible! ¿Os habéis vuelto locos de remate? Era una musulmana desnuda y apestosa, sucia, cubierta con su propio vómito. Y esos pensamientos acerca de la muerte, pensar que iba a ir inmediatamente a la cámara de gas…¿cómo imagináis que uno pueda tener aún ese tipo de pensamientos…no, no podría, no hubiera podido, aunque fuera la última voluntad de una moribunda’…”

(Dieter Schlesak, Capesius, el farmacéutico de Auschwitz, páginas 13 y 271)

martes, 24 de julio de 2012

LOS VIAJES DE LA MEMORIA

Lecturas y lugares
José Luis García Martín
Ediciones Traspies, Granada, 2011, 61 páginas.



El sello Vagamundos de la pequeña editorial granadina Traspies suele agasajar a sus lectores con libros de paginación corta pero que encierran verdaderas joyas literarias, tanto por sus textos como por sus paratextos. La excelente edición nos ofrece un continente que cautiva la sensibilidad del lector desde la primera aproximación. Libros minúsculos, que huelen a libro, con la delicada textura del papel y excelentes portadas e ilustraciones que nos permiten viajar con sumo placer por su interior.
Hoy he recalado en uno de sus más recientes puertos de acogida, porque también la metáfora del puerto puede servir para definir un libro. En el libro nos refugiamos, en él descansamos cuando las tormentas de la vida o los trajines diarios rompen la calma de nuestro mar vital.
José Luis García Martín, profesor, poeta y crítico literario, es sobre todo viajero. No un turista que se desplaza con sus rutinas de perpetuo fin de semana. Un viajero de geografías literarias. Viaja en las páginas de Lecturas y lugares por ciudades emblemáticas, con escudo e impronta literaria y por las que transitaron grandes escritores. Las fotografías, tomadas por el propio autor, actúan como guías para la narración de las vivencias.
La ruta da comienzo en Nápoles, ese “paraíso habitado por diablos” del dicho popular, donde recaló Leopardi para morir en una ciudad  devastada por el cólera. Hoy en la memoria del viajante la “Gomorra camorrista” se estremece con las estrofas de Leopardi, las erudiciones de Benedetto Croce o los versos de Garcilaso. En Coimbra el viajero se emborracha, y nos emborracha, de melancolía. Coimbra donde Eça de Queirós se encontró con el mismísimo demonio en el atrio de la Sé Velha y donde el adolescente enamorado Eugenio de Andrade halló el lenguaje de la felicidad. Coimbra en la que  no estuvo Fernando Pessoa, pero donde tuvo lugar el comienzo de su gloria, porque un grupo de estudiantes supo ver en él al Gran Maestre de la masonería  de la modernidad. La derrota lleva al viajero a una villa medieval de la Costa Azul, Èze, un buen lugar para topar y para leer a Nietzsche, porque en el camino que baja hasta la playa -hoy bautizado con el nombre “Chemin Frederic Nietzsche”- escuchó el autor de Aurora la voz que le iba dictando toda su filosofía lírica. El camino lleva al viandante a Roma y lo introduce en el Cementerio Acatólico, más allá de Porta San Paolo, que tanto amó Axel Munthe, el médico sueco. Un herético oasis  con gatos que guían por el laberinto de muertos ilustres y “anónimas desdichas”. En la puritana Ginebra se encuentra el viajero con Amiel, el profesor rutinario y oscuro que, pasados los sesenta años, fascinó póstumamente al mundo con su diario y que, como Pessoa vivió de todas las maneras -también como Casanova-, pero solo en la fantasía. Y un día recala el viajero en Nueva York. Nueva York con sus fantasmas, con el fantasma de Constancia de la Mora, la nieta de Antonio Maura, que rompió con su propia clase para ponerse al servicio de la causa popular. Constancia de la Mora, intensamente amiga de Eleanor Roosvelt. En el periplo no podía faltar Lisboa. En el mirador de San Pedro de Alcántara, un monumento a la melancolía, lee el caminante la historia sobre los orígenes del fado: el viento del sur hizo tañer las diez mil guitarras abandonadas después de la derrota del rey Dom Sebastián. Su eco de dolor, tristeza y muerte llegaría hasta la costa de Portugal
A Venecia llega el viajero siguiendo los pasos de Henry James, pero, a través del gondolero literato, con quien se encuentra es con Cortázar, el Julio Cortázar de los años cincuenta, cuando aún no era un escritor  famoso. En Venecia, una ciudad   en la que nunca se está de paso, la ciudad donde Freud no quiso psicoanalizar a Thomas Mann (“para un artista no hay mejor terapia que el propio arte”, página 55), el viajero se imbuye con la historia del Conde Cini, su matrimonio con Lyda Barelli y sus amores con la condesa Dal Pozzo.
El último descubrimiento de García Martín se llama Cáparra, muy cerca de su pueblo natal, un día, hace veinte siglos, bulliciosa ciudad romana. Bastó la mano del tiempo para arrasarlo todo. El peso de los siglos no pudo, sin embargo, con el orgulloso arco que queda ahí, en solitario, en el entrecruce de caminos del mundo.
Un libro humilde pero bello, escrito con los fulgores de una prosa intensamente poética, que nos ofrece los frugales placeres de la memoria viajera amalgamada con la memoria literaria. Libro de evocaciones de un viajero que es también poeta y cierra su periplo con el retorno a la  Ítaca natal, que le convierte en ciudadano del mundo, sabedor de que cualquier punto de llegada es así mismo punto de partida.

Francisco Martínez Bouzas



José Luis García Martín

Fragmentos

“(…) Fue en Coimbra donde Antero de Quental un día de tormenta subió a una colina, sacó su reloj y con voz firme dijo: «Dios, si existes, te doy cinco minutos para que me lo demuestres enviando un rayo que me destruya». Pasaron cinco minutos y no pasó nada. Dios, desdeñoso, no quiso tomarse la molestia de hacer lo que el propio Antero haría de un pistoletazo poco tiempo después.
Fue en Coimbra donde un adolescente enamorado, Eugenio de Andrade, encontró el leguaje de la felicidad: «solo tus manos traen los frutos».
Si, yo también estuve en Coimbra y probé de esos frutos. Algo de su sabor me queda todavía en la boca.
Anochece en la colina de la Universidad. Poco a poco ha ido cesando el bullicio estudiantil y ya solo hay lugar para los fantasmas. He subido la escalera monumental y me he detenido frente a la estatua del rey Dom Dinis, un mamotreto que no parece adecuado para quien escribió: «Ai flores, ai flores de verde pino, / si sabedes novas do meu amigo? / Ai  Deus , e eu é?» (…)
Sí, todo el mundo estuvo en Coimbra, salvo Fernando Pessoa, aunque fue precisamente aquí donde tuvo lugar el comienzo de su gloria. Cuando no era más que un borroso oficinista que perdía su tiempo en los cafés lisboetas, un grupo de inquietos estudiantes supo ver en él al Maestro con mayúsculas, al Gran Maestre de la masonería de la modernidad”.

(José Luis García Martín, Lecturas y lugares, páginas 11-12)

sábado, 21 de julio de 2012

"EL NEGRERO": VIDA NOVELADA DE PEDRO BLANCO FERNÁNDEZ DE TRABA


El negrero
Lino Novás Calvo
Tusquets Editores, colección Fábula, Barcelona, 2011, 296 páginas.


El Diccionario de literatura española e hispanoamericana dice que a Lino Novás Calvo se le considera uno de los iniciadores del realismo mágico. Pero el escritor gallego es sobre todo el fundador del uso literario del habla cubana y especialmente del habla habanera con muy poca vigencia en la literatura cubana. Nacido en As Grañas do Sor (A Coruña), en 1905, Lino Novás emigró a Cuba con siete años, realizando los más insólitos y variados trabajos. Viajó a Nueva York de donde regresó dominando otro idioma, lo que le permitió traducir a Hemingway, Faulkner, Huxley y Lawrence. Y se hizo escritor de forma autodidacta. Como periodista de un diario cubano, recaló en Madrid en 1931, donde colabora periódicamente  en Revista de Occidente y gana la amistad de Valle Inclán y Unamuno. Fue un hombre de existencia novelesca y en la Biblioteca del Ateneo madrileño recoge abundante documentación sobre la trata de esclavos, que le permitirá publicar en 1933, El negrero. Vida novela de Pedro Blanco Fernández de Trava. Es su única novela, rescatada por Tusquets Editores en 1999 y reeditada ahora en la colección Fábula. No obstante, su gran aportación a la literatura cubana se compone de cuentos que pueden ser considerados obras maestras.
El negrero es una novela de “extraordinarias historias de aventuras verídicas”, vividas casi todas en el mar y en las costas africanas, principalmente en Sierra Leona y en Gallinas (entre Liberia y Sierra Leona), donde funda su gran factoría para el comercio de esclavos.
Su héroe es Pedro Blanco y la novela recrea la historia de la piratería a partir del reprobable contrabando de esclavos negros y las complejas relaciones establecidas entre negreros, marineros, jefes tribales, autoridades coloniales y los hacendados americanos. Pedro Blanco nació en Málaga en 1795. Ingresa en la Escuela Náutica, pero al poco tiempo abandona sus estudios  por desavenencias con su padrastro y debido a un incesto cometido con su hermana, y se mete de polizón en un barco, iniciando su vida de peripecias y aventuras que le llevará del Mediterráneo a Terranova, para enrolarse posteriormente en barcos negreros. Cruzando el Océano se curte en todo tipo de navíos y sobrevive no solo a la dureza del mar, sino también a las epidemias, persecuciones de los cruceros -a comienzos del siglo XIX se habían promulgado las primeras leyes contra la trata de esclavos-, traiciones, motines de los esclavos y actos de piratería. Mas Pedro Blanco aspira a más y en las costas africanas crea  su propia factoría en la que ganó incontables riquezas, entre salvajes guerras tribales, asesinatos, magias e inverosímiles episodios de crueldad, salpicados por algún acto de ternura.
El protagonista de esta vida novelada es un blanco que tiene el alma negra, teñida por el oficio de negrero. Por eso la novela es un cruel libro de aventuras que tiene en el mar su espacio privilegiado. Por consiguiente, el encuentro con piratas, las persecuciones, los motines, la escasez de alimentos, el agua corrompida con gusanos y miasmas, grandes tormentas y calmas chichas son sus temas recurrentes. Pero hay algo más: Pedro Blanco Fernández de Trava (el mongo de Gallinas) es un ser atroz, digno de figurar con otros negreros o dueños de factorías de la trata en esa historia universal de la infamia, cuyos primeros capítulos inició Borges. Los  asesinatos, robos, naufragios, abordajes, violaciones, toda clase de oprobios, episodios de espeluznante verismo como el lanzamiento de cargamentos humanos al mar para rehuir la persecución de la justicia, logran indignar al lector, reivindicando así la rebeldía de los oprimidos, del negro que estalla por medio de la fuga o de la venganza.
En El negrero sucede de todo porque su autor analiza agudamente una época en la que se cometen algunas de los episodios más despreciables y aterradores jamás vividos (el comercio de unos hombres por otros). Pero en el fondo Lino Novás muestra el horror de un mundo que continúa siendo el nuestro, porque el racismo sigue estando ahí, protagonizando sucesos vergonzosos. Un escritor pues y un libro para rescatar del olvido.
Lino Novás penetra en la corriente negrista del indigenismo iberoamericano a través de una gran intuición y de una increíble capacidad de síntesis  de la documentación sobre el tráfico de esclavos, fundiendo muchos datos bibliográficos con los hilos y la magia de la ficción. La prosa de Lino Novás, de apariencia desmañada, ansiosa, tirante, de frases cortadas y poca descripción, se mueve en breves ondulaciones adornadas por el deleites sensual de los retratos corporales de la raza negra, especialmente de las mujeres de piel oscura que aparecen en la novela en abigarrados harenes y en su reluciente desnudez del color de la selva.

Francisco Martínez Bouzas



Lino Novás Calvo



Fragmentos

“Los compradores eran hacendados, con piedras de Minas Gerais y grandes vegueros en la boca, o damas de igual rango. Junto a Pedro y sus compañeros pasó una gran dama con una larga capa roja, sombrero de fieltro sobre un turbante blanco y zapatos bordados. Era la hermana de Pedrâo. Al andar recogía la capa y mostraba la puntilla del refajo. Caminando era como un barco con galeno sobre un mar tranquilo. Aquel porte parecía pesar más que sus años. Había venido a la feria a caballo escoltada por una guardia de negros y mulatos. Se llamaba Modesta y manejaba su hacienda como una amazona. Al acercarse a ella el primer esclavo, brindado por una cigano, Modesta se desprendió de su altivez y comenzó a examinar minuciosamente, tentando sus músculos, llevando a la lengua el dedo impregnado de su sudor -pues en el sabor del sudor se conocía la salud del negro- y llegando hasta lo más secreto. Aquello lo hacía todo comprador. El cigano sonaba el látigo y hacía bailar, hablar, cantar, correr y reír a los cautivos. Al fin de escoger mucho, Modesta se quedó con un hermoso muleque mandingo”
…..

Las leyes de los negreros prohibían a los marineros fornicar con las negras a bordo. El que lo hiciese perdía su sueldo y corría el riesgo de ser azotado. A los oficiales se les permitía, a veces, según el capitán, y cada uno solía escoger una negra para la travesía. De Buen  ponía leyes severas en esto. Los compradores pedía a veces vírgenes y otras negras por preñar o preñadas con macho elegidos por ellos.
En este viaje era difícil impedirlo. Las negras dormían en cubierta, protegidas por lonas, sobre las tablas o la obra muerta. Los marineros, favorecidos por el ocio, gateaban hacía ellas, por debajo de las lonas. Las negras no gritaban por eso. Los marineros les llevaban escudillas de aguardiente, y ellas se pirraban por los marineros. Al descubrirlo, De Buen buscó a los culpables, pero en vano”

(Lino Novás Calvo, El negrero,  páginas 72-73, 129)

miércoles, 18 de julio de 2012

METAFICCIONES DE GARRIGA VELA


El anorak de Picasso
José Antonio Garriga Vela
Editorial Candaya, Les Gunyoles ( Barcelona), 2010, 132 páginas.

Bajo el sello de la Editorial Candaya, una de las casas editoriales que más están apostando por la literatura de fronteras, en la senda de las creaciones más vanguardistas y experimentales, publicó hace unos meses  José Antonio Garriga Vela una antología muy personal de cinco relatos, rotulados con el título de uno de ellos, El anorak de Picasso. El autor, especialmente después de la aparición de su novela Muntaner,38, está considerado como un escritor imprescindible de la narrativa española contemporánea, un autor que no rechaza las formas más vanguardistas y experimentales de narrar, sobre todo la metaficción en su vertiente autorreferencial.
El juicio de la contraportada de la autoría  de Juan Bonilla le hace plena justicia a este carácter metaficcional autorreferencial de los relatos de Garriga Vela: “En El anorak de Picasso (…) reúne textos que se entrelazan y que pueden ser relatos o ensayos o confesiones sin que importe mucho qué son”. Quizás no sean relatos en el sentido convencional. Non-fiction para los puristas que siguen negando el debilitamiento de las barreras entre los géneros, uno de los recursos primordiales de los posnarradores  y que los estudiosos de la narratología tienen en cuenta a la hora de definir la metaliteratura.
Los cinco relatos de El anorak de Picasso reflejan, en efecto, recuerdos personales, historias verdaderas, como el primero de la serie en el que el escritor rememora las relaciones de Santiago Rusiñol, el  Cau Ferrat y Pablo Picasso con su propia familia. También anécdotas -falsas, confiesa el escritor- de las que él mismo es sujeto activo o pasivo, convertidas en historias reales. Pequeñas parcelas o incidentes biográficos  camuflados como ficción. Finalmente, reflexiones acerca de su propia obra y sobre el proceso de gestación de la misma, como ocurre en varias de las secciones del relato “El cuarto del contador”.
Nos encontramos pues sumergidos de lleno en lo que Alter y Waugh designan con el nombre de novela autoconsciente; Linda Hutcheon, narrativa narcisista y Spires, novela autorreferencial. Literatura, en definitiva, en la que el discurso narrativo se refiere a si mismo, como proceso de escritura, de lectura o de discurso oral. Es por ello que la arquitectura compositiva del relato da razón de su carácter metanarrativo. Todos aquellos que ponen en entredicho el carácter literario de este tipo de obras, deberían recordar lo que, al respecto, escribe Darío Villanueva: “(…) la novela es el reino de la libertad, libertad de contenido y de forma y por naturaleza resulta ser proteica y abierta”. Y de este “cruce de literatura y de vida” forman así mismo parte los otros tres relatos aún no mencionados: “El teléfono del señor Permanyer”, “Días felices en Tánger” y “El kilómetro cero”. Literatura confesional, según reconoce el propio autor, que nace de “decenas de imputs que atacan precisamente cuando estamos escribiendo” (Juan Tallón, A pregunta perfecta (O caso Aira-Bolaño, página 13).
José Antonio Garriga Vela
Todo forma parte del desarrollo argumental, incluida así mismo la intertextualidad, aspecto distintivo del arte moderno en general, y del que Garriga Vela apenas echa mano, dirigiendo su mirada y el norte de su pluma sobre su propia obra, en una suerte de auto-intertextualidad. Dedicar la textualidad a reflexionar sobre la propia ficción, sobre el arte de narrar o de escribir puede ser excelente literatura cuando llega acompañada por un saber hacer narrativo perspicaz y de primera calidad y un estilo lingüístico sencillo y diáfano. El anorak de Picasso es una muestra incontestable de todo ello.
Francisco Martínez Bouzas

martes, 17 de julio de 2012

HISTORIAS DE SILENCIOS Y FANTASMAS

Hombres
Laurent Mauvignier
Editorial Anagrama, Barcelona 2011, 247 páginas.


La guerra colonial de Argelia (1954 -1962) fue durante mucho tiempo un asunto tabú en Francia. Un tema doloroso del que todavía hoy la gente rehúsa hablar. El trauma fue tan profundo que los sucesivos gobiernos franceses no han admitido hasta hace poco que se trató de una guerra de independencia. La literatura, con muy pocas excepciones, también se ha sumado al silencio. Una de esas contadas excepciones es Laurent Mauvignier. En todas sus novelas aparecen personajes que, directa o indirectamente, están relacionados con esa contienda colonial. Hombres es, sin embargo, la única dedicada de forma expresa y exclusiva a literaturizar ese conflicto bélico y colonial.
Y lo hace Mauvignier apoyándose en las vivencias de dos personajes principales, dos primos hermanos que, como soldados de reemplazo, son enviados a Argelia a combatir al FLN, la guerrilla independentista. Son ellos Rabut y Bernard. Ambos quedaron marcados por la crueldad y los horrores que presenciaron, cometidos por uno y otro bando. Señalados con las mismas marcas de la derrota y de las heridas del alma que laceró a los ex – combatientes norteamericanos en Vietnam  o en contiendas y aventuras bélicas más cercanas como la guerra del Golfo. El olvido forzado llegó a silenciar a los casi tres millones de jóvenes franceses que fueron enviados a la colonia a mantener el orden. Silenciados ellos y también los harkis, los argelinos musulmanes colaboracionistas y los pies negros, argelinos de origen europeo o judío, dejados a su suerte y a los horrores de la venganza tras los acuerdos de Evian que reconocían la independencia de Argelia. Al regresar a Francia, es como si Argelia no hubiese existido. Pero ellos han visto el terror en el rostro de los argelinos torturados o en los guripas, como el que encuentran degollado de madrugada con los genitales en la boca.
El acierto de Mauvinier ha sido el de haberles cedido la palabra a dos de esos antiguos combatientes, ahora sesentones, para hurgar, desde el pasado, en la “herida secreta”, como escribe Jean Genet en la cita que abre el libro.
Hombres narra veinticuatro horas en la vida de Bernard y de Rabut. Este último sobrelleva la existencia de una forma aparentemente normal. Su primo Bernard es, en cambio, un deshecho humano. Un episodio banal de tintes racistas abrirá los diques de los recuerdos. Recuerdos de la niñez y de la adolescencia. Y de pronto camino de Argelia, vestidos de soldados. Ya no serán más que el número de la chapa que cuelga de sus cuellos. Ahuyentan el miedo pensando en Verdún  y en que en Argelia hay burdeles. Se les ha inculcado que están en la colonia por algo que tiene que ver con un ideal, por un proyecto de civilización. Pero lo que allí encuentran es el horror, la más inhumana crueldad cometida por ambos bandos. Y remolinos de miedo a todas horas que Mauvignier metaforiza elocuentemente mediante la sed constante, el silencio y la soledad (“No está solo, están solos todos juntos”, página 111).
El título que rotula la novela, hace justicia a la idea central que sirve de hilo conductor del relato: son hombres los que matan y descuartizan al médico francés. Son hombres los que han visto el horror en el rostro de los argelinos torturados, arrojados al mar con una mole de cemento fraguado entre sus pies. Todo lo que en Argelia ocurrió lo hicieron hombres, hombres sin piedad que mataron a hachazos, abrieron el vientre  de las mujeres o degollaron con la “sonrisa cabilia”.

Laurent Mauvignier

Mauvignier entrelaza presente y pasado para explicar el hoy en función de lo acontecido antaño. Noveliza de forma muy verosímil este drama humano que marcó determinantemente  la historia de Francia en la segunda mitad del siglo XX. No rehúye los momentos de extrema crueldad y violencia, el naufragio moral, relatados sin embargo como en un esbozo, de forma oblicua. Y puesto que Argelia es un drama del que nunca se habla, el escritor echa mano del monólogo interior, en el que participa una polifonía de voces, entre las que sobresale la de Rabut, para reflejar de una forma intimista, fragmentada y con el ritornelo de múltiples repeticiones, la tortura, la humillación, el miedo que hiela la sangre de unos personajes que jamás encuentran la paz, porque el pasado despliega sus tentáculos hasta el presente y ya es demasiado tarde para comenzar a vivir. Sin embargo, la lectura de este libro “sobre la guerra que prosigue después de la guerra” no resulta ser una plácida diversión, porque el discurso salta de un personaje a otro, de un tiempo a otro, sin ningún aviso, especialmente  en las cien primeras páginas de la novela. Y sobre todo porque Laurent Mauvignier ha huido de la novela bélica al uso, evitando los personajes tópicos, para centrarse en las repercusiones psicológicas y emocionales que supuso aquel delirante derroche de horrores, ejecutados por hombres.

Francisco Martínez Bouzas

domingo, 15 de julio de 2012

EN LA REALIDAD EXTREMA DE MÉXICO


La señora Rojo
Antonio Ortuño
Páginas de Espuma, Madrid 2010, 106 páginas.

  

   Antonio Ortuño, “escritor y opositor de casi todo” según su propia autobiografía en twitter, es una de las últimas revelaciones de la narrativa mexicana. Después de su primera novela, El buscador de cabezas, elegida como mejor debut en la literatura mexicana de 2006, y del éxito de la segunda, Recursos humanos, finalista del Premio Herralde, publicó en Páginas de Espuma un prometedor libro de relatos, El jardín japonés. Traducido a varios idiomas, fue elegido por la Revista Granta entre los veinte y dos mejores narradores jóvenes en español. Y Jorge Herralde no tiene reparos en compararle a Michel Houellebecq, por su humor negro y su “mala leche”. Ambas categorías de calificativos hacen acto de presencia en este nueva antología de cuentos, rescatados de distintas publicaciones y que ahora podemos leer en una edición sencilla, pero a la vez elegante y con cuidada impresión de Páginas de Espuma.
   Al concluir la lectura de estos trece cuentos a este lector le queda el mismo ácido sabor de boca que impregna esta escritura, porque de la pluma de Ortuño salen a borbotones la ironía, el humor negro, la burla íntima, historias en cuyo centro de gravedad se encuentra el cinismo, la frustración, temas y personajes extremos y la realidad reflejada e iluminada con el calidoscopio del delirio.
   El libro estructura su rica carga diegética en dos secciones. La primera, rotulada “La carne”  es un muestrario  de historias individuales en las que existencias anónimas viven su cotidianidad entre el drama y la irracionalidad. Historias que pueden suceder en cualquier parte pero que hallan en la realidad extrema del México actual un humus perfecto. Historias ásperas y crueles de las que está desterrada la clemencia y cualquier resquicio compasivo. Historias a veces cercanas al expresionismo, otras al esperpento. Familia pobres – pobres, con refrigerador vacío, pero con agua corriente lo que permite limpiar la sangre que le escurre al hermano cuando se despeña por la escalera. La farsa de la felicidad llevada hasta el extremo de colocar en la lápida de la cripta familiar de una pareja mal avenida la leyenda “Fueron felices y dieron felicidad”. O la cruel venganza que hallamos en el relato “El Día del Amor”: ve a su novia traicionándole con el profesor de fotografía, le regala un cachorro de perro y cuando ella se encariña con el animal, lo mata, lo destroza y le toma un montón de fotografías que le hace llegar. La protagonista del relato “La Señora Rojo” es una inmensa tortuga que agoniza en el jardín del ficticio narrador, en medio de ruidos que complican el sueño. Logra deshacerse de ella, pero detrás de ésta, aterriza un batallón de congéneres, igualmente vomitivas. La imposición del absurdo y del delirio arruinando el sosiego familiar. “El Grimorio de los vencidos” da comienzo con una frase que marca el tono de la prosa de Antonio Ortuño: “Ciertas desgracias favorecen el alma. Perder a los padres ennoblece: nos hace adultos que nunca más recurrirán a nadie”. A continuación, un relato que bascula entre la fantasía y la credulidad popular porque, al final, la Hierba del Santo Casto le regresa a su mujer de los brazos de un mago que hace nevar, pero cada vez que la posee, el aire de la habitación se congela y en algunas ocasiones hasta está a punto de nevar (página 50).
   Los relatos de la segunda parte (“El mundo”) transcienden lo individual para internarse en la realidad latinoamericana y de otros países  con regímenes totalitarios. En ellos se elude la crítica política directa, pero no el sarcasmo a la hora de retratar poderes corruptos, formal y exóticamente democráticos, pero que son ellos mismo nidos de horrores o permiten ser invadidos por gente rubia y muy admirada.
   La culpa de las revueltas es obviamente de los revoltosos, no del profesor desquiciado que elimina a tiros, uno tras otro, a sus alumnos por el simple hecho que querer reunirse en asamblea. Fuera espera la policía que había recibido la orden  de no mover un dedo mientras los muertos fueran estudiantes. En otros como “Historia” o “Héroe” narra Ortuño de forma paródica y distorsionada las guerras o la historia de un país que soñó con ser un Imperio pero “A quién se le ocurre llamar Imperio, su imperio a nuestro pantano, escribe Ortuño en muestra inteligente de ironía y de esa mala leche de la que habla Herralde.
   Es sin embargo en “Pavura” donde el narrador nos golpea la cara cuando parodia y pone en solfa la actual paranoia de los gobiernos por la seguridad de los aeropuertos debido al miedo al otro. El mal, la delincuencia infinita están ahí, pretenden colarse en nuestras entrañas y hacen que el protagonista del cuento – asesor de seguridad aeroportuaria -  se convierta en orgulloso planeador de las técnicas más demenciales, invasoras de nuestra intimidad hasta el punto de confesar lo que sigue, que copio como muestra del sarcasmo  de la pluma del escritor tapatío:
Antonio Ortuño
  
“Disfruto, si, de las líneas de seguridad en cada aeropuerto que visito; gozo cuando soy detenido y maltratado, cuando soy orillado a desnudarme, a despojarme de zapatos y calzoncillos frente a los compañeros de fila, cuando mis documentos personales no son tomados por verdaderos, se me escolta a un cuarto cerrado y se me empuja y escupe. Procuro dejarme encima anillos, cadenas, hebillas, todo lo que sea metálico y haga saltar las alarmas. He conseguido un arma y la oculto entre los calcetines o camisetas para ver si la descubren” (página 99)  
   Una antología de relatos breves que se inscriben en una línea  muy actual, pero a la vez con acento personalísimo, que rompen fronteras geográficas y nos permiten gozar de los usos locales del idioma porque Páginas de Espuma no ha impuesto sobre estos cuentos, escritos en México, ese discutido criterio de “traducibilidad” que suele exigir la industria editorial española.

Francisco Martínez Bouzas

viernes, 13 de julio de 2012

"SIETE AÑOS", CRÓNICA DE ABISMOS Y DERROTAS

Siete años
Peter Stamm
Traducción de José Aníbal Campos
Acantilado, Barcelona, 2011, 262 páginas.


Es imposible que sea de otro modo: la literatura que jamás desperdicia nada no podía dejar de tematizar el amor y el desamor, la condición no estática ni definitiva de los sentimientos, las relaciones interpersonales que siempre han estado en el subsuelo, alimentando los manantiales de la ficción. Pero también algo más novedoso y tan actual como la crisis económica y laboral de nuestros días que enturbia e incluso sepulta esas relaciones entre seres humanos más profundas como pueden ser las relaciones sentimentales.
Todo ello, unido a la dicotomía de una relación con dos mujeres, es aprovechado por Peter Stamm (Weinfelden, 1963) para construir no solo una novela muy actual, sino una buena novela. Una novela sobre seres humanos y sus mutuas relaciones.
La novela  en la que se producen alteraciones de tiempos y se desarrolla en el Munich de finales de los 80 y comienzos de los 90 del pasado siglo, con unos protagonistas que estudian, flirtean, se enamoran -o eso parece-. Y en la actualidad, víctimas, villanos o héroes, de la crisis económica, siempre inmersos y a veces superados por marañas y cascadas de sentimientos y pulsiones eróticas, destinados al fracaso.
En Siete años Peter Stamm le concede la voz a Alex que, como narrador autodiegético, nos cuenta en primera persona la confesión que le hace a una
amiga de su esposa durante una visita. En esta confesión, el lector se encuentra con la historia de una pareja de jóvenes, brillantes y exitosos arquitectos, alejados sin embargo entre si por aspiraciones vitales dispares y con un caos interior difícil de llenar.
La vida del protagonista masculino discurre sometida a la atracción de dos mujeres: Sonja, una bella mujer y brillantes arquitecta -la mujer perfecta- con la que se casará y con la que crea un exitoso estudio de arquitectura. E Ivona, una emigrante irregular polaca, paradigma del desorden y de la vulgaridad. Sonja adopta frente al enamoramiento una actitud fría y racional: baraja  como posibles parejas hombres en los que vislumbra posibilidades de realización profesional. Ivona, en cambio, es sumisa, se conforma con las pequeñas alegrías, desperdicia su vida por un hombre que no la ama, alimenta la necesidad de una vida mejor con novelitas rosa, le ama incondicionalmente y en eso consiste su felicidad. Para Alex, el protagonista masculino, es únicamente una obsesión sexual y una sensación de libertad, de entrega absoluta que no ha podido encontrar en Sonja.
La novela de Peter Stamm discurre alternando dos tiempos: el presente del relato en el que el matrimonio parece haber resuelto sus problemas profesionales y conyugales y el pasado que se remonta a los años estudiantiles en los que el azar hace que se encuentren Alex e Ivona. Cada mirada retrospectiva significa un cruel purgante que le hace experimentar un macabro sentimiento de culpa y le presenta una memoria  rebosante de culpas y de vejaciones. A través de sus palabras salen a flote las mutuas infidelidades de la pareja, el humillante trato al que somete a la ocasional amante polaca, el egoísmo del  acaudalado matrimonio que fuerza a la inmigrante polaca a realizar la oblación más dura para una mujer.
No es sin embargo la dicotomía de las dos mujeres, sino la tensión y la insatisfacción personal y profesional de Sonja, unidas a la crisis económica lo que hacen que la novela experimente distintos giros autodestructivos y bajadas a los infiernos, antes de un final que significa tanto un vacío como una liberación.
Siete años es un drama contemporáneo que plantea múltiples incógnitas. Entre otros, la naturaleza de las relaciones amorosas. Alguien dice en la novela que el amor pasional es una forma inferior de amor. Pero el gran interrogante es el  concepto y el ideal de felicidad. ¿Consiste en alcanzar constantemente  objetivos materiales, sabiendo que una vez logrado uno ya se está perfilando otro? ¿O en las pequeñas alegrías, en los pálpitos de quien cree con fe ciega en el enamoramiento incondicional? La novela es además un perspicaz retrato sociológico de la clase media alta alemana, con su búsqueda desenfrenada del éxito, la ausencia de moralidad, su caos existencial, la decepción, la abulia, la ruina de las pasiones.
Peter Stamm construye con maestría sus personajes, sobre todo el del protagonista masculino. Tanto él como su esposa Sonja no son personajes planos, evolucionan a lo largo de un relato que Peter Stamm escribe de forma concisa, con gran claridad, sin afectaciones. Una vía perfecta para que sus interrogantes hieran nuestras conciencias y nos fuercen a meditar sobre este maremágnum  de abismos y derrotas.

Francisco Martínez Bouzas



Peter Stam

Fragmento

“Había confiado en que algún día me aburriría de Ivona y podría librarme de ella, pero aunque el sexo con ella me interesaba cada vez menos, y aunque a veces sólo hablábamos y ni siquiera nos acostábamos, no conseguía librarme de ella. No era el placer lo que me unía a aquella mujer, sino una sensación que no había vuelto a tener desde la niñez, una mezcla de protección y libertad. Era como si el tiempo no transcurriera cuando estaba junto con ella, pero, precisamente por eso, aquellos momentos tenían tanta importancia. Con Sonja me sentía construyendo algo que jamás quedaba terminado del todo. Pretendíamos construir una casa, tener un hijo, contratábamos empleados, comprábamos un segundo coche. Apenas alcanzábamos un objetivo, ya se perfilaba otro, y jamás conseguíamos estar tranquilos. Ivona, por el contrario, no parecía tener ambiciones. Ella no tenía citas de trabajo, su vida era sencilla y regular. Se levantaba por las mañanas, desayunaba y se iba al trabajo. Que fuera un día bueno o malo dependía de muchas pequeñas cosas: del estado del tiempo, de ciertas palabras amables en la panadería o en algunas casas en las que hacía la limpieza, de la llamada de una amiga con la que iba a tomar algo o al cine después  de trabajar. Cuando yo estaba con ella participaba durante una hora en esa vida y me olvidaba de todo: las presiones de las citas, mi ambición, los problemas en las obras. También el sexo, debido a ello cobraba un cariz distinto. A Ivona no tenía que hacerle un hijo, ni siquiera tenía que dejarla satisfecha. Ella me aceptaba sin expectativas y sin exigencias”

(Pter Stamm, Siete años, páginas 148-149)

jueves, 12 de julio de 2012

CHEQUEO A LA NOVELA EN LATINOAMÉRICA


18 escritores.
La novela latinoamericana contemporánea
Paz Balmaceda
Ediciones Barataria, Barcelona, 2010, 246 páginas.


Este libro tiene su germen en un artículo que Lolita Bosch publicó en El País el año 2009. La escritora se había propuesto leer cien autores latinoamericanos que escribieran en lengua española. Pero, tarea imposible. Los libros de esos escritores no están ni en librerías ni en bibliotecas públicas ni en centros de estudio. En efecto, más allá de los escritores del boom, desconocemos casi por completo la buena literatura que se hace en la lengua común en otras latitudes. Aquella que no se ha hecho merecedora de los premios nacionales o que no haya logrado la apuesta de algún editor independiente. Es un mundo entero por descubrir y en el que zambullirse.
Pero el prólogo de Lolita Bosch es sumamente revelador: los buenos lectores y escritores de otras tradiciones desconocen por completo lo que se escribe en otros países hermanados por la lengua. Apenas existen vislumbres narrativos o poéticos que superen los horizontes nacionales o “el tajante filo de las editoriales españolas”. Vivimos pues sin una ansiada y necesaria globalización literaria entre países hermanos y hermanados por el mismo idioma y tradición cultural. Y todo ello a pesar de ese canal transoceánico que es Internet. La literatura no viaja o viaja muy poco. Solo la de aquellos escritores que escriben literatura de kiosco o de las grandes superficies comerciales y la de los grandes narradores posteriores al boom, Bolaño, Piglia, Pitol, César Aira, entre otros.
La chilena Paz  Balmaceda (Santiago de Chile, 1983) recogió el guante implícito en la propuesta de Lolita Bosch: reunir a escritores latinoamericanos de distintas estéticas y que pudieran aportar una perspectiva muy personal. El colectivo FU, constituido por lectores y con sede virtual en Barcelona, seleccionó a dieciocho autores para un encuentro, Fet a Amèrica, que se celebró en Cataluña en 2010, con la finalidad de que dialogaran sobre la narrativa contemporánea que, en lengua española, se escribe en América.
Aquel encuentro apareció hace unos meses convertido en libro y pone en diálogo a varias generaciones de escritores originarios de catorce países distintos. El aglutinante unificador fue el hecho literario en sus diversas dimensiones, y por parejas estos narradores dialogan con Paz Balmaceda buscando puntos de confluencia. Así pues un estimulante libro de conversaciones conducido por Paz Balmaceda, sobre algunas de las encrucijadas de la actual novela hispanoamericana:
“El contexto social como eje del mundo literario” (Israel Centeno y Luis Humberto Crosthwaite); “¿Cómo ser uno mismo sin repetirse? La identidad literaria” (Tomás González y Antonio José Ponte); “Tradición y modernidad” (Inés Bortagaray y Slavko Zupcic); “La reflexión literaria” (Pola Oloixarac y Marta Aponte Alsina); “La manipulación del tiempo” (Javier Vásconez y Lina Meruane); “La fragmentación ideológica en el lenguaje” (Diamela Eltit y Horacio Castellanos Moya); “Lo complejo y lo simple en la novela” (Sergio Chejfec y Carlos Velázquez); “La lectura: Cómo usamos lo leído en el texto” (Iván Thays y Giovanna Rivero); “La ternura y la crueldad en el discurso narrativo” (Yuri Herrera y Pablo Ramos).
Temas de gran calado, interpretados por nombres que apenas nos suenan, pero que están ahí, hacen buena literatura, experimentan. El diálogo, en general, fluye a buen ritmo, otras veces, de forma más pausada. Pero, sobre todo, permite  descubrir las inquietudes, temas, estilos y los ejes reales sobre los que orbita una parte muy importante de la narrativa de formato largo que se escribe actualmente en español.
Y con conclusiones poco alentadoras en algunos temas: las lecturas de referencia suelen ser, no las obras escritas en su misma lengua, sino la de los escritores norteamericanos; casi ninguno de los entrevistados conoce a sus propios contemporáneos nacionales y, en mucha menor medida, a los de los países de la órbita hispánica. Y los textos en los que fundamentan sus propia intertextualidad  acostumbran ser los que se cuecen en Argentina, España y sobre todo los “made” in USA que han alcanzado estatuto canónico.
Concluyo con una modesta llamada para repetir encuentros de esta naturaleza en otros géneros y subgéneros, tendentes a romper fronteras geográficas. El relato breve, por ejemplo, tiene hoy en Latinoamérica su campo de cultivo más fértil y dinámico. Un encuentro que reuniera a Lilian Elphick, Rosy Paláu, Antonio Ortuño, Rogelio Guedea, María Elena Lorenzín, Ana María Shua, Paola Tinoco, Jorge Volpi, Isabel Mellado, Eduardo  Berti, entre otros rompería igualmente lindes nacionales y permitiría conocer la realidad del otro en el género de la recompensa inmediata o del premio a corto plazo.

Francisco Martínez Bouzas



Paz  Balmaceda



Fragmento

-“Paz (Balmaceda): ¿Les interesa lo que se escribe actualmente? ¿Siguen la literatura contemporánea? ¿Qué otras expresiones artísticas les llaman la atención?

-Lina (Meruane): Hay escrituras que me interesan y otras que no, pero lo importante es poder acceder a los libros que se escriben o circulan en otros lugares para poder encontrar esas escrituras propositivas, porque siempre las hay. No siempre son las más visibles, no siempre son las más comentadas, pero una pertenece a una comunidad de lectores que recomiendan, que envían, que regalan o prestan libros. Así he ido encontrando autores que se han mantenido o incluso complejizado su propuesta, y también he encontrado jóvenes completamente nuevos para mí que me han llegado a fascinar.
Los talleres literarios son otro espacio que puede ser interesante. De pronto surgen grupos o individuos muy talentosos, y poder entablar un diálogo con sus propuestas siempre resulta desafiante y enriquecedor. Con esto quiero decir que la literatura, la capacidad de la ficción, sigue estando presente como zona de reflexión sobre el mundo, la ficción sigue diciendo a su manera muchas verdades actuales, planteando interrogantes necesarios”

(Paz Balmaceda, 18 escritores. La novela latinoamericana contemporánea, páginas 141-142)