miércoles, 14 de marzo de 2012

ANTES DE LAS JIRAFAS

Antes de las jirafas
Matías Candeira
Editorial Páginas de Espuma, Madrid, 2011, 141 páginas.



Matías Candeira (1984) no es una joven promesa de la narrativa en español, sino un autor ya consolidado y con un caudal bien surtido de originalidad y calidad. Dos libros en su haber a pesar de sus pocos años: La soledad de los ventrílocuos, 2009 y Antes de las jirafas, editado por Páginas de Espuma hace ahora unos meses. Quizás lo de menos, a pesar de la permanente reiteración, es que Matías Candeira cuente con la admiración de Vargas Llosa que le considera una “víctima del vicio de escribir”. Lo realmente relevante en su narrativa es su originalidad. La hechura de sus relatos es inédita, no se parece a la de ningún otro cuentista. Consecuencia quizás de todo ello es que uno de los relatos de este libro, “Exploradores” fue seleccionado para la antología de relatos “Aquelarre”. El relato de Matías Candeira fue el único escogido de un escritor nacido con posterioridad a la década de los 70.
Son dieciséis los relatos que conforman Antes de las jirafas, un verdadero mosaico híbrido de piezas de distinta textura pero cimentados en una propuesta estética con varios elementos en común: la celebración de los extraño, de la otredad, del desarraigo, de individuos outsiders propios de la literatura pulp o de la novela negra. “El libro -así lo define el autor- es un compendio de monstruosidades o personajes que hablan desde la periferia vital porque son asesinos o no encajan en su entorno. Extrae códigos de la serie B, el terror o el pulp entre el homenaje y la parodia”. Por eso en la mayoría de las tramas el lector tendrá que lidiar con ambientes obscenos, primitivos, anteriores ciertamente a esas jirafas del titulo. Y otra coordenada: la escritura de Matías Candeira se halla preñada de efectos visuales, de imágenes, construidas además con sutil ironía, fruto seguramente de su educación sentimental y profesional. Un libro que bebe de la querencia anglosajona por los fascines y de la cultura audiovisual del escritor.
Los personajes de estos relatos, desplazados de su propio ser, viven historias como mínimo inquietantes, repletas de símbolos que se originan en el lado oscuro y se desarrollan en parajes cotidianos a los que la imaginación del autor ha convertido en geografías densas y frecuentemente sórdidas.
Fijo mi atención en aquellos relatos que más me han impactado. “El extraño” abre el libro con la historia de un hombre transformado en monstruo debido a la mordedura de un pequeño anélido. A pesar de su forma de bestia antidiluviana, poco a poco es aceptado por su hijo y por su mujer que experimenta con él intensos e insólitos momentos de sexo. El mismo logra casi olvidarse de su nueva condición. Una historia de metamorfosis, de triunfo sobre los extraño y de enaltecimiento de lo monstruoso, de la otredad, preferida a la verdadera identidad.
Al personaje principal de “Jimmy” le nace el instinto de matar personas cuando, como ascensorista, sube  a un hombre que le confiesa que había olvidado su antifaz en el coche y que sin él, no podía dar azotes a su mujer en su décimo aniversario en el petrolero en el que viajan. Pero Jimmy está enamorado y su carta de amor, lanzada al viento nocturno, hace que el barco se vaya a pique. En “Unos ojos vacíos”, un relato sumamente frío, gélido, blanco y duro como le helada presenciamos a la madre agujereando los ojos del padre en las fotos de familia. El padre aparece ante el hijo con las cuencas de los ojos huecas. Son agujeros que, como un río silencioso, recorre toda su historia. “Manhattan Pulp” es un relato interferido por la cultura visual del autor que nos permite contemplar la disección ficcional del malvado Dr. Octopus y sus tentáculos.
“La dimensión del ojo” es un monólogo asfixiante de un personaje en un ambiente extraño, helado, entre las brumas del terror y del miedo, como si procediera de un sueño. En “Ese señor de ahí” sale a flote la vena humorista e irónica del escritor. Se mueren y con mucho dolor todos los que intentan describir al protagonista, hasta que él mismo prueba suicidarse describiéndose a si mismo. “Exploradores” es un cuento extremo, desasosegante, asfixiante, preñado de violencia. En su trama nos encontramos con un padre  y su supuesto hijo que protegen un manzano cargado de frutas de los conductores que por allí pasan. El final rompe las expectativas lectoras y nos deja un sabor agrio en el paladar de nuestros sentimientos.
Finalmente, “Fractura”, una reivindicación de la imaginación. El protagonista se gana el pan dejando que conviertan su cuerpo en mueble/estatua ornamental en las casas de los adinerados, desde donde ve el mundo, colmado de máscaras e hipocresías.
En la lectura de Antes de las jirafas salta a la vista el trasfondo de crítica social que el autor despliega en sus diégesis, tejidas con una lengua exquisita, que permite vislumbrar una voluntad poética y un gran talento, capaces de suturar complejas apelaciones existenciales con imágenes y texturas cinematográficas.

Francisco Martínez Bouzas



Matías Candeira
Fragmentos

“- Ruge, papá. Ruge para mí.
Sin embargo, después de besarla en la frente (ay papá, cuidado con los cuernos) se pregunta cómo es posible, cómo puede ser que lo haya aceptado tan rápidamente; y mucho más al volver a su habitación, donde invariablemente su mujer lo espera ataviada con su mejor lancería. Unas cuantas noches consiguió resistirse a sus insinuaciones eróticas. Seguía sin comprender mucho de todo eso. Aunque bajo la cama de matrimonio corría un vientecillo helador, bastante insufrible, al menos allí estaba a salvo, podía pensar. En ese lugar era posible tratar de hallar una explicación al hecho de que su mujer pareciera sentir un nuevo afecto por él, a todas luces incomprensible. ¿Acaso a ella le gusta el peligro? ¿Le seduce la posibilidad de que a él, sin previo aviso lo atraviese un estertor de fiera? ¿De ser desmembrada, a lo mejor? ¿Qué ve cuando lo mira?  ¿Qué exactamente? Hace una semana, ella lo consiguió por fin. Los masajes, todos esos susurros apremiantes y lascivos, han surtido su efecto. Ningún hombre puede resistirse a un asedio de caricias como ésas. Desde entonces hacen el amor, salvajemente, con saña y la luz encendida, igual que dos cocodrilos extraños. El hombre de la cola mortífera se abalanza sobre ella, trata de no pensar, le araña el vientre con las garras y la penetra violentamente. A su mujer parece gustarle mucho. Agarrándose al cabecero de la cama, le pide que ruja con fuerza, toda la posible. Y él lo hace. Ruge con sus gritos de bestia prehistórica, con desesperación, tan fuerte que las paredes del dormitorio tiemblan”
…..

“Estás en nuestro sótano, le digo, y con lentitud voy señalándole la bombilla huesuda que cuelga sobre  nosotros, los contornos de las vigas, la herrumbre luminosa de los rincones (…) He decidido no hablarle de la pequeña montaña de huesos que hay al lado de la puerta verde, donde ni siquiera yo me atrevo a mirar. Él suspira, aprieta los dientes. Debe de dolerle muchísimo. No sé bien por qué, pero me atrevo a acercarme hasta donde está y me siento en el borde de la bañera. En realidad quizás lo hago esperando que se aparte bruscamente y así pueda golpearle la cabeza con la palanca con toda la fuerza que tengo. Partirle  la mandíbula sin más. Estallarlo. Abrirle un agujero en la nuca y así no tener que mentir si me pregunta por qué lo he esposado, qué es lo que hace mi padre ahí arriba con el sonido del cuchillo cada vez más denso, pulcro, sonido y miedo, el que reconoce cualquiera que esté esposado en un sótano y mire su boca y su saliva. Piedra. Piedra. Un golpe. La raspadura del metal. Y él se queda inmóvil al reconocer mis facciones”

(Matías Candeira, Antes de las jirafas,  páginas 17-18, 107-108)

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