jueves, 9 de febrero de 2012

RAYMOND ROUSSEL, LAS FRONTERAS DE LA LITERATURA

Locus Solus
Raymond Roussel
Tradución de Marcelo Cohen
Presentación de Jean Cocteau
Capita Swing Libros, Madrid, 2012, 457 páginas.



Difícilmente se podrá comprender el calado y la carga diegética de este libro, Locus Solus, si el lector ignora ciertos hechos y avatares que alimentaron y formaron la figura de su autor, Raymond Roussel (1877-1933). También su gloria fecunda o su negatividad. Porque Locus Solus es a primera vista un libro extravagante, pero tan suturado a la vida de su autor -igualmente extravagante- que se ha convertido por eso mismo e una de las obras literarias más originales del siglo XX. Y ello es así porque la vida y la obra de Raymond Roussel forman un único todo. A Raymond Roussel apenas se le conoce. Su obra, como escribe Philippe Sollers, es  objeto bien de culto, bien de un secretismo radical, bien de un alejamiento a causa de su originalidad absoluta.
La audacia de la imaginación que encierran los escritos de Roussel, escandalizó en su tiempo al gran público. No así a algunos de los más innovadores escritores y artistas de Francia (Cocteau, Aragon, Guide, Duchamp, Giacometti, los surrealistas, Oulipo, el Noveau-Roman…) que siempre le han considerado como un genio. Pero este genio en estado puro nunca se mezcló con los surrealistas, porque no apreciaba su trabajo, que encontraba “un poco obscuro”.
Impopular en su época, personaje excéntrico que en los momentos de bonanza económica publica su obra literaria sin reparar en gastos y realiza en dos ocasiones la vuelta al mundo, pero sin apenas salir de su roulette o de las habitaciones de los hoteles, porque para Roussell el mundo exterior era el que ensoñaba su imaginación. En el momento en que su fortuna se agotó, se encerró en un modesto hotel de Palermo suicidándose con una dosis de barbitúricos. Un “digno” final, que cuestiona Leonardo Sciascia, para una vida repleta de geniales excentricidades.
André Breton escribió que con Lautréamont  Roussel es el mayor magnetizador de los tiempos modernos y que sus obras, largo tiempo ignoradas, ascenderán un día al rango de luminarias perpetuas. Para el público entendido esta ascensión ya se ha producido, especialmente desde que Michel Foucault escribió una monografía dedicada enteramente a estudiar la obra de Roussel a la que consideraba a la vez precursora y epifánica. La “culpa” de todo ello reside en la estética y en el método escritural de Roussel. Creía que la literatura debía ser exclusivamente el producto de la imaginación pura: “(…) la obra no puede contener nada real, ninguna observación acerca del mundo o del espíritu, nada, excepto combinaciones totalmente imaginarias” (R. Roussel, Cómo escribí algunos de mis libros). Y junto a esta imaginación que lo es todo, un peculiar método de escritura que el mismo autor describe de esta manera en el libro citado:” Escogía dos palabras muy similares. Por ejemplo, billard (billar) y pillard (bandido). Luego añadía palabras parecidas pero tomadas en dos sentidos diferentes, y obtenía con ello dos frases casi idénticas…Una vez encontradas las dos frases, se trataba de escribir un cuento que podía comenzar con la primera y terminar con la segunda. Y de la resolución de este problema extraía yo todos mis materiales”.
Un sueño prodigioso, un curioso arabesco que no revela nada de los real, pero es poseedor de una intención esencialmente poética, que sustenta la arquitectura y el procedimiento de escritura de Locus Solus, convertido así en un crucial experimento sobre las fronteras de la literatura.
Locus Solus es un puzzle gigantesco de imágenes y de historias hilvanadas con una extraña lógica carnavalesca. Su trama, resumida en una breve sinopsis, nos presenta un día en la vida de un científico e inventor, Martial  Canterel (alter ego del autor) que ha invitado a un grupo de amigos a visitar su finca, “Locus Solus”, a las afueras de París. Durante el largo paseo, el anfitrión muestra a sus invitados invenciones  de su propia cosecha. Asombrosas y a la vez extrañas, tales como una máquina voladora que compone un mosaico de dientes, un gato sin pelo y la cabeza conservada de Danton, una gran caja brillante llena de agua en la que flota una bailarina y, sobre todo, un enorme recipiente de cristal poblado de actores muertos que Canterel ha revivido con “resurrectina”. El paseo se completa con una cena festiva.
Locus Solus está compuesto con ese método de escritura ya aludido, con lo que Roussel redescubre uno de los moldes creativos más usados por la mente humana: “la formación de mitos creados desde las palabras” (Michel Leris). La transformación de un simple acto de lenguaje en una acción dramática o en uno de los acervos del inconsciente colectivo. Un poderoso flujo, pues, de la imaginación, premonitorio de muchos de los acontecimientos que conformarán las artes y la sociedad en el siglo XX. El panteón estético de las vanguardias históricas y de otros creadores hasta nuestros días.
Capitan Swing Libros nos agasaja en este volumen con un nutrido epílogo compilatorio de los textos más emblemáticos de la recepción de la obra de Roussel, en el que quedan fielmente representadas las interpretaciones de las tres primeras generaciones de lectores de Roussel: la de los coetáneos, la de los años 40 y 50 y la posterior, suscitada por la monografía de Michel Foucault (1963). Un epílogo pues que se nutre con textos de la más conspicua intelectualidad del siglo XX: Paul Eliard, André Breton. Michel Butor, John Ashbery, Michel Foucault, Gilles Deleuze, Alain Robbe-Grillet, Philippe Sollers, Maurice Blanchot entre otros, interpretando la obra de este “Presidente de la república de los sueños” (Louis Aragon).

Francisco Martínez Bouzas

Raymond Roussel

Fragmentos

“Detrás de la jaula en relación a nosotros que estábamos frente a él, un hombre, con guantes de lana y aterido bajo un grueso capote cuya capucha le envolvía la cabeza, sostenía horizontalmente con la mano derecha alzada una corta barra de hierro, que según Canterel nos explicó, era un imán. Atisbando el cascote del enfermo, se las ingeniaba para que los dos grabados se mantuvieran siempre de cara a la fuente luminosa, para lo cual, dada la deliberada combinación de polos, sólo tenía que alargar más o menos el imán hacia la punta correspondiente de la aguja giratoria, de modo que guardase en todo momento la perpendicular a nuestra pared de cristal”
…..

“Mientras cada paso nos alejaba más de la gigantesca jaula de cristal de la explanada, el maestro nos esclareció el espíritu hablando de todo lo que acababan de percibir nuestros ojos y nuestros oídos.
Al ver los maravillosos reflejos que había obtenido de los nervios faciales de Danton, inmovilizados por la muerte hacía más de un siglo, Canterel había concebido la esperanza de dar una completa ilusión de vida actuando sobre cadáveres recientes, resguardados de cualquier alteración por un frío intenso(…)
Experimentando largamente con cadáveres sometidos a tiempo al frío adecuado, el maestro, al cabo de muchos tanteos, había acabado sintetizando por una parte el vitalio y por otra la resurrectina, rojiza sustancia ésta compuesta en base a la eritrina y que, inyectada en forma líquida en el cráneo del fallecido, por un orificio abierto en el costado, se solidificaba sola en torno al cerebro ciñéndolo por todas partes. (…)
A consecuencia de un curioso despertar de la memoria, éste se ponía a reproducir con rigurosa exactitud hasta los menores movimientos realizados durante los minutos culminantes de la existencia; luego, sin descanso, repetía indefinidamente la misma e invariable serie de gestos elegida de una vez para siempre, y la ilusión de vida era absoluta; movilidad de la mirada, ritmo sostenido de los pulmones, palabra, actitudes diversas, paso: no faltaba nada”

(Raymond Roussel, Locus Solus, páginas 133, 143-144

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