domingo, 15 de julio de 2012

EN LA REALIDAD EXTREMA DE MÉXICO


La señora Rojo
Antonio Ortuño
Páginas de Espuma, Madrid 2010, 106 páginas.

  

   Antonio Ortuño, “escritor y opositor de casi todo” según su propia autobiografía en twitter, es una de las últimas revelaciones de la narrativa mexicana. Después de su primera novela, El buscador de cabezas, elegida como mejor debut en la literatura mexicana de 2006, y del éxito de la segunda, Recursos humanos, finalista del Premio Herralde, publicó en Páginas de Espuma un prometedor libro de relatos, El jardín japonés. Traducido a varios idiomas, fue elegido por la Revista Granta entre los veinte y dos mejores narradores jóvenes en español. Y Jorge Herralde no tiene reparos en compararle a Michel Houellebecq, por su humor negro y su “mala leche”. Ambas categorías de calificativos hacen acto de presencia en este nueva antología de cuentos, rescatados de distintas publicaciones y que ahora podemos leer en una edición sencilla, pero a la vez elegante y con cuidada impresión de Páginas de Espuma.
   Al concluir la lectura de estos trece cuentos a este lector le queda el mismo ácido sabor de boca que impregna esta escritura, porque de la pluma de Ortuño salen a borbotones la ironía, el humor negro, la burla íntima, historias en cuyo centro de gravedad se encuentra el cinismo, la frustración, temas y personajes extremos y la realidad reflejada e iluminada con el calidoscopio del delirio.
   El libro estructura su rica carga diegética en dos secciones. La primera, rotulada “La carne”  es un muestrario  de historias individuales en las que existencias anónimas viven su cotidianidad entre el drama y la irracionalidad. Historias que pueden suceder en cualquier parte pero que hallan en la realidad extrema del México actual un humus perfecto. Historias ásperas y crueles de las que está desterrada la clemencia y cualquier resquicio compasivo. Historias a veces cercanas al expresionismo, otras al esperpento. Familia pobres – pobres, con refrigerador vacío, pero con agua corriente lo que permite limpiar la sangre que le escurre al hermano cuando se despeña por la escalera. La farsa de la felicidad llevada hasta el extremo de colocar en la lápida de la cripta familiar de una pareja mal avenida la leyenda “Fueron felices y dieron felicidad”. O la cruel venganza que hallamos en el relato “El Día del Amor”: ve a su novia traicionándole con el profesor de fotografía, le regala un cachorro de perro y cuando ella se encariña con el animal, lo mata, lo destroza y le toma un montón de fotografías que le hace llegar. La protagonista del relato “La Señora Rojo” es una inmensa tortuga que agoniza en el jardín del ficticio narrador, en medio de ruidos que complican el sueño. Logra deshacerse de ella, pero detrás de ésta, aterriza un batallón de congéneres, igualmente vomitivas. La imposición del absurdo y del delirio arruinando el sosiego familiar. “El Grimorio de los vencidos” da comienzo con una frase que marca el tono de la prosa de Antonio Ortuño: “Ciertas desgracias favorecen el alma. Perder a los padres ennoblece: nos hace adultos que nunca más recurrirán a nadie”. A continuación, un relato que bascula entre la fantasía y la credulidad popular porque, al final, la Hierba del Santo Casto le regresa a su mujer de los brazos de un mago que hace nevar, pero cada vez que la posee, el aire de la habitación se congela y en algunas ocasiones hasta está a punto de nevar (página 50).
   Los relatos de la segunda parte (“El mundo”) transcienden lo individual para internarse en la realidad latinoamericana y de otros países  con regímenes totalitarios. En ellos se elude la crítica política directa, pero no el sarcasmo a la hora de retratar poderes corruptos, formal y exóticamente democráticos, pero que son ellos mismo nidos de horrores o permiten ser invadidos por gente rubia y muy admirada.
   La culpa de las revueltas es obviamente de los revoltosos, no del profesor desquiciado que elimina a tiros, uno tras otro, a sus alumnos por el simple hecho que querer reunirse en asamblea. Fuera espera la policía que había recibido la orden  de no mover un dedo mientras los muertos fueran estudiantes. En otros como “Historia” o “Héroe” narra Ortuño de forma paródica y distorsionada las guerras o la historia de un país que soñó con ser un Imperio pero “A quién se le ocurre llamar Imperio, su imperio a nuestro pantano, escribe Ortuño en muestra inteligente de ironía y de esa mala leche de la que habla Herralde.
   Es sin embargo en “Pavura” donde el narrador nos golpea la cara cuando parodia y pone en solfa la actual paranoia de los gobiernos por la seguridad de los aeropuertos debido al miedo al otro. El mal, la delincuencia infinita están ahí, pretenden colarse en nuestras entrañas y hacen que el protagonista del cuento – asesor de seguridad aeroportuaria -  se convierta en orgulloso planeador de las técnicas más demenciales, invasoras de nuestra intimidad hasta el punto de confesar lo que sigue, que copio como muestra del sarcasmo  de la pluma del escritor tapatío:
Antonio Ortuño
  
“Disfruto, si, de las líneas de seguridad en cada aeropuerto que visito; gozo cuando soy detenido y maltratado, cuando soy orillado a desnudarme, a despojarme de zapatos y calzoncillos frente a los compañeros de fila, cuando mis documentos personales no son tomados por verdaderos, se me escolta a un cuarto cerrado y se me empuja y escupe. Procuro dejarme encima anillos, cadenas, hebillas, todo lo que sea metálico y haga saltar las alarmas. He conseguido un arma y la oculto entre los calcetines o camisetas para ver si la descubren” (página 99)  
   Una antología de relatos breves que se inscriben en una línea  muy actual, pero a la vez con acento personalísimo, que rompen fronteras geográficas y nos permiten gozar de los usos locales del idioma porque Páginas de Espuma no ha impuesto sobre estos cuentos, escritos en México, ese discutido criterio de “traducibilidad” que suele exigir la industria editorial española.

Francisco Martínez Bouzas