Georges Simenon
Traducción de José Ramón Monreal
Acantilado, Barcelona 2012, 174 páginas.
La obra de Georges Simenon (Lieja
1903-Lausana 1989) ha sido hasta el momento la gran aportación de Bélgica a las
letras francesas. Georges Simenon, un creador incansable bajo múltiples
sinónimos de novelas de consumo rápido protagonizadas por el somisario Maigret,
que incluso llegaron a despertar la admiración de André Gide, Walter Benjamin,
Faulkner o García Márquez. En 1972 Maigret
y el señor Charles clausuraría la serie del comisario Maigret que en unos
cuarenta años había protagonizado más de cien aventuras. Pero las grandes dotes
de observador de Simenon, su sensibilidad dolorida, a flor de piel, sus tonos
frecuentemente fatalistas y su prosa altamente eficaz se proyectaron en libros
de memorias y textos de distinta naturaleza que lo elevarían a la categoría de
“pequeño Balzac de consumo masivo”.
Uno de esos relatos, ajenos a ese tipo gris
que es el comisario Maigret, mas no a la gente corrientes que encarna todas las
debilidades humanas y “lucha por sobrevivir en territorio hostil” (Héctor J.
Porto), es esta historia publicada por Simenon en 1966, con el rótulo de Le chat y que ahora traduce para Acantilado
José Ramón Monreal. El gato es una de
esas novelas que Simenon definía como “romans durs”, novelas duras, desabridas,
pesimistas, pero que según muchos críticos son las mejores del escritor belga,
porque en ellas sus protagonistas son capaces de evadirse de ese investigador
gris, nacido y educado en provincias, que sueña con ser “reparador de
destinos”. Son novelas de gente corriente en las que el crimen puede hacer acto
de presencia o estar ausente, como ocurre en El gato, pero no el odio, alimentado sin ningún tipo de máscaras
por sus protagonistas.
Esta es una breve sinopsis de esta novela de
desamor que intentaré presentar sin “spoilerizar” su contenido. El gato es una novela sobre el limbo
(parece que ya no lo hay), el purgatorio y el infierno de una pareja de
ancianos que envejecen, arropados no por la ternura del uno hacia el otro, sino
empapados de odio y sin cesar de hacerse mutuamente maldades. Son Émile y
Marguerite, ambos viudos, de desigual nivel social, cultural y económico, que
contraen matrimonio sin saber lo que es el amor, sino como garantía de una
vejez en compañía y de un servicio de reparaciones domésticas gratuito en los
pensamientos de ella. Ambos aportan al matrimonio una mascota: Émile, su gato,
Marguerite, su loro. Tales mascotas son convertidas por Simenon en los
destinatarios de los odios, maldades, burlas sutiles y diabólicas con las que
cada miembro de la pareja quiere herir al otro.
Simenon inicia la historia cuando Émile y Marguerite ya
llevan ocho años casados. Si en el inicio de su convivencia no se tuteaban,
ahora ya llevan una eternidad sin dirigirse la palabra, comunicándose por medio
de notas escritas en un papel. La avaricia, frialdad y puritanismo de ella
provocará que él busque consuelo en los escarceos eróticos con la tabernera
Nelly y en las añoranzas de su primera mujer. Pero ese odio que a la vez les
ahoga y los une, terminará por destruirlos.
Novela sobre la mezquindad que en la pluma de
Simenon parece formar parte del ser humano. Y como en las novelas en las que no
interviene el comisario Maigret, la pluma de Simenon extrae de sus manantiales
una fabulación de sombríos personajes, respetables aparentemente, envueltos por
atmósferas con una alta densidad de agobio y de hipocresía.
Con estilo seco y conciso, Simenon construye
una estructura novelesca original en la que las analepsis y prolepsis no retardan la acción, sino que sirven para
permitirnos conocer los antecedentes de estos dos seres humanos, víctimas del
desamor y crear así mismo un clima de tensión y suspense, basado en los deseos
más perversos que el lector descubre ya en el primer capítulo.
Francisco
Martínez Bouzas
Goerges Simenon |
Fragmentos
“A Marguerite y a él les había costado
lo suyo llegar a tutearse. Él tenía sesenta y cinco años cuando se había casado
en segundas nupcias, ella sesenta y tres. Se mostraban torpes el uno frente al
otro, más intimidados que unos jóvenes enamorados.
Pero ¿estaban enamorados de verdad.”
…..
“Cuando iban al cine, cada uno se pagaba
su entrada.
-Es más justo…
Cuando comía lo espiaba, adoptando una
expresión de asco cada vez que él, por ejemplo, usaba una cerilla como mondadientes.
Con frases en apariencia banales, con miradas insistentes, no perdía ocasión de
subrayar sus modales vulgares.
Todo en él la hería. No sólo el gato que
cada noche dormía contra sus piernas.
-Mi primer marido tenía la piel del
cuerpo lisa como la de una mujer…-había dicho un día que él daba vueltas por la
habitación con el torso desnudo.
Ello equivalía a decir que los pelos
negros e hirsutos de él estaba cubierto le repugnaban.”
…..
“Varias veces, en aquel período, él
estuvo a punto de hablarle, de decirle cualquier cosa, palabras de consuelo.
Sabía que era tarde, que no podían volver atrás.
Algunas mañanas, después de una noche en
blanco, volvía a mostrarse agresiva. Un día, ansioso por asistir al avance de
las obras de enfrente, que ahora seguía ya con interés, no se había duchado. Y
más tarde, encontró un mensaje encima del piano:
HARÍAS
BIEN EN LAVARTE.
HUELES
MAL
Ninguno de los dos era capaz de deponer
las armas. Aquello se había convertido en su vida. Mandarse notitas envenenadas
era para ellos natural y necesario como para otros intercambiarse besos y
gentilezas”
(Georges Simenon, El
gato, páginas 30, 70-71, 164-165)
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