martes, 8 de mayo de 2012

ATRAPADOS POR EL VENENO DEL MAL

El mar y veneno
Shusaku Endo
Ático de los Libros, Barcelona 2011, 200 páginas.


Shusaku Endo (1923 – 1996) es uno de los grandes escritores japoneses del pasado siglo. Candidato al Nobel de literatura en el año 1994, premio que no obtuvo en parte por las presiones de los católicos japoneses – Shusaku Endo fue católico -  ofendidos porque en una de sus novelas un personaje pisotea la imagen de Cristo. El mar y veneno, su primera gran novela, editada en el idioma original en 1958, ve ahora en Ático de los Libros su primera versión al español. La narrativa de S. Endo refleja en buena medida algunos dilemas de su fe católica, especialmente la responsabilidad del ser humano ante sus acciones, elecciones y omisiones, cuando estas provocan resultados trágicos. Su preocupación por el problema del mal establece sin duda una red de diálogos con Dovstoyevski o Graham Greene.
El mar y veneno está basada en hechos reales que tuvieron lugar durante la segunda Guerra Mundial: los horrorosos experimentos médicos llevados a cabo sobre prisioneros norteamericanos capturados por los japoneses, que culminan con la fría y metódica vivisección pulmonar de uno de ellos hasta producirle la muerte. Tales experimentos tenían por objeto determinar el límite cuantitativo de solución salina normal que se puede inyectar en las venas del prisionero antes de que muriera; evaluar el volumen de aire que igualmente se puede inyectar en las venas de otro prisionero a partir del cual el sujeto fallece. Y finalmente, el tercer experimento pretendía establecer el límite hasta el que se puede seccionar la masa pulmonar antes de que el prisionero fallezca. Todos estos experimentos, realizados sobra cobayas humanas, se consideraban de gran transcendencia para la medicina de guerra.
La novela nos acerca a esos brutales asesinatos desde el punto de vista de algunos de los personajes que participaron en los mismos. La acción transcurre en el hospital universitario de Fukuoka, reflejo de una nación derrotada, que vive entre la extrema miseria, el nihilismo y el hundimiento de unos valores considerados básicos y eternos tanto en la ética budista como en la cristiana: los prisioneros son unos bastardos, nos han bombardeado todo lo que han querido, ya están sentenciados a muerte. Poco importa de qué manera los ejecutemos. Por lo mismo son, junto con ciertos pacientes japoneses, marionetas en las manos de algunos cirujanos que experimentarán con ellos para medrar profesionalmente.
Con una estética muy personal y en un texto muy efectivo, aunque narrado con gran ahorro de medios, Shusaku Endo narra, no los aspectos macabros de las vivisecciones, sino la lucha interior que producen en Suguro, un estudiante de medicina, interno en el hospital, después del ofrecimiento del jefe de los cirujanos para que  participe en las mismas. Y las reacciones, conectadas a sus pasados, vivencias y entornos, de otros protagonistas activos de los experimentos.
El inicio de la novela se centra acertadamente en la enigmática personalidad del doctor Suguro, ejerciendo su profesión en un barrio residencial, en un consultorio obscuro, con olor  a falta de limpieza y las cortinas siempre cerradas. Una efectiva analépsis  traslada la acción hacia el pasado y nos lo muestra en su trato compasivo con los enfermos tuberculosos de Fukuoka y en sus dudas existenciales. Cuando se le propone participar en el experimento con los prisioneros no sabe porqué no reaccionó; simplemente dijo que si, dormitando después en una negritud de pesadillas. Es su lucha contra la pregunta por el porqué.
Otros protagonistas de los experimentos (“Los que serán juzgados”) son atrapados sin más por el veneno del mal, sin ningún remordimiento, ni sentido de culpa. Es el caso de la enfermera Ueda, una mujer profundamente herida, sin nadie en quien apoyarse. Acepta, aunque no le importa nada ni su país, ni el avance de la ciencia. O el interno Toda, verdadero paradigma de una moral heterónoma. No se considera una persona con la conciencia paralizada, aunque carece en absoluto del sentido de la culpa y del pecado y es capaz de contemplar, sin perturbarse, el sufrimiento y la muerte agónica de otra persona  mientras nadie se lo reproche.
Son los personajes secundarios de los asesinatos, capturados en sus complejidades emocionales, en sus contradicciones, e el juego de celos profesionales. En el infierno de unas vidas destrozadas por la guerra y negativas experiencias vitales anteriores. Insensibles, excepto Suguro, a cualquier sentido de culpa, en su mentes la idea de que estaban cometiendo un asesinato no había tomado forma ni había despertado ningún sentimiento. Ansiaban la puñalada del remordimiento, pero no sentían nada: ni dolor ni pena.
Shusaku Endo dibuja, como he dicho con una gran economía de medios, un fresco aterrador sobre esa zona obscura de la condición humana, capaz de convivir con crímenes abyectos, inmune ante el veneno del mal. Fuera, y como ruido de fondo, el rugido turbador de un mar igualmente obscuro. Es quizás ese rugido, metáfora de la obnubilación moral, el que ahoga las presadillas antes de que afloren en la conciencia.

Francisco Martínez Bouzas

                                                 
                                           Fragmento

“Quería sentir remordimiento. Ansiaba la puñalada fría clavándose en su pecho, la que arranca el corazón y destroza el alma. Pero aunque había vuelto a la sala de operaciones en busca de esos sentimientos, no sentía nada. A diferencia de los civiles, estaba acostumbrado a los hospitales y sus frías salas de operaciones. En más de una ocasión había estado solo después de una operación. ¿Qué diferencia había entre esas veces y ésta? Si existía era incapaz de darse cuenta.
En ese lugar se quitó la chaqueta. Repasó con insistencia en su mente los movimientos del prisionero, uno por uno, y esperó en vano que el dolor del remordimiento retorciera su corazón”
(Shusaku Endo, El mar y veneno, página 188)