domingo, 30 de septiembre de 2012

ROUMELI: GEOGRAFÍAS LITERARIAS DEL NORTE DE GRECIA

Roumeli.Viajes por el norte de Grecia
Patrick Leigh Fermor
Traducción de Dolores Payás
Acantilado, Barcelona, 2001, 339 páginas.


Cualquier persona experta o simplemente aficionada  a los libros de viajes reconoce en la figura de Patrick Leigh Fermor un referente mundial en la literatura de rutas y caminos. Y no me refiero a la autoria o fabricación de guías que se limitan a señalar centros turísticos que conviene visitar, sino a esa otra escritura que nos sumerge en verdaderas geografías literarias. Libros escritos además con impronta y voluntad de estilo literario y quizás con páginas preñadas de melancolía. Es la literatura de viajes, en cuyos inicios figuran las bitácoras de conquistadores y expedicionarios, tales como las crónicas de los viajes de Marco Polo o las de los conquistadores españoles por tierras americanas, que se caracterizan por presentar la visión del escritor que suele actuar como personaje principal de una experiencia de descubrimiento de determinados lugares del planeta.
Pueden, por lo tanto, ser considerados como muestras de la “literatura del yo”, pero de un yo transitivo que dialoga y enriquece su propio acervo cultural y vivencial en contacto con otros yos, con otras formas de vida, con otras culturas, con otros paisajes. Una herramienta literaria, en definitiva, que no es autobiografía ni diario ni memorias en sentido estricto. Pero es autoficción, narrativa autorreferencial; subjetividad desde luego, pero abierta, capaz de transferir experiencias concretas del individuo.
Como dije, Patrick Leigh Fermor es un modélico maestro en este tipo de literatura. Este audaz guerrillero en Creta durante la Segunda Guerra Mundial, viajero de mil singladuras y erudito de caminos, falleció en Inglaterra el 10 de junio de 2011. Una fatal casualidad hizo que la editorial Acantilado terminara de imprimir la traducción de Roumeli. Travels in Northern Greece tan solo unos días después de su fallecimiento. La lectura de este libro y otros de su autoría es la mejor manera de recordarlo, de despejar el olvido que es de lo único que de verdad se muere.
De la mano pues de las experiencias vivenciales y siguiendo la estela de Patrick Leigh Fermor, nos adentramos por las zonas más remotas y menos conocidas de Grecia. En ese Roumeli, que desapareció de los actuales mapas de Grecia y es una denominación coloquial  de una región cuya ubicación y extensión han variado de modo impreciso, pero que, a grandes rasgos, señalaba hace tiempo el norte del país.
El viaje se inicia en Alejandrópolis, en la Tracia, donde traba contacto con los sarakatsáni, pastores nómadas que habitan efímeros poblados de conos de mimbres y juncos entre peñascos y desfiladeros, “siluetados contra el cielo”, intangibles como un espejismo, evanescentes personajes casi míticos. Con los valacos seminómadas arrumanos, orgullosos  de su lengua propia de origen latino que, como los sarakatsáni consideran los pastos de verano como su verdadero hogar. El autocar lleva después al viajero a Meteora, con inmensos tambores de piedra, con pilares y estalagmitas ascendiendo hacia el cielo, y en cuya cima, cual nido de águilas, se asientan los muros y los campanarios de monasterios habitados por monjes y monjas, “los atletas de Dios” y cuya vida, a diferencia de monaquismo católico, funciona de modo azaroso e improvisado. Arrulla al lector para prepararle ante su teoría del dilema heleno-romaico: dentro de cada griego conviven dos personajes opuestos: el romiós y el heleno, la práctica y la teoría por fijarnos únicamente en dos características antagónicas.
En la singladura de Fermor hay un desvío a Creta, un epítome de Grecia, cuyas montañas jamás estuvieron enteramente sojuzgadas, ni durante la ocupación turca ni en la invasión alemana de 1941. Las costumbres ancestrales empujaron a mujeres, ancianos y niños a resistir a toda costa la ocupación, mas también les dejaron una herencia salvaje: el robo de ganado sigue estando a la orden del día, los matrimonios se inician con el secuestro a mano armada de la novia.
Prosiguiendo la ruta hacia el norte del golfo, arriba el viajero a un pueblo de pescadores que lleva el nombre griego de Langosta, pero donde no hay langostas porque no existe la costumbre de salir a pescarlas. Sin embargo, en Missolonghi, una ciudad cercana, se verá envuelto en la aventura de perseguir las huellas -también las babuchas- de Lord Byron. Finalmente el finísimo oído literario de Fermor reproduce los “sonidos” del mundo griego y nos ilustra sobre los problemas y circunstancias de la herencia bizantina y los vestigios de la dominación turca.
El periplo “fermoriano” se convierte en un fresco multicolor, iluminado por los fulgores de una prosa esplendorosa, de elevada calidad, rebosante de detalles, de erudición, armonía, frescura, así como destellos melancólicos de una cultura inmemorial y de un pasado esplendoroso. Libro pues de intensas experiencias vitales, de evocaciones, capaz de suturar la memoria viajera con la memoria literaria.

Francisco Martínez Bouzas



Patrick Leigh Fermor

Fragmentos

“Llegamos a la parada de Sikaráyia. Era un pueblo entero de bonitas cabañas sarakatsáni parecidas a colmenas gigantes que se hincharan y luego contrajeran gradualmente. Los tejados estaban hechos de cañas, y las hileras de bejucos cortados se solapaban con la precisión del blindaje de un armadillo de siete franjas. Estaban coronadas por cruces de madera, y alrededor de ellas caracoleaba el fino humo que escapaba entre las grietas del cañizo. Los sarakatsáni vestidos de negro se agruparon a los pies del furgón nupcial, y la novia descendió, de nuevo en volandas, a tierra. Todo el cortejo se dirigió hacia la pequeña iglesia entre coros de gritos, saludos y salvas de mosquetes. El tren expelió un silbido, seguido por su obligada respuesta en forma de vapor, y después se perdió bamboleando valle abajo”

…..
“Los olivares de Anfisa, sus terrazas de vides y maíz, son las notas que cantan los pájaros. El Pindo es una fanfarria; los cencerros de las cabras y el peculiar caramillo del pastor.
Arcadia es la flauta doble. Arachova, el golpear de los martillos en las cuerdas del salterio. Roumeli es una canción klepta interrumpida por ladridos de perros y silbidos estridentes. Espiro es el ruido de los pasos de los elefantes, las huellas pírricas, el choque de talones en la danza tsámiko, el suspiro de las encinas de Dodona, el trueno y la lluvia de Acroceraunia.
Meteora remonta el vuelo serpenteando hacia el cielo, igual que una letanía bizantina atraviesa la concavidad de una bóveda y asciende en cuartos de tonos hacia el pantocrátor.
(…) Bassae y Sunio son el sonido trepando por los pilares acanalados como una flauta de Pan. Namea es el fragor de una columna que se desploma. Naoussa, el golpe sordo de una manzana que cae. Edesa, un cascada. Kavala, la caída de una cuenta de ámbar. Metsovo es una piña que arde. Samarina, una voz vlaca. Avdela, el campanilleo de un venado
(…) Los mares de Grecia son la odisea cuya música no podremos conocer jamás. Las ilimitadas extensiones y los latidos de la métrica, el flujo y reflujo de los hexámetros barridos por vientos y corrientes, acompañados por su escolta de acentos”

(Patrick Leigh Fermor, Roumeli. Viajes por el norte de Grecia, paginas 21, 309-316)