miércoles, 9 de mayo de 2012

EL SALARIO DEL MIEDO

El salario del miedo
Georges Arnaud
Tradución de Encarna Castejón
Prólogo de José Giménez Corbatón
Editorial Contraseña, Zaragoza, 2011, 2002 páginas.


El salario del miedo fue publicado en 1950. Más de sesenta años después el relato de Georges Arnaud, pseudónimo de Henri Girard, no ha perdido fuelle, sigue suscitando el interés del lector que busca saciar en la literatura su sed de aventuras. Y si el lector es un cinéfilo  y tuvo la oportunidad de ver en una pantalla aquella adaptación en blanco y negro que de la novela hizo Clouzot en 1953, con Yves Montand de protagonista, ganadora de la Palma de Oro de Cannes y del Oso de Oro del Festival de Berlín, la lectura de la novela de G. Arnaud debería significar el regreso a las fuentes escritas por un novelista tan subversivo como el cineasta francés.
Georges Arnaud se convirtió con la publicación de El salario del miedo en un escritor debutante. Precedido de oscuros sucesos (el asesinato de su familia del que fue acusado y finalmente absuelto), bohemio generoso que dilapida la fortuna familiar, emigrante en el continente latinoamericano donde desempeñó dispares oficios, entre ellos el de camionero. A su regreso a París publica El salario del miedo que se convirtió de inmediato en un gran éxito editorial.
Georges Arnaud patentiza en El salario del miedo lo que él mismo llama “la poética del riesgo asalariado”, sobre todo cuando el salario es la recompensa de un trabajo sumamente peligroso: conducir un camión cargado de nitroglicerina desde un supuesto poblado guatemalteco (Las Piedras) hasta un pozo de una compañía petrolera norteamericana que ha explotado y no cesa de arder. Urge llevar la nitroglicerina hasta el lugar de la explosión ya que se considera que su detonación es la única forma de sofocar las llamas. Al anuncio en el que se solicitan camioneros expertos, se presentan numerosos voluntarios dispuestos a jugarse la vida por los mil dólares (el salario del miedo) que la compañía petrolífera ofrece por cada viaje. Son aventureros que malviven en lo que antes era un pequeño y limpio puerto de mar y ahora es un lodazal, rodeado de desolación, traficantes, prostitutas, alcohólicos… que esperan en vano una oportunidad.
Cuatro son los elegidos, no entre conductores expertos sino entre suicidas, entre tipos dispuestos a afrontar cualquier vicisitud con tal de lograr el dinero y escapar de aquel lugar.
Encerrados en los camiones, este cuarteto de perdedores transportan la nitroglicerina por carreteras erosionadas y territorios abruptos, imposibles. Uno de ellos es Sturmer. Viaja en compañía de un rumano, asesino confeso de su mejor amigo, que solo le ocasiona problemas. Las jornadas del viaje se harán interminables, obligados a luchar contra mil adversidades, pero sobre todo contra el miedo.
Porque, aunque en esta novela hay múltiples actantes, seres amorales que basculan entre la bajeza y la camaradería, lo que realmente se deja sentir es el protagonismo prácticamente exclusivo del miedo, como con acierto apunta el prologuista. En una narración sin resquicios, el miedo se hace omnipresente. El miedo, un miedo unas veces líquido, incoloro, insípido, otras, un miedo sólido, que pesa, aplasta, petrifica, modula y gobierna la conducta de los personajes. Se anuncia tan pronto como el cartel de la Crude and Oil Limited reclama camioneros expertos. Se reitera en la tasca prostíbulo del poblado de Las Piedras cuando alguien que consume sus días al margen de cualquier perspectiva, señala como “muertos” de antemano a los camioneros seleccionados. Y el miedo despliega sus alas y aprieta sus garras sobre todo en el viaje, en el transporte del explosivo.
A la par del miedo conviven en la narración de Georges Arnaud la insensibilidad y la degradación moral, así como un retrato muy crítico del capitalismo feroz de las empresas extranjeras que explotan Latinoamérica, buscando márgenes de rentabilidad al margen de cualquier consideración ética y de los posibles daños colaterales que su insaciable hambre depredadora provoque.
El pequeño y túrbido  microcosmos en el que nos introduce Arnaud es una amalgama de egoísmos entre explotados, despojos viriles, marginación, desgracia. Con escasos personajes femeninos si exceptuamos la omnipresencia de la muerte y la de la sumisa prostituta nativa que también está en la cola de las redenciones imposibles.
Los más de dos millones de ejemplares de El salario del miedo vendidos en Francia dan fe de las apetencias de un argumento para un lector interesado en la aventura, cuando esta se encuentra acompañada de calas meditativas, exentas no obstante de moralismos, erguida a través de una estructura en la que tiene cabida una perspicaz presentación de la acción, con las oportunas pausas para incrementar la tensión y una prosa sobre todo efectiva, intencionadamente descuidada, poblada con buenas dosis de argots del hampa de estos perdedores que, en su bajada a los infiernos, nos demuestran que pueda haber una poética del pico y pala, tesis que Arnaud sostiene en la “Advertencia” que precede al texto.

Francisco Martínez Bouzas


Escena de la película "El salario del miedo" dirigida por Clouzot (1953)

Fragmentos

“Las voces resonaban con fuerza en el salón del Corsario Negro, el antro de Las Piedras, y no obstante parecían provenir de un altavoz. Al oírlas nadie pensaba en el espectáculo de los aficionados de pie en los tendidos; había que buscar con la mirada el aparato de radio que captaba, entre interferencias, la retransmisión de una corrida. Quizá era por culpa de la húmeda niebla que flotaba tanto en la ciudad como dentro del local. Los habitantes de Las Piedras la llamaban aliento de caimán, a causa de los innumerables cocodrilos que infestaban el delta”

…..

“El irlandés exhaló una gran bocanada de humo y continuó:
-He querido hablaros personalmente para que no haya malentendidos. Necesito cuatro conductores para llevar a la torre Dieciséis dos camiones cargados con mil quinientos kilos de nitroglicerina. Los camiones son corrientes, sin amortiguadores compensados, sin dispositivo especial de seguridad, en excelente estado, nada más.
Los hombres escuchaban son prestar demasiada atención. Hasta el momento, se estaban aburriendo. Estos yanquis eran todos iguales: locos por los discursos familiares redactados según los métodos de Dale Carnegie para una entrega de premios. El colmo…”

…..

“Ha caído la noche sobre Las Piedras, sobre las playas y orillas del Guayas. En el campamento de la Crude se han apagado las luces de los despachos y se han encendido, al unísono, las luces de los bungalós privados.
La ciudad tiene miedo. Al caer la tarde ha corrido el rumor del transporte previsto para la noche, y las casas que bordean la carretera han quedado vacías. Luego el pánico se ha apoderado del resto de la población, y se ha iniciado un éxodo hacia las partes altas. Solo se han quedado algunos viejos.
-Si pasa algo, será el fin del mundo. No vale la pena irse, será igual en todas partes”

…..

“El miedo. Está ahí, sólido, presente y estúpido, no hay manera de escapar. Fuego en el culo y  no poder correr. Solo que el miedo se puede rechazar; una carta de recomendación del Diablo, y se rechaza. Pero sigue esperando en el umbral. Se acomoda detrás en el tanque de nitroglicerina, y acecha desde allí. Se lleva bien con esa sopa de muerte repentina. Como un par de gatos, una pareja de tigres  que fingen dormir para elegir mejor el momento. Pero, si el explosivo salta primero, el miedo se verá burlado, tendrá que irse con las manos vacías, habrá llegado demasiado tarde. Y sin embargo allí está, agazapado a tu espalda, con las ruedas traseras bajo su vientre de  animal azul, de verdadero Apocalipsis; allí está, dispuesto a saltar”

(Georges Arnaud, El salario del miedo, páginas 51, 76-77, 96-97, 104)