lunes, 7 de mayo de 2012

EL PERRO QUE COMÍA SILENCIO

El perro que comía silencio
Isabel Mellado
Editorial Páginas de Espuma, Madrid 2011, 126 páginas.


La autora, Isabel Mellado, es una ciudadana chilena, becada para estudiar con el Concertino de la Orquesta Filarmónica de Berlín. Comparte su espacio vital entre Granada y otras ciudades europeas en cuyas orquestas actúa con frecuencia como violinista. En su debut como narradora en solitario, los pentagramas, filigranas y arpegios musicales dejan su impronta en la trama de algunos de sus relatos breves y quizás también en las melodías formales, especialmente en las numerosas sinestesias que convierten su estilo en una constante armonía, no exenta, sin embargo, de solos y de solistas que nos tramiten el placer de la lengua. Porque también en prosa es dado hacer arte con las palabras.
Isabel Mellado articula su opera prima, esta antología de textos de recompensa inmediata, en tres partes:”Mi primera muerte”, “La música y el resto” y “Huesos”. Las dos primeras se nutren de prosas en las que la autora deja constancia de sus sueños, su especial relación con la realidad y las querencias de su profesión como música.
Los quince relatos de la primera secuencia están transitados por un cierto animismo: los objetos y los animales hunden sus raíces en una esencia semejante a la nuestra. Así el cuento que le sirve de rótulo al libro: el perro bautizado como Croqueta, pero al que todo el mundo llama chucho, que reflexiona sobre el significado y veracidad de los silencios humanos. No olvidemos que sus silencios preferidos son los de los huesos y los de los enamorados, que huelen a bistec y a anhelos, mientras que los de los cónyuges son turbios y estrechos. “Carne de espejo” es la historia de amor entre el protagonista y su espejo, al que trata como su alter ego, como un ser humano. A veces, más que reflejarle, se vacía en él, se hunde en su carne, lo siente, lo suplanta. En “Cuatro horas al cubo” la escritora reflexiona sobre los cambios de identidad en función de los acompañantes y de los trenes que se toman. Y es que cuatro horas al cubo dan para ser algo y su contrario, en una terapia, como si mudásemos de piel. En “Eternidad 77 x 53” nos compadecemos de una Gioconda vencida por el cansancio de tantos siglos de soledad, “Mona solita como la una”. Tan derrotada está, que ha aprendido a dormir con los ojos abiertos. Paradigma, pues esta Gioconda, de la absoluta soledad, a pesar de tantos visitantes y admiradores, algunos incluso celosos y posesivos. Destaco, por último en esta primera parte  los relatos “Me enamoré de un pez” y “Ombligo o(m)bligar”. El primero nos enfrenta con una prosa surrealista que radiografía ciertas historias de amor y de sexo: sin darte cuenta, te acuestas con alguien resbaladizo como un pez. Al final, comprendes que no queda nada, solo una historia de sábanas y de escamas. El segundo es un “divertimento”  sobre los ombligos. Lavar  el ombligo produce vértigo, ya que es como enjabonar el origen. Múltiples son sus anatomías: pentatónicos, herméticos, quijotescos, en los que, al escarbar, no solo se halla hollín, sino también viejas corcheas, minutos que se creían perdidos, lágrimas fosilizadas.
En los relatos de la segunda parte, aflora la pluma eminentemente musical de Isabel Mellado. Son todos ellos protagonizados por músicos, instrumentos o notas musicales. Un brevísimo esbozo de dos de ellos, muetra su peculiar aire de familia. En “La nota larga”, Isabel Mellado nos permite conocer al violinista que ha perdido a su esposa y toca sin parar – la nota larga -, como si pretendiese enseñarle piedad a Dios. “El concierto (La otra historia)” nos acerca a la experiencia sentida, sufrida y gozada de los músicos de una orquesta, antes y después del concierto. Sus horas previas preñadas de miedo, de rituales (“nada de café, ni de sexo, eso si, la patita del conejo en el bolsillo”). Después, el tránsito del miedo al gozo catártico, al concluir la sinfonía.
El libro se completa con una tercera parte, prescindible a mi juicio, compuesta por una constelación de frases cortas, catalogables entre el aforismo, la greguería y el haikus. Algunas ingeniosas (“El que ríe último, ríe solo”). Otras que en mi non han sido capaces de dejar la huella de ninguna emoción.
Isabel Mellado
En una valoración del conjunto de esta narrativa breve de Isabel Mellado, yo diría, ante todo, que no estamos ante relatos excesivamente narrativos. Lo más importante en la mayoría de estas prosas no es la carga diegética, el mundo ficticio que constituye la historia narrada. Tampoco la condensación. Isabel Mellado apenas acepta el reto del microcuento, del hiperbreve. Encerrar estructuras narrativas completas en muy pocas palabras. Su acento personal, con el que pretende conseguir del lector el efecto perseguido, lo esconde bajo el manto de la invención, de su hacer literario entre lo melifluo y lo melancólico y en el que las referencias musicales y los hallazgos formales (metáforas, sinestesias, comparaciones insólitas) construyen un juego poético que nos produce asombro, una lágrima o una sonrisa.
                                         
Francisco Martínez Bouzas