Álvaro Lago
Ediciones Barataria, Barcelona, 173 páginas
(LIBROS DE FONDO)
Álvaro Lago es un autor bilingüe que escribe
indistintamente en gallego y en español y cuyo nombre no figura en los
diccionarios de la literatura gallega, aunque pertenece a la AELG (Asociación
de Escritores en Lingua Galega), y es autor de una obra considerable en su
lengua materna. La publicación de sus obras en canales más bien marginales o ajeno
al sistema, (como por ejemplo Fotocopias
e loita de crases, en un Congreso
sobre la fotocopia) hacen de Álvaro Lago un perfecto desconocido para la
mayoría de los lectores gallegos.
Sin embargo Álvaro Lago es de los que opinan
que la biografía de un escritor es su obra, mientras que la existencia real es
una simple crónica que nada tiene que ver con la existencia independiente y
libertaria de las obras que son fruto de la creación humana. Miembro, desde el
punto de vista cronológico de la Generación
Perdida, aunque Álvaro Lago no tuvo que pagar ese altísimo precio por vivir que
sí sufragaron muchas otras personas en esos años. Su infancia, gozada y
disfrutada en lo que él considera el
Macondo galaico de Pontecesures, hace verdadera la afirmación de Francisco
Castro de que la patria de un
escritor son su infancia u adolescencia.
Pontecesures y Pontevedra, especialmente su Museo, constituyen el ancoraje de la vida de este escritor, el comienzo de
la orgía perpetua reflejada en lo que fue su última obra en castellano. Un
libro de extensa rotulación, Retablo de jácaras
tristes y farsas jocundas sobre la muerte, el sexo y la vida provinciana,
editado por Ediciones Barataria.
La jácara, un término que no tiene una
traducción literal en gallego y cuyo equivalente serían las “cantigas
satíricas”, el género de las “cantigas de escarnio y maldecir” y en especial
las “cantigas obscenas”, fueron en el siglo de Oro Español pequeñas piezas
satíricas que se representaban en el intermedio de las comedias.
El libro de Álvaro Lago es una colectánea de relatos que enlaza con lo que
Rodrigues Lapa llama la cloaca moral de los cancioneros gallegos-portugueses.
En el estrado de los paisajes cotidianos, marionetas esperpénticas
representan múltiples argumentos de la
antigua farsa, disfrazada con diversas
vestimentas: farsas rurales, farsas municipales, farsas legales, farsas nupciales… que nos permiten
escudriñar, a través de una lengua florida y rebosante de mordacidad y
barroquismo, claros ecos de la picaresca, de la sátira y del modernismo. Cada
unidad de esta publicación, cada
narración encierra una historia que tiene pleno sentido en sí misma y
a la vez forma parte de una unidad más
grande: el retablo. Y detrás de las “jaracondosas hembras jocundas de apetecibles
carnes rotundas” y de los “garzones zarabetos de esquinado entendimiento”, sentimos los ecos
de los grandes maestros de la literatura española: Quevedo, Valle Inclán o el
mismo Cela, cuando era quien de escrutar
con ingenio las danzas de la farsa, antes de convertirse en figurante de la
misma. Al final, como se nos dice en la presentación editorial, el carnaval
eterno de la literatura: el arte es lo que queda.
Francisco
Martínez Bouzas
Álvaro Lago |
Fragmento
“Salón
de té del Palacete Farigola. Rosa en las paredes, en los cojines, en los
manteles, en las diminutas braguitas que las muy públicas partes púbicas de
Chochin Refajo enmarcan, velan y protegen. El cacareo de interrumpidas
conversaciones, el frufrú de medias que se cruzan y se descruzan, el tintineo
de las cucharillas de plata sobre las
tazas de Sèvres. Sobre una recargada mesa, tres servicios de té; sobre tres
vetustas butacas, las diferentes posaderas de tres distintas damas; en el aire,
el hálito etílico del aniseto ingerido.
Además
de la anfitriona y de la referida Chochin Refajo, la estancia se honraba con lal
presencia de la lúbrica Culín Liguero, mujer de apretadas formas, cincelada en
sudorosos gimnasios, onerosos quirófanos y beneficiosos catres. Desde los años
mozos, eran las tres señoras todo lo amigas que su condición les permitía. En
secreto, a sí mismas se llamaban «las tres Mosqueperras» desde aquel día en que
confabularon para obtener de sus entrepiernas mayores beneficios que el mero
placer, ora solitario, ora compartido con macho encelado, hembra lujuriosa o
múltiple mezcolanza.”
(Álvaro Lago, Retablo de jácaras tristes y farsas jocundas, páginas 106-107)