lunes, 31 de diciembre de 2012

GALICIA EN CLAVE EXPERPÉNTICA


El mejor francés de Barcelona
Bieito Iglesias
Traducción: Equipo Pulp
Pulp Books (sello de Rinoceronte Editora), Cangas do Morrazo, 2012, 220 páginas.


   “Funcionan en el Ensanche santiagués numerosos tapadillos de rameras analfabetas, decoradas con orlas y títulos de licenciatura colgados de las paredes, a los que acuden el viajante orensano, el industrial vigués o el ganadero lucense, persuadidos todos de que montan diplomadas en Filología Románica”. Así leemos  al comienzo de uno de los relatos, “Pistolero, disfrutarás mucho en el pantano”, de  este libro de Bieito Iglesias, El mejor francés de Barcelona, traducido ahora al gallego por el sello editorial Pulp Books. Un título quizás demasiado explícito, pero plenamente coherente con la trayectoria de la narrativa del autor, Bieito Iglesias, uno de los iniciadores de la literatura erótica gallega con aquellos relatos del año 1991, Aventura en Nassau, tejidos con tramas colmadas de grosura diegética. Desde entonces, Bieito Iglesias maduró como escritor. La novela Vento de seda (1992), los relatos de Miss Ourense (1994), varias novelas, entre ellas una escrita directamente en español, Bajo las más bellas estrellas (1999)  y su narrativa breve -Contos da terra da tarde (2011) última aportación en este subgénero- y la cotraducción de la Biblioteca Sherlock Holmes, hacen de él uno de los escritores más importantes y sobre todo singulares del sistema literario gallego.
   Sin embargo no es en territorios eróticos donde debemos situar El mejor francés de Barcelona, sino en un paradigma de literatura que intenta retratar  en clave expresionista a la actual Galicia y al perfil de algunas de las “joyas” que moran en este noroeste español. Diez relatos de desigual extensión, aunque ajenos todos ellos al microcuento, componen este libro. Relatos breves de un “prosador ficcionista”, creador de una literatura en puridad, muy personal y sin parangón con ningún otro escritor gallego. Literatura genuina, sin trampas, con un alto grado de riqueza y de complejidad que forma con sus obras posteriores un gran microtexto, un gran friso, a  la vez carnavalesco y realista de la tierra gallega y sobre todo de sus gentes. La mirada mordaz y  a la vez rebosante de humor sobrevuela en la sombría experiencia vital de decenas de personajes inmersos casi siempre en la marginalidad.
   Como en cualquier otra propuesta fabuladora moderna, Bieito Iglesias en los relatos de El mejor francés de Barcelona refleja la realidad y al mismo tiempo la supera por medio de la recreación carnavalesca de algunas de las líneas y  trazos más significativos en un desfile de personajes singulares. El narrador se limita a observar y a anotar, con exultante e inteligente ironía, sus jornadas y aventuras. La mirada mordaz, cómico-realista se detiene en la obscura experiencia vital de decenas de personajes marginales que, como uno de ellos, Sapo, onanista radical y vate -ex poeta culturalista- viven en la melancolía de los charcos.
   Y como decorado de todo ello, los oropeles y desaguisados paletos de la Galicia profunda, folclórica y cavernícola. En resumen, literatura en conexión con la vida cotidiana, la única real, con más sombras que luces. Diez relatos de medina extensión y desigual calidad, a veces con temáticas de no fácil definición y con estructuras desintegradas que reflejan mundos en los que la realidad muchas veces supera a la fantasía de cariz más esperpéntico.

Francisco Martínez Bouzas




Fragmentos

Lleva todo el santo día en cama, sin atender a las reprimendas del padre, que asomó las narices un par de veces para reprocharle la desidia, ni aceptar las comidas que le lleva mamá (apenas tomó unas cucharadas de helado bañado en chocolate). No tiene ánimo para nada y permanece en la oscuridad del cuarto, agarrado a un magnetófono y a la música rezongona que producen las pilas gastadas: «Sapo de la noche, sapo, cancionero que vives soñando junto a tu laguna. Dueño de los charcos, grotesco trovero, estás embrujado de amor por la luna»”

…..

“Ut supra quedó dicho que no cataba las mercancías sustraídas, a no ser las guarradas de los anuncios de relax, pero quiso el diablo que, en la librería Torga, le viera la intención un cliente de insoportable compromiso cívico. Suele ocurrir, en estos negocios progres, que te encuentras con tipos de puritanismo granítico, intolerantes con quien afana géneros. Él ya no solía trabajar aquel antro de moralina, primero por las especialidades que ofertaba, de escasa salida entre la clientela habitual de los cafés bohemios que desprecia toda literatura en gallego o de tema autóctono, cualquier libro, en realidad, que no haya sido reseñado en El País Tentaciones o ilustrado por el cine (preferentemente por Ana Belén con el culo al aire); y segundo porque compraban allí auténticos marats, y esas gentes se avienen mal con los chorizos. Son especies que se matan. Cuando todavía era Bello, Sapo había leído a don Vicente Risco y subrayado con grueso trazo la siguiente reflexión: «Siempre habrá individuos que se nieguen a ser absorbidos por el rebaño; son los revolucionarios, los artistas, los vagabundos y los criminales». Cierto, pero estas categorías guerrean entre sí, con más ardor del que empeñan en la erosión de la sociedad.”

(Bieito Iglesias, El mejor francés de Barcelona, páginas 205, 214)

martes, 25 de diciembre de 2012

DESDE EL CERRO DE LA CHINGADA


Si viviéramos en un lugar normal
Juan Pablo Villalobos
Editorial Anagrama, Barcelona, 2012, 188 páginas.


   Experto en investigar temas muy dispares y en escribir novelas contra las convenciones de la literatura, Juan Pablo Villalobos (Guadalajara, México, 1973) completa con Si viviéramos en un lugar normal la segunda entrega de la trilogía Tríptico de los dedos, un título con el que homenajea a Jorge Ibargüengoitia. Título así mismo, el  de esta novela, que le hace justicia a la paródica anormalidad del lugar en el que se desarrolla la acción: un pequeño pueblo del que el protagonista relator dice estas cuatro cosas: “hay más vacas que personas, más charros que caballos, más curas que vacas y  a la gente le gusta creer en la existencia de fantasmas, milagros, naves espaciales, santos y similares” (página 11). Es Lagos de Moreno, un lugar minúsculo situado en el alto del cerro de la Chingada. Alí, en una casa que se asemeja a una caja de zapatos, habita una pareja: él, profesor de preparatoria y profesional de los insultos; ella, una resignada mujer que se pasa el día cocinando quesadillas para alimentar a sus siete hijos, los dos últimos, gemelos de mentira.
   Desde este cerro de la Chingada, el protagonista relator, un adolescente que se está adentrando en la juventud, contempla la curiosa panorámica del México de los ochenta. Es Orestes, Oreo para abreviar, el segundo de los hijos, que nos conduce a través del tono cómico, o mejor dicho trágico-cómico, de este relato y un fino instinto para el análisis social a las interioridades de su propia familia -son pobres, tan pobres material y espiritualmente que cada miembro de la familia emplea toda clase de trucos para hacerse con una quesadilla y sus expectativas vitales están bajo cero- y nos permite diseccionar con su cáustico humor negro el mapa de un México que no es mágico aunque sí algo surrealista, donde el hábito consiste en robar elecciones y es así mismo un país especializado en desabrigar ilusiones y en hacer que los pobres consigan la desigualdad a base de humillaciones.
   Orestes pasa gran parte de su tiempo preguntándose por qué su familia es tan pobre, por qué viven en ese cerro sin esperanzas donde todo  es tan disfuncional y disparatado que, ante la impotencia, solo es posible recurrir a decir que todo está jodido. Ante tanto tedio el treceañero huye de casa y va a la colina para ayudar al hermano mayor en la búsqueda de los dos gemelos de mentira, supuestamente secuestrados por extraterrestres.
   Juan Pablo Villalobos, transitando  por los inciertos canales del surrealismo y de la crueldad humana, nos ofrece la visión de un país disparatado, en los límites de la paranoia. Un México tan esperpéntico como cruel. La intrahistoria de esta familia y su inútil guerra contra el ayuntamiento, los promotores inmobiliarios los dos partidos corruptos -el PRI y los rebeldes, más beatos que los cristeros de los que se consideran herederos-, retratado todo con un humorismo salvaje pero incapaz de salvarnos de la desolación, es aprovechada por el escritor para hacernos ver la hiriente desigualdad de clases - incluso dentro de la pobreza  existe un ranking- lanzar agudos ataques contra la desatinada religiosidad popular, tan fanática como irracional (“El pueblo era tan católico que estaba rodeado de espinas”, página 76), contra la connivencia del clero con las injusticias y contra  una clase política desprestigiada y causa de todos los males.
   Este humor disparatado llega a producir un efecto paródico acumulativo que incluso es capaz de  explicar el horror. La escritura de Juan Pablo Villalobos es pues la pura crueldad humorística ejercida a través de un ejercicio de alta calidad estilística que, a pesar de llevarnos de decepción en decepción y hurtarnos cualquier pizca de romanticismo, nos hace reír de las cosas -de ese pánico del instante del que habla Villalobos- para evitarnos  llorar. Eso sí, la existencia humana no pasa de ser en esta novela una serie de episodios carentes de cualquier hilo de humanidad que los una entre si y que, por consiguiente, no llevan a ninguna parte.

Francisco Martínez Bouzas




Juan Pablo Villalobos

Fragmento

“ –Mamá, se puede dejar de ser pobres?
-No somos pobres, Oreo, somos de la clase media –replicaba mi madre, como si los niveles socioeconómicos fueran un estado mental.
   Pero eso de la clase media se parecía a las quesadillas normales, algo que sólo podía existir en un país normal, en un país donde no estuvieran permanentemente tratando de chingarte la vida. Todas las cosas normales eran cabroncísimas de lograr. En el colegio se especializaban en organizar genocidios de extravagantes para convertirnos en personas normales, eso nos reclamaban todos los profesores y los curas, que por qué chingados no podíamos comportarnos como gente normal. El problema era que si les hubiéramos hecho caso, si hubiéramos seguido al pie de la letra las interpretaciones de sus enseñanzas, habríamos acabado haciendo lo contrario, puras pinche pendejadas loquisimas. Hacíamos lo que podíamos, lo que nos exigían nuestros cuerpos calenturientos y siempre pedíamos perdón de a mentiras, porque nos obligaban a confesarnos cada primer viernes del mes.
Para evitar confesar el número de puñetas que me estaba haciendo cada día, yo intentaba distraer al cura que me confesaba.
-Padre, pido perdón por ser pobre.
-Se pobre no es pecado hijo.
-Ah, no?
-No
-Pero es que no quiero ser pobre, entonces seguro que voy a acabar robando o matando a alguien para salir de pobre.
-Hay que ser digno de la pobreza, hijo, hay que aprender a vivir en la pobreza dignamente. Jesucristo nuestro Señor era pobre.
-Ah, ¿y ustedes son pobres?
-Los tiempos han cambiado.”

(Juan Pablo Villalobos, Si viviéramos en un lugar normal, páginas 37-38)

miércoles, 19 de diciembre de 2012

PROVOCATIVA Y DESMITIFICADORA


El jardín colgante
Javier Calvo
Editorial Seix Barral, Barcelona, 2012, 363 páginas.

   Con este título, El jardín colgante, obtuvo el joven escritor barcelonés Javier Calvo el Premio Biblioteca Breve correspondiente a este año, 2012. El jurado de este prestigioso y ya histórico premio eligió una obra transgresora y seguramente provocativa, que rompe con los cánones de lo literariamente correcto, y que revisa nuestros años de Transición con una mirada distinta, la que capta que en la España de la segunda mitad de los años 70 nada es lo que parece y todo sobrenada en la ambigüedad de las aguas turbias de un mar de fondo, el de aquellos años en los que la mayoría de los españoles tratábamos de erguir un país renovado, que dejara atrás casi medio siglo de existencia. Todo pues es reinventado, ha desaparecido la verdad unívoca de los largos años de la dictadura y, como afirma el autor de esta novela, “no hay diferencia entre el bien y el mal”. De ello da idea la confesión de Javier Calvo de que su novela fue escrita a partir de una docena de canciones de grupos punk, todas ellas sobre la mentira y la falsedad.
   El jardín colgante es la segunda entrega de “La trilogía de la muerte”, el tríptico con el que el autor pretende retratar  Barcelona en clave negra. La primera, Corona de flores, se desarrolla en el ya lejano 1877, en el nacimiento de la Barcelona moderna. Cien años más tarde se sitúa la acción de El jardín colgante, en la Barcelona de la Transición. En dos de esos años, entrecruzados por duplicidades, alarmas y sobresaltos, 1977 y 1978, se despliega la trama de El jardín colgante, que Javier Calvo estructura en dos partes: “Meteorito” e “Islote”.
   En Sallent, a las afueras de Barcelona, ha caído un meteorito que entre el calor y la lluvia hace de Barcelona una ciudad polvorienta, pegadiza e irrespirable y con una conciencia aletargada de lo que estaba realmente pasado: las manifestaciones pro amnistía, restauración de la Generalitat, Tarradellas de regreso. Y algo más: los antiguos servicios secretos del franquismo se han puesto al día y dirigen sus fuerzas no a perseguir la disidencia política,  sino formaciones o grupúsculos terroristas de extrema izquierda. Uno de ellos es el TOD (Tropa de Acción Directa). En ese ambiente, el agente Arístides Lao, alias Sirio, es elegido para lidiar contra esa organización terrorista. Cuenta para ello con Melitón Muria, un agente tan peculiar que con Lao forman una pareja de espías tan decadente como esperpéntica. Deberán contactar con Teo Barbosa, un topo, un infiltrado en el grupo terrorista y al que deberán rescatar. Un plan descabellado y una misión imposible porque entre las ideas y su ejecución hay un abismo.
   Javier Calvo escribe una novela del género negro, basada en las convenciones  canónicas de dicho género: la conspiración, la falsedad, la traición, la investigación… Sin embargo su novela es una verdadera amalgama: una sutura de literatura policial con una visión carnavalesca de España en aquellos años de la Transición. En la historia, si hay algo que flota, es la ambigüedad. Una trama, cuyos protagonistas son agentes dobles, de agentes que no se sabe muy bien de que parte están, significa una verdadera desmitificación del género, una deconstrucción de la novela policiaca. Sensación que se acrecienta si atendemos a las semblanzas de sus héroes / antihéroes, a los que describe con calificativos que van del esperpento al lenguaje canalla (Arístides Lao, carita de gastrópodo  sin concha; Melitón Muria, tupé grasiento y asimétrico, convencido además de su estulticia; los terroristas en vez de guerrilleros maoístas parecen bandoleros de cuentos de hadas).
   Sin embargo el estilo de Javier Calvo es eficaz. Relativamente sobrio, sin dejar por ello de ser ameno. El mismo talante de una escritura provocativa, irreverente y sumamente audaz contribuye a hacer de El jardín colgante una lectura entretenida y sobre todo muy original.

Francisco Martínez Bouzas




Fragmentos

“Ya es de día cuando Teo Barbosa se despierta junto al cuerpo desnudo de Sara Arta, en el sobreático diminuto de la calle Escudillers al que ella lo llevó al final de la noche. El polvo del meteorito que cubre los cristales le da un matiz plomizo a la luz ya de por si fría de la mañana. Barbosa se frota los ojos. Como suele pasar con casi todas las camas, la de Sara es demasiado corta para él y provoca que los pies le cuelguen del borde. Sobre las sábanas rojas, la piel muy blanca de ella tiene una cualidad casi pictórica. Barbosa se permite un solo momento para admirar el cuerpo dormido que tiene al lado, delgado pero de proporciones exquisitas, a diferencia del de él, que es exageradamente alto y huesudo y tiene unas rodillas y unos codos enormes y un pene que se ve inevitablemente pequeño entre sus muslos interminables. Por fin comprueba que la joven sigue dormida y se incorpora lentamente, sin hacer ruido.
   Afuera se oyen las gaviotas. Barbosa va directamente al recibidor donde recuerda que la noche anterior Sara Arta dejó su chaqueta de cuero. Saca la cartera del bolsillo de la chaqueta y examina rápidamente toda la documentación, memorizando la información relevante. Por fin devuelve todo a su sitio, echando vistazos de vez en cuando por encima del hombro. A continuación se dispone a abrir cajones y a registrar sus contenidos.
Cinco minutos más tarde, vuelve a entrar en el dormitorio y se inclina para besar el cuello de la dueña de la cama.
-Me voy antes de que llegue tu marido- dice Barbosa, poniéndose los calcetines y recogiendo del suelo el resto de la ropa.
Ella gira lentamente la cabeza sobre la cama deshecha y se lo queda mirando con los ojos inflados.
-¿Dónde están los hombres que hacen café antes de abandonar ala mujer que han deshonrado?
-Son rémoras del patriarcado,-Barbosa se pone los calzoncillos-. Sucumbirán bajo las ruedas de la Historia.”

…..

“Aquí solamente hablaremos de España. Todo lo demás no nos incumbe. A efectos prácticos, no existe nada que no sea España. Les recomiendo un ejercicio. Cierren los ojos. Piensen en todas las cosas de las que han oído hablar que no son España. Ahora abran los ojos. Todo lo que han pensado era un sueño y ahora se están despertando a la realidad de España. No busquen nada más. Imaginen que están en una isla desierta. Los demás lugares son sueños. Aunque llegados a este punto conviene aclarar que España no es ninguna isla desierta. España es una isla desierta para alguien que ha nacido en esa isla desierta. Y perdonen la aporía. España es una lamprea. Es un trilobito. Es un comedor de mierda del fondo marino que lleva millones de años existiendo, siempre igual, comiendo la mierda que cae de los peces, sin ver nunca nada y sin que nadie lo haya visto nunca. Sin que nadie sepa que existe. España es el mundo para una lamprea. Es el mundo para un bicho que no tiene ni ojos ni oídos: inexistente, sin coordenadas, sin estímulos, y por eso mismo absolutamente perfecto y total. La imagen de la totalidad más perfecta que pueda existir.”

(Javier Calvo, El jardín colgante, páginas 47-48, 354-355)

sábado, 15 de diciembre de 2012

LOS FILTROS DE LA TRISTEZA

Recuerdos de un callejón sin salida
Banaya Yoshimoto
Traducción de Gabriel Álvarez Martínez
Tusquets Editores, Barcelona, 2011, 212 páginas.



Banana Yoshimoto, pseudónimo de Mahoko Yoshimoto (Tokio, 1964) es una conocida escritora nipona. Su estreno en la palestra literaria con la novela Kitchen resultó realmente explosivo, haciéndola merecedora de premios prestigiosos como el “Newcomer Writers Prize”. Autora de una obra prolífica y polifacética compuesta por novelas, relatos y ensayos, se la considera junto con Haruki Murakami una de las voces que mejor representan la actual narrativa japonesa, sobre todo las prácticas vitales a las que han debido enfrentarse los jóvenes japoneses en los pasados lustros finiseculares. Sus personajes suelen ser criaturas ancladas en la soledad y profundamente sensibles. En su macrocosmos literario juegan un gran papel las emociones, las sagas familiares, la vida doméstica, las relaciones amorosas, hecho que ha motivado que no pocos críticos consideren que sus obras explotan el estereotipo de la feminidad dulce, sumisa, resignada y que, más que la calidad, persiguen fines comerciales. Sus seguidores, en cambio, rechazan que la narrativa de B. Yoshimoto linde los territorios de la superficialidad, aunque puedan ser divertidas y sepan plasmar, sobre todo, la vida frustrante de la juventud japonesa de hoy.
En lo que no existe debate es en algunas de las constantes de la “marca” literaria de B. Yoshimoto, en especial en ese aire de melancolía y tristeza que tiñe sus historias. Los personajes de B. Yoshimoto ven el mundo a través de los filtros del abatimiento. Ella misma, en el epílogo de esta colectánea de relatos, intenta vendernos ese aire de tristeza y se pregunta: “Por qué ahora me da por escribir sobre cosas tristes que son las que más me cuestan?” (página 211). Y confiesa que sus relatos tienen un fuerte tinte autobiográfico hasta el punto de que ella misma lloró al leer las galeradas. Ese aporte autobiográfico quiere que sea soterrado antes del nacimiento de su hijo. Pero que nadie se confunda: sus relatos son ficciones y, como tales, no reflejan hechos reales que le hayan acontecido a ella misma.
Dos de los relatos, el primero y el último, destacan por encima del resto. En ambos nos encontramos con seres solitarios y sus historias parecen recubiertas por una pátina de languidez, melancolía y tristeza lírica. “La casa de los fantasmas” tematiza las vivencias existenciales de dos jóvenes estudiantes. El personaje masculino habita en un piso fantasmagórico, situado en una casa en ruinas, cuyos dueños, una pareja de ancianos, habían fallecido intoxicados por monóxido de carbono, al quedarse dormidos junto a un brasero. Mas sus fantasmas siguen haciendo frecuentemente acto de presencia. Entre los dos jóvenes va creciendo una cierta intimidad hasta que llega el momento en que hacen el amor. El personaje masculino busca nuevas expectativas, rompe con la tradición familiar y emigra a Francia. Pero, pasados unos años, regresa y la relación amorosa se consolida. El final es enteramente previsible: vivirán felices, placenteramente en su pequeño mundo, mas en la base de su relación siempre estará presente lo que sintieron la primera vez que hicieron el amor en aquel piso herrumbroso habitado por presuntos fantasmas, cuya vida puede ser la clave para la pareja de protagonistas.
En el relato que rotula el volumen, “Recuerdos de un callejón sin salida”, B. Yoshimoto nos sumerge en un placido mar de pequeñas cosas capaz de curar las penas. Una historia sin ese final feliz y previsible que el lector encuentra en los otros relatos. Historia de una decepción amorosa y al mismo tiempo del poder cauterizador de la amistad. El personaje femenino, abandonado por su novio, vive sumido en la pasividad y en la tristeza, pero el mundo visto a través de aquella aflicción le parece nítido. Hallará consuelo en la amistad con un chico que trabaja en un bar situado en un callejón sin salida. Su vida, sumida en la ingenuidad y en la nostalgia, se caldea con el afecto de este joven, cuya presencia y conversación restañan sus heridas. Por eso llorará lágrimas de gratitud hacia el misterioso transcurrir del tiempo.
Y otras tres historias con sueños curativos que anulan sufrimientos anteriores, con niños capaces de ver la luz que habita dentro de cada ser humano, generadora de alegrías y de amor. Metáforas líricas sobre la memoria, los recuerdos y la felicidad. Ficciones sencillas, teñidas con tonalidades de melancólicas delicadezas, casi todas con finales amargos, sin grandes traumas ni apasionamientos, insertadas en estructuras narrativas que trascurren a través de una calmada cadencia y escritas con un lenguaje limpio, sereno, sin arrebatos líricos. Relatos, pues, que se tiñen con los colores otoñales, tonos medios y que, a veces al intentar tematizar lo inefable, esas misteriosa luz interior por ejemplo, corren el riesgo de caer en infantiles inconsistencias.

Francisco Martínez Bouzas




Banana Yoshimoto


Fragmentos

“Mientras bebíamos té, sentados junto a aquella ventana inundada de claridad, nos envolvió una cálida y placentera luz amarilla. Era precisamente lo que quería; una luz que hacía pensar a mi corazón marchito: «¡He aquí lo que me faltaba!»
La palabra que más se aproxima a lo que sentía tal vez sea «bendición»(…) Por aquel entonces, yo creía que lo que nos unía era el sexo, pero luego me di cuenta de que no, de que con el simple hecho de charlar con él, sentía una energía indescriptible que surgía del fondo del estómago y recorría todo mi cuerpo. «Sí, eso es. Con esto basta».
Ese sentimiento acabó transformándose en convicción, y con tan sólo sonreírnos el uno al otro nos sentíamos satisfechos (…)
Nuestra luz interior, la bella luz transparente del exterior y la luz y la luz que resplandecía cuando estábamos juntos se fundió en una sola luz que iluminó nuestro futuro”.
……….

“Ahora me doy cuenta: entonces, pese a que me encontraba en uno de mis peores momentos, yo vivía en la mayor de las felicidades.
Tanto era así que podría guardar el tiempo vivido aquellos días en un cofre y custodiarlo como si fuera el mayor tesoro de mi vida. La felicidad llega sin llamar a la puerta, al margen de las situaciones y circunstancias que la rodean a una, con una independencia casi cruel. No importa en qué situación te halles o con quien estés.
No se puede predecir.
Es imposible fabricarla a nuestro antojo. Puede aparecer al siguiente instante o no hacerlo nunca, lo que convierte nuestra espera en un esfuerzo vano. Es imprevisible, igual que las olas o el tiempo. Los milagros siempre están al acecho y, ante ellos, todos somos iguales.
Pero eso era lo único que yo aún no sabía”

(Banana Yoshimoto, Recuerdos de un callejón sin salida, páginas 54-55, 164-165)

miércoles, 12 de diciembre de 2012

EL MAL DE PORTNOY: UNA VIDA ERÓTICA DESAFORADA


El mal de Portnoy
Philip Roth
Traducción de Ramón Buenaventura
Editorial Seix Barral, Barcelona, 306 páginas.

   La prensa de todo el mundo se ha hecho eco estos días de que Philip Roth, a sus setenta y nueve años, se retira de la escritura, pero no sin antes concluir algunos proyectos que tiene entre manos. Entre ellos: finalizar una novela corta escrita a cuatro manos y vía e-mail con una niña de 8 años e iniciar la escritura de sus memorias conjuntamente con su biógrafo Blake Bailey, memorias que seguramente ampliaran su novela Los hechos. Autobiografía de un novelista, un recuento de sus orígenes narrativos. Buenas, regulares o malas noticias para los incontables seguidores del último Príncipe de Asturias de las Letras, eterno candidato al Nobel y figura preeminente de la actual narrativa norteamericana. Y una buena ocasión para volver a tomar en las manos una de sus primeras novelas, una de las más emblemáticas, Portnoy’s Complaint (1969) que Seix Barral traduce al español con el título, tan afortunado como discutible, de El mal de Portnoy.
   Una novela sin embargo con la que le llega el éxito y grandes críticas a Philip Roth y que se ajusta a las grandes líneas de su escritura: la exploración de la naturaleza del deseo sexual a través del monólogo interior, grandes dosis de humor, vigor enajenado y una profunda humanidad. Asociadas todas ellas a sus héroes o antihéroes. Sin que falte por supuesto la cuestión judía, casi siempre presente en la narrativa del escritor. Ni tampoco los guiños cómplices, porque ese mal, ese trastorno llamado así por Alexander Portnoy (1933-    )     en el que “los impulsos altruistas y morales se experimentaban con mucha intensidad, pero se hallan en perpetua guerra con el deseo sexual más extremado y, en ocasiones, perverso” (Nota introductoria), no está catalogado como enfermedad, es un artificio, un invento del narrador.
   El mal / lamento que aqueja al protagonista, Alexander Portnoy, se verbaliza en los monólogos que éste mantiene con su psicoanalista al que le confiesa que su vida  ha estado vencida por un mal incurable: la obsesión por el sexo. Tal estado obsesivo y la necesidad de contárselo al psicoanalista dan lugar a un extenso monólogo  -el psicoanalista solamente habla en la última línea de la novela- en el que el protagonista, nacido en el seno de un familia judía en los años treinta, realiza un verdadero ajuste de cuentas con su propia existencia, haciendo emerger de forma errática varios episodios de su vida. Sucesos, peripecias presididas casi todas por la tensión entre sexo y culpabilidad, que hiere profundamente su personalidad. Porque Portnoy que profesionalmente ha alcanzado el éxito, “se mata a pajas” (sic), víctima de desaforado onanismo que además fabrica en su mente un modelo proteico de mujer ideal (o una activista de los derechos civiles o una psicótica con la que mantiene una relación tan protectora como frustrante.)
   El conflicto tiene su génesis en la estricta educación judía que la madre impone al hijo durante su niñez y adolescencia sobre todo lo referente a la sexualidad, precisamente en los momentos del movimiento hippy y de la revolución sexual. Por eso mismo, la novela se inicia con un primer capítulo en el que se aborda la estructura familiar, seguido de otro (“Pajas”, pagina 25) que de forma inmisericorde, enfrenta al personaje con su despertar sexual: un furioso onanismo, masturbaciones de todo tipo, descritas al detalle, seguidas de un aterrador sentimiento de culpa. Una amalgama en definitiva de pulsión y de temor al castigo, similar a la vivida en muchos otros países  por los adolescentes de aquellos años. Vendrán después otros capítulos (“Loco por el coño”, página 87, “El tipo de degradación predominante en la vida erótica”, página 202), en los que se arremolinan anécdotas de sus gatuperios amorosos, con un deseo desenfrenando por las chicas shikses (no judías). Una forma, como se ha escrito, de vengar la condición de clase relegada de su padre. No copula con las anhelados chicas  shikses, sino con sus antecedentes familiares. Las cosas no mejorarán con la llegada de Portnoy a Israel, la tierra prometida. Allí pretende seducir a una mujer judía, duplicado de su madre. Un nuevo y definitivo fracaso.
   La novela se desarrolla como las matrioskas: encastrando anécdotas tras anécdotas, unas dentro de otras. En ese tránsito de muñecas rusas, surge un personaje perfectamente delineado que se debate entre el desenfreno del deseo sexual y sus propias inhibiciones. Así pues, mal y lamento (título que tuvo la novela en otras ediciones españolas: El lamento de Portnoy, que pone el acento en las lamentaciones de Portnoy ante su terapeuta, pero que casa perfectamente con el de esta edición: El mal de Portnoy, que, por el contrario, resalta la dolencia psicológica de la que es víctima el protagonista.
   En el momento de su publicación (1969) la novela fue acusada de obscena y pornográfica y suscitó fuertes críticas en ciertos sectores de la comunidad judía. Como confiesa Roth, en 1969 no solo escribió Portnoy -eso fue fácil- sino que también  se convirtió en el autor de Portnoy’s Complaint  y lo que tuvo que enfrentar en público fue la trivialización de todo.
   Novela ácida y  a la vez sumamente divertida. Roth realiza en esta novela verdaderas exhibiciones de comicidad, de humor corrosivo, sobre todo frente al judaísmo: sus tradiciones, su visión de la vida, las represiones sexuales. Un texto pues que bascula entre la hilaridad y los rescoldos de  la amargura, escrito con un lenguaje “íntimo, detallado y abusivo.”

Francisco Martínez Bouzas 




Philip Roth

Fragmentos

“Luego vino la adolescencia: media vida encerrado en el cuarto de baño, aliviando la minga en el inodoro, o en la cesta de la ropa sucia, o ¡plaf! contra el espejo del botiquín, ante el cual me plantaba con los calzones bajados, para poder comprobar qué aspecto tenía aquello al quedar expuesto(…) En mitad de una clase, levantaba la mano pidiendo permiso, me precipitaba por el pasillo en busca del retrete, y me aplicaba diez o quince menos salvajes, ahí mismo, de pie contra el urinario…”

…..

“¿He mencionado ya que cuando tenía quince años me la saqué del pantalón y me la meneé en el autobús 107, volviendo de Nueva York?”

…..

“Y ¿fue mi madre cómplice de todo aquello? ¿Sumó dos tetas y dos piernas y le salió cuatro? A mi me parece que me ha costado dos decenios y medio completar tan arduo cálculo…No, de veras, tengo que estar inventándomelo. Mi padre ¿con una shikse? No puede ser. Era algo fuera de su alcance. Mi padre ¿follaba con shikses? Tendré que admitir, si me obligan, que follaba con mi madre. Pero ¿con shikses? Antes me lo imagino asaltando una gasolinera.”

…..

“Tengo relaciones que duran todo un año, un año y medio, meses y más meses de amor, tierno y voluptuoso, pero al final -tan cierto como vamos a morir- el tiempo pasa y el deseo se reblandece. Y acabo sin poder dar el paso final, es decir, casarme. Pero ¿por qué habría de casarme? ¿Por qué? ¿Hay alguna ley que diga que Alex Portnoy tiene que ser marido y padre de alguien? (…) Puedo pasar semanas y más semanas viviendo aterrorizado por la culpa de la proclividad de esas chicas inclinadas al matrimonio a arrojarse a las vías del metro, pero no puedo, me es sencillamente imposible, no lo haré, eso de obligarme por contrato a dormir con una sola mujer durante el resto de mis días. Figúrese: suponga que voy y me caso con A, con sus dulces tetas, etcétera, ¿qué ocurrirá cuando aparezca B, que las tiene todavía más dulces -o, en todo caso más nuevas? O cuando aparezca C, que menea el culo de un modo especial, nunca por mi experimentado antes; o D, o E o F.”

…..

“Estoy diciéndole, doctor que con estas chicas (las shikses, no judías) no es tanto que les meto la polla a ellas: más bien se la meto a sus antecedentes familiares: como si así, a base de polvos, fuese descubrir América. Conquistar América, digamos con más propiedad. Colón, el capitán Smith, el gobernador Winthrop, el general Washington y, ahora Portnoy. Como si mi destino manifiesto consistiese en seducir a una chica de cada uno de los cuarenta y ocho estados. En lo tocante a las mujeres de Alaska y de Hawai, la verdad es que no despiertan mis sentimientos, ni para bien ni para mal: no tengo cuentas que saldar con ellas, no tengo cupones que canjear con ellas, no tengo sueños que necesiten descanso.”

(Philip Roth, El mal de Portnoy, páginas 25, 87, 95, 114-115, 259)

viernes, 7 de diciembre de 2012

LA OCURA VIDA DE LAS PERSONAS MAYORES

Primera memoria
Ana María Matute
Ediciones Destino, Barcelona, 2012, 237 páginas.


   En su día, hace más de cincuenta años, pasó con dificultad da criba de la censura y desde entonces la novela de Ana María Matute, Primera memoria, Premio Nadal 1959, no ha dejado de editarse en distintos formatos. En el pasado mes de junio la recuperó de nuevo Ediciones Destino, la editorial del Premio Nadal, como una de sus textos clásicos, en una edición que incluye un amplio material gráfico sobre la autora y la entrega del Premio Nadal de aquel año.
   Lo mejor de la aportación a la narrativa española de Ana María Matute son sus obras publicadas antes de 1973, en pleno auge de la posguerra. Estamos en la década de los cincuenta, el realismo social  es la corriente dominante, pero esos años contemplan así mismo la aparición de las primeras letras de otros narradores (Jesús Fernández Santos, Ignacio Aldecoa, Juan Goytisolo, Rafael Sánchez Ferlosio) También Ana María Matute cuya obra, especialmente su trilogía Los mercaderes, de la que Primera memoria forma parte, es la literaturización obsesiva de una serie de temas como la nostalgia por el paraíso perdido, por la infancia irrecuperable, por el despertar de la adolescencia, por una minuciosa radiografía de los estados de ánimo.
   Todas esas obsesiones hacen acto de presencia en Primera memoria, en una trama que quizás no encuentre mejor definición que la aportada por la propia autora, hace más de cincuenta años, el día que ganó en Premio Nadal: “Plantear, mediante una forma lo más sencilla y suave posible, jugando con unos personajes adolescentes y, por lo tanto libres de todo prejuicio, el problema de la incomprensión y la injusticia dominante; para lo cual me fue también necesario contrastar la pureza de los personajes con la brutalidad de la guerra”.
   En efecto, en Primera memoria nos encontramos con adolescentes al borde del abismo de la edad adulta, pero sin alternativas. Esa carencia de opciones la descubre con espanto Matia la protagonista principal y voz narradora, encerrada con su primo en la casa de la abuela durante la guerra civil que acaba de estallar y que, desde la lejanía, se deja sentir ensombreciéndolo todo. Se encuentran en una las islas Baleares, una isla sin nombre, pero isla, hecho que acentúa la sensación de claustrofobia. En aquellos interminables meses veraniegos del 36 y bajo la mirada omnímoda de la abuela, soportan la rutina estival de lecciones de latín, cigarrillos robados y fumados a escondidas, escapadas en barca a calas recónditas. Son sus pequeñas maldades que les hacen enfrentarse con sus propios monstruos  y les obligan a atisbar o imaginar “la oscura  vida de las personas mayores”. Con una guerra que no está físicamente presente, pero a la que se alude frecuentemente y deja su poso en la isla en forma de asesinatos, humillaciones, odio, perversiones. La  guerra también aparece en la novela como elemento transformador de las fracturas familiares: las mujeres y los niños se quedan en casa, mientras los padres luchan en el frente, hermanos contra hermanos en no pocas ocasiones. Además la protagonista se ve obligada a transitar de niña a mujer sin referentes en los que medirse, durante el momento traumatizante del estallido de la contienda.
   A pesar del paso de los años y de la autocensura con la que sin duda está escrita la novela (la guerra civil es vista desde lejos, sin juicios demasiado explícitos, aunque contemplada como un silencio podrido, un silencio de muertos, muertos barranco abajo, aislamientos y enemistades), Primera memoria es un texto que no ha envejecido. Y ello se debe no solo al oficio, sino al talento creador de Ana María Matute, capaz de fascinarnos con las descripciones de los estados de ánimo de los personajes. La autora supo meterse en el alma de una chica de catorce años y llena su texto de deslumbrantes hallazgos que nos permiten percibir cómo se observa y cómo se siente una adolescente a punto de dejar de serlo: sus amarguras, sus desengaños, los agobios de la soledad, las crueldades de esas edades indefinidas. Muestra igual maestría al reflejar el ambiente asfixiante y opresivo de un espacio, de una isla aislada, en un pueblo con enemistades enquistadas que la autora retrata con frases como “la calma aceitosa”, “la hipócrita paz de la isla”.
   La escritora así mismo, con una prosa embrujadora, fue capaz de entroncar los caracteres y los sentimientos con el paisaje y el clima. Y lo hizo con tal maestría que estos en el fondo operan también como verdaderos actantes (“El declive tenía algo solemne en la noche. Las piedras de los muros de contención blanqueaban como hileras de siniestras cabezas en acecho. Había algo humano en los troncos de los olivos, y los almendros a punto de ser vareados, proyectaban una sombra plena. Más allá de los árboles, se adivinaba el resplandor de los habitáculos de los colonos. Al final del declive la silueta de la casa de la abuela era una sombra más densa. El cielo tenía un tinte verdoso y malva”, páginas 56-57).
   Novela sin duda opresiva, desesperanzada (“elegía a la perversión de la inocencia”) que una pluma preñada de talento convierte en verdadera literatura.

Francisco Martínez Bouzas



Ana María Matute en 1959, fecha de la concesión del Premio Nadal

Fragmentos

“Qué extranjera raza de los adultos, la de los hombres y las mujeres. Qué extranjeros y absurdos nosotros. Qué fuera del mundo y hasta del tiempo. Ya no éramos niños. De pronto ya no sabíamos lo que éramos. Y así, sin saber por qué, de bruces en el suelo, no nos atrevíamos a acercarnos al otro. Él ponía su mano encima de la mía y sólo nuestras cabezas se tocaban. A veces notaba sus rizos en la frente o la punta fría de su nariz. Y él decía, entre bocanadas de humo: «¡Cuándo acabará todo esto…!». Bien cierto es que no estábamos muy seguros a qué se refería: si a la guerra, la isla o nuestra edad”

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“Recuerdo que entré en una zona extraña, como  de agua movediza: como si el miedo me ganara día adía. No era el terror infantil que padecí hasta entonces. A veces me despertaba de noche, y me sentaba bruscamente en la cama. Experimentaba entonces una sensación olvidada de cuando era muy pequeña y me angustiaba al atardecer y pensaba: «El día y la noche, el día y la noche siempre. ¿No habrá nunca  nada más?». Acaso me volvía el mismo confuso deseo de que alguna vez, al despertarme, no hallara solamente el día y la noche, sino algo nuevo, deslumbrante y doloroso. Algo como un agujero por donde escapar de la vida”

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“En aquel momento me hirió el saberlo todo. (El saber la oscura vida de las personas mayores, a las que sin duda alguna, pertenecía ya. Me hirió y sentí un dolor físico”

(Ana María Matute, Primera memoria, paginas 109, 169-170, 229)

jueves, 22 de noviembre de 2012

BURROUGHS CON EL REY MAYA DEL INFRAMUNDO

Ah Puch está aquí y otros textos
William S. Burroughs
Traducción de Luïsa Moreno
Ilustraciones de Robert F. Gale
Capitán Swing Libros, Madrid, 2012, 178 páginas.


   Si hay una editorial especializada en la edición de libros singulares, esa es sin duda la madrileña Capitán Swing Libros. Libros audaces, imaginativos, de los que huyen otros sellos editores, tienen  cabida en las colecciones de este pequeño sello editor. Es su forma de hacer frente a la uniformidad del “libro único” y a la presión de los megagrupos editoriales. Inconformista como el ficticio líder cartista del que toma su nombre, Capitan Swing Libros nos ha agasajado en los últimos meses con publicaciones tan originales como ese libro extravagante, Locus Solus de Raymond Roussel o el libro-caja o artefacto hipertextual, Composición nº 1 que  Marc Saporta concibió el año 1962.
   A esta relación de libros singulares se suman desde el pasado 28 de junio tres textos de William S. Burroughs: “El libro de las respiraciones”, “La revolución electrónica” y el texto que rotula esta publicación: “Ah Puch está aquí”, que quiso ser, en el año que fue creado (1970), un libro sin precedentes, una novela gráfica inspirada en los códices mayas, fruto de la colaboración de Burroughs y el dibujante Malcolm McNeil. Se trataba de un libro único que no encajaba ni en la categoría de novela ilustrada a la usanza, ni en la de las historietas.
   Un libro así solo es posible y concebible desde la paternidad de un escritor como William Seward Burroughs (1914-1997), un escritor tan adicto a ciertas sustancias como a la experimentación, al surrealismo y a la sátira y cuya influencia ha transcendido y se ha prolongado hasta nuestros días en múltiples manifestaciones artísticas de tipo contracultural. Su peculiar filosofía y concepción de la escritura tomó cuerpo  con la aplicación de técnicas como el cut-up o collages narrativos y en su voluntad de arrasar las normas sintácticas y semánticas, sin que el texto pierda sentido y coherencia. Fue su forma de luchar contra la alienación del lenguaje, un organismo parasitado por normas y reglas que se alojan en nuestro cerebro.
   Se precisa, según Burroughs, una verdadera revolución, que debe de ser de naturaleza mental. De ahí que los protagonistas de sus obras (extraterrestres, humanos, seres inorgánicos…) se enfrenten entre si al margen de cualquier regla.
   Uno de esos personajes es Ah Puch, dios y rey del inframundo en la mitología maya, representado por dos jeroglíficos. Él era el jefe de los demonios, merodeador además en torno a los enfermos en acecho de sus presas, acompañado por el perro, el ave Moán y el búho. Por eso “Ah Puch está aquí”, desde una escritura esquizofrénica, en una inmersión en los territorios de la muerte, “ese viaje peligroso en el que todos los errores cometidos en el pasado os perjudicarán” (página 11), un viaje arropados por el sistema de la cultura y de las creencias mayas, nos muestra caminos para salir del tiempo y adentrarnos en el espacio.
   Este nuevo artefacto editorial de Capitán Swing se completa con “El libro de las respiraciones”, un intento en forma de semicomic de ir más allá de los sistemas de comunicación  a través de la palabra escrita, sustituida por la escritura gráfica, por imágenes que, por su propia naturaleza, son susceptibles de variar hasta el infinito. Un último texto, “La revolución electrónica” una irónica y ácida reflexión sobre el control social ejercido por las tecnologías electrónicas, en especial por las videocámaras (un “virus real” de nuestro tiempo”) clausura esta publicación; otro experimento sobre las fronteras de la literatura y de la misma escritura que demanda lectores generosos, capaces de adentrarse en textos fragmentarios, revoltosos, rayanos a veces con la ilegibilidad, pero que dejan translucir las excéntricas y revolucionarias genialidades de un hombre en lucha contra todas las tiranías de control social, comenzando por las del lenguaje.

Francisco Martínez Bouzas



William S. Burroughs

Fragmentos

“He hablado de las formas transitorias de la muerte y de la identificación del organismo muerto con el moribundo. Esta identificación pude adoptar la forma de una cópula propiamente dicha con la muerte. La muerte, que puede adoptar tanto la forma masculina como la femenina, copula con el joven dios del maíz, y este eyacula cuatrocientos millones de años de maíz desde la semilla hasta la cosecha, y más allá. Esta operación requiere maíz real y un cuerpo humano real para representar al joven dios del maíz. Esto es, por consiguiente, un cheque endosado que está firmado por el joven dios del maíz. En cuanto ha firmado el cheque, es posible añadir un número de ceros cualquiera. El banco del tiempo maya funcionaba con estos cheques endosados. La muerte es aceptada por los moribundos”

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“Edificio de ladrillo rojo y un canal azul donde el Mary Celeste flota anclado. Los niños, con bolsas y trajes de marinero propios del siglo XIX, pasan por la plancha. El jardín es un brillo rojo de ciudades en ruinas a lo lejos. Los marineros suben y el ancla se levanta. El chico joven toca asilencio cuando se va el sol y se asienta el crepúsculo azul. La embarcación se mueve. Los chicos saludan desde las jarcias. Se acerca corriendo un periodista de 1890
-¿Y el señor Hart?
Audrey está en la cofa con un telescopio. Señala con su mano izquierda.
La mansión en ruinas y abandonada del señor Hart, grafiti en las paredes.
AH PUCH ESTUVO AQUÍ
Aquí vivió un grosero y estúpido hijo de puta que creyó que podía contratar a la MUERTE como compañero poli”

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“Su sistema de control debe ser absoluto y mundial. Porque un sistema de control de este tipo es todavía más vulnerable a un ataque desde fuera que una sublevación desde dentro…Aquí está el obispo Landa quemando los libros sagrados. Para daros una idea de lo que sucede, imaginaos nuestra civilización invadida por patanes del espacio exterior…
-Trae unos cuntaos bulldozers. Limpia toda esta mierda…
La fórmula de todas las ciencias naturales, libros pinturas, el terreno barrido y transformado en un montón enorme y quemado. Y ya está. Nadie nunca ha oído hablar de él…
Tres códices sobrevivieron al vandalismo del obispo Landa y están quemados por los bordes. No hay forma de saber si tenemos aquí los sonetos de Shakespeare, la Mona Lisa o los restos de un catálogo de Sears Roebuck después de que el viejo excusado exterior se quemara en un incendio de matorrales. Toda una civilización se convirtió en humo…
Cuando llegaron los españoles, se encontraron a los aristócratas mayas apoltronados en hamacas. Bien, el tiempo pondría las cosas en su sitio. Cinco trabajadores detenidos, atados y desnudos, son castrados en una cepa de árbol, los cuerpos que sangran, sollozan y gritan son arrojados en un montón…
-Y ahora comeos ésta, amarillos chalados. Queremos ver un montón de oro así de grande y lo queremos ver ya. El Dios Blanco se ha pronunciado”

(William S. Burroughs, Ah Puch está aquí y otros textos, páginas 14-15, 71-72, 171)