martes, 5 de junio de 2012

LA NARRATIVA ALUCINADA DE GORDON LISH


Epígrafe
Gordon Lish
Editorial Periférica, Cáceres 2011, 156 páginas.

   Solamente los entendidos conocían su faceta como fundador de prestigiosas revistas que dieron a conocer a J. Keruac, Allen Ginsberg o Neal Cassady, entre 1969 y 1976. Y de director literario de la editorial Alfred A. Knof, en la que sería conocido como Captain Fiction  por descubrir a algunos de los autores más relevantes del sistema literario norteamericano: Raymond Carver, Richard Ford, Don DeLillo, Cyntia Ozick o David Leavitt. Todos estos créditos son “motivos erróneos”, como escribió DeLillo, para conocer a Gordon Lish. En los años noventa comenzó a circular la leyenda urbana de que la obra del icono del realismo sucio y padre del estilo minimalista, Raymond Carver, había sido ampliamente corregida por su editor, Gordon Lish. La leyenda ha sido comprobada por más de un estudioso: en la Lilly Library de Bloomington, especializada en manuscritos y primeras ediciones, se guardan los textos originales de Carver con las correcciones de su editor. Muchos de los manuscritos como el De que hablamos cuando hablamos de amor, están corregidos por su editor que eliminó hasta el cincuenta por ciento y cambió los desenlaces de muchos de los cuentos hasta convertirlos en finales antológicos, como es el caso de Diles a las mujeres que salimos.
   El editor que creó al Carver sucio, se convirtió tardíamente en narrador. Publicaría con más de cincuenta años su primera novela, Dear Mr. Capote y en 1986, Perú, traducida y editada en 2009 por Editorial Periférica. Un viaje al infierno de una pesadilla Y en 1996, otra novela perturbadora, Epigraph, traducida hace unas semanas por la misma casa editora que se ha propuesto ofrecernos toda la obra de Gordon Lish  en los años venideros.
   Epígrafe no es una novela al uso, una simple narración de hechos que desfilan ante nosotros sin remover nuestras vivencias. Exige una lectura intensa que haga abstracción del argumento y concentre la atención en cada párrafo del texto, porque lo que Gordon Lish narra, no pretende entretener, sino provocar sensaciones y hacer pensar al lector. Lectores participativos, pues, que se introduzcan dentro de la obra.
   Epígrafe yergue su arquitectura sobre un conjunto de cartas que un hombre, homónimo del escritor y cuya esposa ha fallecido después de una larga y penosa enfermedad, escribe a distintas instituciones (congregaciones religiosas, funcionarios de la Corte) y a personas, especialmente mujeres, que conocieron o mantuvieron algún contacto con la difunta. Escribe desde la angustia y la congoja. Pero lo que da comienzo como misivas de gratitud a las congregaciones religiosas y a las Personas Piadosas, poco a poco toma otros derroteros. Sus apóstrofes e insultos nos anuncian que el protagonista, desde el dolor, está recorriendo el camino que lleva a la locura. Algo se le ha metido dentro y no sabe qué es e incluso empieza a sospechar que los sueños no son suyos. En sus mensajes  hace acto de presencia, cada vez con más frecuencia, el desvarío, la incoherencia, la alucinación, hasta el punto de que llega a firmar como Jesucristo II.
Gordon Lish
   La lectura de esta prosa delirante suscita sin duda muchos interrogantes. ¿Dónde acaba la ficción y dónde empieza la realidad? Cabe una lectura autobiográfica del libro ya que Bárbara, la esposa del escritor, falleció en 1984. Sin embargo, lo más probable es que sean otros los propósitos de esta apuesta narrativa tan radical. Una aproximación al delirio a través del camino del agradecimiento y del dolor. El ser querido se ha ido, pero su fantasma permanece y provoca en el viudo una suerte de patetismo que se muestra de forma grotesca, cercana al fingimiento, al sentimiento de culpa, a la impiedad e incluso al mismo esperpento. Alguien ha escrito que quizás la intención de Gordon Lish, ese autor hasta ahora secreto, pero imprescindible en el juicio canónico de Harold Bloom, haya sido envilecer al liturgia del dolor (Francisco Solano, El País, 12 / 2 / 2011). Quizás por ahí vayan los tiros.

Francisco Martínez Bouzas

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