Eugenia Rico
Editorial Páginas de Espuma, Madrid, 2012, 101
páginas.
Con este libro de cuentos, El fin de la raza blanca, debutó, al
menos de forma efectiva, en el género de la recompensa inmediata Eugenia Rico,
una joven escritora de cuyas entrañas literarias han nacido cinco novelas,
premiadas en España y aclamadas en algunos países, especialmente en Alemania
después de que su escritura sedujera a Daniel Kehlmann que la calificó como “la
voz más importante de la nueva escritura española”. La faja roja que acompaña
al libro está así mismo cargada de elogios, entre ellos el de la crítica del
periódico “The New York Times” Michiko Kakutami (“La Virginia Woolf de la era
Facebook”) que se ha demostrado ser apócrifo, tal como lo ha reconocido el
editor de Páginas de Espuma, Juan Casamayor.
Leo pues estos catorce relatos de Eugenia
Rico haciendo abstracción de elogios publicitarios y centrándome en el criterio
evaluador del género: si responden o no a ese propósito de intensidad creadora
y al manejo de las técnicas narrativas pertinentes a la ficción en formato
breve.
Tres partes, encabezadas por títulos del más
allá (Cielo, Purgatorio, Infierno) estructuran la materia narrativa del libro.
Dos microrrelatos, a modo de anotaciones que nos inquietan y sobresaltan, abren
y clausuran el libro. La mayoría de los relatos, al margen de su reparto en
cada una de las secciones, están atrapados por la angustia, el miedo o la crueldad
de los seres humanos. Ese es en general el leitmotiv unificador de estos cuentos entre los que
anoto algunos entre los que más me han impactado.
De crueldad y violencia habla el primer
cuento con el que arranca la sección “Cielo”: “La línea gris”. Un monólogo
repetitivo hasta la extenuación que nos deja entrever, en los instantes de
lucidez de la narradora instalada en la locura, los recuerdos nefastos de la
Guerra Civil, con el fusilamiento de su hermano, muerto ahora de frío en el
cementerio. Otra voz monologal y repetitiva nos trepana en el cráneo el relato
“One way”: la pesadilla kafkiana de un hombre que erróneamente ha tomado un
avión que no era el de su destino y que ni siquiera estaba anunciado en los
paneles del aeropuerto, imposibilitado de pedir ayuda porque nadie entiende su
lenguaje. En “La sala de espera” la voz narrativa describe le realidad
psicológica de una mujer, cuya vida había sido un viaje en solitario, ante el
deseo y el temor de tener un hijo. El atropello de una perra se convierte en la
pluma de Eugenia Rico en una historia conmovedora y al mismo tiempo fantasmal
que se centra primero en el punto de vista de una perra maltratada y termina
destapando una historia de extrema violencia machista en el seno de una familia.
La narradora de “La noche de la Candelaria” nos remite a la misma violencia del
texto “La línea gris”, violencia en este caso sexista y asesina contra la mujer
que no permite que los vencedores de la Guerra Civil la gocen viva. Otra
historia fuerte impactante es la ficcionalización del tema de la pederastia que
la autora acomete en el relato “La primera vez”. La primera vez que el tío
tonsurado viola al sobrino que jamás vuelve a ser niño. Hija y amante favorita
es la princesa Chehab Jehan, de quien está enamorado su padre, el Gran Khan,
enamorada ella a su vez de un portugués, un hombre blanco. Es la trama del
relato que rotula el libro y cuya intertextualidad con Las mil y una noche parece indiscutible.
Relatos fuertes donde la violencia no es
ajena, sino todo lo contrario a la condición humana. Capaces algunos de ellos
de remover cimientos emotivos y de hacer surgir mareas vivas en el alma humana,
mediante perfectas simbiosis entre el fondo y la forma y, en ocasiones,
recursos minimalistas: resumir por ejemplo un atropello en dos frases. Y
tejiendo la autora historias sencillas, mas con núcleos de gran intensidad
diegética, que, al leerlas, nos producen escalofríos.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“La cucharilla”
“ÉL
RECORRE MI PIEL con la cucharilla de café.
Me
ha vendado los ojos.
Acabo
de contarle mi vida. Es su turno.
Me
ha vendado los ojos para que imagine mejor lo que va a contarme y me ha atado
para que le demuestre que creo ciegamente en él, que sé que no es un asesino,
que estoy segura de que no va a hacerme daño.
Pero
yo no sé, por eso tiemblo cuando recorre mi cuerpo con un cuchillo y me dice
que es la cucharilla del café.”
…..
“SELENA
NO OYÓ EL FRENAZO. La boca se le llenó de astillas de tierra y los ojos de
telarañas. Al cabo de un momento, pudo
escuchar otra vez los ruidos. El ama estaba llorando, podía distinguir su
llanto entre todas las demás voces. Quería gritar o moverse, pero un algodón
muy blando parecía envolverla suave pero firmemente, como si fuese el peso del
Cielo”
…..
“EN
LA MEDIANOCHE DEL 31 DE OCTUBRE DE 1940, a
Evilio Cárdenas lo despertó la aroma punzante de Candelaria. Como una
puñalada en la ingle, el deseo lo fue azuzando contra las sábanas húmedas hasta
empujarlo fuera del cuarto. En el corral la luna no se compadeció de él. Salió
a la calle abrochándose la bragueta y alisándose los cabellos. No subió, como
las otras veces, por el camino de la era hacia la casa que estaba detrás de la
iglesia. Aquella noche no, no fue una vez más a suplicarle, a tirar piedras a
su ventana y a golpear la puerta, como había hecho las tres últimas noches.
Aquella noche tiró para abajo, para la casa de Damián” (…)
“La
mujer en el suelo no se movía. Seguro ya del beso, se fue agachando hasta
sentir su aliento sobre sus labios. Ella esperó a que estuviese encila y
entonces le mordió la mejilla. Ahora era Evilio quien sangraba. Se sentó a
horcajadas sobre Candelaria y la abofeteó con método. Ella no sollozó, solo
dijo: «¡Cabrón, hijo de puta!». Él no se lavantó hasta conocerle el color de la
sangre.
-¡Ni
muerta me acostaré contigo- le había dicho. Y él: -Muerta ya no podrás
defenderte y yo voy a matarte (…)
Evilio
no quiso que le dispararan en el rostro. Le había quedado el cutis salpicado de
manchitas rojas, como una viruela de cerezas. El camisón blanco estaba empapado
de una sangre que parecía vino. A ella siempre le había sentado bien el rojo.
Nunca la había visto tan hermosa.
No
consintió que fuera de otro, ni viva ni muerta. Aquella noche se quedó solo
junto al río, amansándole los pechos con la mirada”
(Eugenia Rico,
El fin de la raza blanca, páginas 13, 51, 67-73)
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