sábado, 11 de agosto de 2012

"EL PRÍNCIPE DE LA NIEBLA", ENTRE ENREDOS Y DISPARATES

El príncipe de la niebla
Martin Mosebach
Traducción de José Aníbal Campos
Acantilado, Barcelona, 2012, 357 páginas.


   Martin Mosebach, el autor de El príncipe de la niebla, es un intelectual alemán, jurista de formación, que destaca como uno de los herederos de la tradición cultural de Occidente. Defensor del Papa Ratzinger y de la liturgia tridentina, por cuyo retorno aboga en su obra La herejía de la ausencia de forma. La liturgia romana y su enemigo. Sin embargo su ideología religiosa ultraconservadora no se ve reflejada en su obra literaria, distinguida el año 2007 con el Premio Georg Büchner, el galardón de más prestigio de las letras alemanas.
   El príncipe de la niebla es en cierta medida un sablazo al lector. Tanto el título, la portada del libro como la presentación editorial inducen a pensar que Martin Mosebach nos encaja en el corazón de la aventura entre los hielos árticos. Leemos en efecto que un joven irreflexivo, Theodor Lerner, está a punto de perder su puesto en el periódico en el que trabaja, pero, engatusado por una intrigante estafadora, la señora Hanhaus, acepta viajar al Ártico, supuestamente para localizar a un explorador que pretendía atravesar en un globo el Círculo Polar Ártico y cuya pista se ha perdido desde hace unas semanas. No obstante, los planes de la astuta señora son otros: tomar posesión en nombre del Imperio alemán de la isla del Oso, un pequeño islote del archipiélago noruego de las Islas Svalbard, descubierto en 1596 y cuyo subsuelo atesora, según sus cálculos, un gran yacimiento de carbón de primera calidad.
   Y aquí da comienzo no la novela de aventuras -ausente en todo el relato-, sino la narración de enredos. La señora Hanhaus mueve todos lo hilos, elige la tripulación, el barco -un viejo y destartalado pesquero- y, desde la distancia o de forma presencial, influye en los políticos y personajes influyentes de la época para recabar su apoyo para la empresa. Por estos cauces transcurre toda la acción novelesca. En las páginas que nos relata Martin Mosebach se va trabando un inmenso conjunto de historias y digresiones, comentarios, reflexiones que no alejan de los aires de la aventura y nos introducen en una especie de parque temático de la Alemania de finales del siglo XIX, poblada de personajes pintorescos, situaciones paródicas, enredos. Eso sí, narrado todo con un escalpelo revestido  de un fino sentido del humor a la hora de describir situaciones que rozan el esperpento y el disparate, pero en las que Martin Mosebach no se ceba con mordacidad, sino con la “alegría narrativa” y la “conciencia humorística de la historia” como destacó en su día el jurado del Premio Georg Büchner.
Novela pues que refleja situaciones; y caricaturización del viejo mundo y sus  boatos y afanes económicos y colonizadores, cimentada en una estructura narrativa aparentemente anárquica y carente de un claro y nítido desenlace. Todo ello, pero apenas nada más, es lo que da de si el texto de Martin Mosebach

Francisco Martínez Bouzas




Fragmentos

“En primer lugar, el ingeniero André ha desaparecido hace meses con su globo en un mar de hielo. En segundo lugar -dijo y le tocó el turno entonces al dedo índice de la mano contraria-, el Berliner Lokalanzeiger necesita material para un reportaje sobre André; en tercer lugar -llegó el dedo al medio-, usted irá en busca de André; en cuarto lugar lugar -el dedo del anillo con la piedra violeta- el Berliner Lokalanzeiger le fletará un barco a ese fin; en quinto lugar -el dedo meñique- usted durante el viaje  pasará por la isla del Oso y tomará posesión de ella. Y en sexto lugar, y para esto ya no me quedan dedos, se convertirá usted en un nuevo Gulbenkian, un Henckel-Donnersmarck, un Rockfeller. Ahora abandonará usted la mesa del desayuno y se dirigirá a la redacción. Y allí le expondrá al redactor jefe los primeros cuatro puntos…
Lerner se puso de pie de un salto, indignado. La silla coronada con unas hojas de roble talladas, amenazó con caer.
-Eso es una absoluta locura.
La señora Hanhaus guardó silencio, pero no le quitó la vista de encima”

…..

“La niebla que a menudo se cernía sobre lw isla del Oso la envolvía con una especie de algodón, y ese algodón hacía del sitio un paraje inasible e irreal. Tal vez a la gente le resultara raro que, en la isla del Oso, el carbón reposara bajo la nieve y el hielo, como si se tratara de una ile flottante en un mar de chocolate que reposa bajo una blanca capa de nata. Sholto Douglas tenía razón: si el Duque Regente de Mecklemburgo se interesaba por la isla del Oso, desaparecería el temor de los comerciantes alemanes a arriesgar sus inversiones en un «espacio sin jurisdicción», ya que las asociaciones coloniales alemanas, presididas por el príncipe, les ayudarían a respaldar políticamente esos compromisos económicos, como solía decirse en lenguaje diplomático”

(Martin Mosebach, El príncipe de la niebla, páginas, 23, 203)